14 de agosto de 2019
Crónica
El lugar donde Maduro tortura
Durante muchos años fue el proyecto arquitectónico comercial más importante de Suramérica, admirado por Neruda, Dalí y Rockefeller. Hoy es un temido centro de reclusión del régimen chavista.
Por: Juan Esteban OsorioEn 1960 empezó la construcción de uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos en una capital suramericana. Desde el valle cercano al centro-sur de Caracas, se talló una roca en la montaña, y sobre esta, se edificó el centro comercial más pretencioso del continente. El Helicoide, Centro Comercial y Exposición de Industrias, era una mole de siete pisos que, aprovechando la bonanza petrolera que se cernía sobre Venezuela, reuniría tiendas de marcas exclusivas, un hotel de cinco estrellas, una megasala de cine, sedes de las aerolíneas más importantes del mundo, y un helipuerto para recibir a los pasajeros que llegaran directamente desde el aeropuerto de Maiquetía.
Siempre se conoció como El Helicoide, por su forma en espiral. La obra, que fue apreciada por los arquitectos más importantes de la época, como Oscar Niemeyer y Gio Ponti, apareció en casi todas las portadas de las revistas especializadas. Pero en medio del proyecto, cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y los siguientes gobiernos renunciaron a apoyar cualquier cosa que se asociara con la figura del tirano.
Entre 1955 y 1957 se talló la roca, y la construcción del centro comercial, sobre 40.000 metros cuadrados, empezó en 1958, cuando el dictador ya había sido derrocado. Entre ires y venires, después de la desbandada de los dueños del proyecto y la retirada de la firma de arquitectos, en 1975 pasó a manos del Estado venezolano. Al inicio, la inversión fue de 10 millones de dólares de la época; 15 años después, su valor ascendía a 24 millones; y hoy, un cálculo general, lo sitúa en 90 millones de dólares.
A pesar de su valor arquitectónico, nadie querría enredarse entre sus surcos. El millonario ex vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller, quiso comprarlo, pero los enredos legales de la propiedad eran tan intrincados, que desistió rápidamente. “Pablo Neruda dijo: ‘Es una de las creaciones más exquisitas que jamás nacieran de la mente de un arquitecto’, y Salvador Dalí se ofreció a decorarlo y exponer allí su obra”, recuerda Celeste Olalquiaga. La historiadora cultural, radicada en Nueva York, es tal vez quien más ha estudiado el fenómeno. Fundó en 2013 el Proyecto Helicoide con el fin de visibilizar lo que fue esta majestuosa construcción, pero también evidenciar su deterioro. El año pasado editó el libro Espiral descendente: la decadencia de El Helicoide, de mall a prisión, y junto a un colectivo artístico multidisciplinario, se ha encargado de recoger la memoria textual y fotográfica del que es hoy uno de los edificios más siniestros de Caracas.
“El Helicoide es una estructura única en el mundo tanto por su forma como por su historia. Los cuatro kilómetros de rampas en doble espiral, construidas alrededor de la Roca Tarpeya en Caracas, causaron gran impacto mundial a finales de los años 1950. Pero su larga travesía de fracasos, abusos gubernamentales y, sobre todo, el enorme contraste entre la estructura y las barriadas que la rodean, hacen de él un emblema de lo irregular y desigual que fue el proceso moderno en Venezuela”, cuenta.
La idea del centro comercial murió en 1975, y al tiempo empezó formalmente su decadencia. Entre 1979 y 1982, lo que iba a ser el mejor shopping mall del continente, se transformó en refugio de desplazados. Cuando las fuerzas militares llegaron a desalojar a las cerca de 12.000 personas que ocupaban el sitio, se encontraron con un infierno oscuro, sin servicios públicos, ni baños, en el que campeaban la prostitución y la venta de drogas.
En 1984, los siete pisos blancos, rodeados de rampas que alguna vez pretendieron llevar los automóviles justo al frente de cada local, se empezaron a teñir de amarillo y negro, los colores de la DISIP (Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención), que al principio se instaló en dos niveles. Diez años después, la construcción era abiertamente propiedad del estamento militar, el mismo que se transformó en el temible SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) del régimen chavista.
Llegó la inteligencia
Celeste Olalquiaga asegura que antes de que los servicios de inteligencia se apropiaran del sitio, allí alcanzaron a “barajarse” otros 27 proyectos. En los pisos altos funcionaba la dirección de la institución, y en los inferiores instalaron campos de entrenamiento de motorizados y comandos de la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas. Así la edificación empezó a perder su halo futurista. Lo que al principio era una montaña desocupada, se plagó de invasores que amenazaban con tragarse su majestuosidad. Y lo cumplieron. Hoy, los barrios populares que circundan la construcción la tornaron impenetrable. Como una metáfora de la misma sociedad venezolana, el salto hacia el modernismo quedó truncado. Atrás, un mundo de miseria y escasez, y al frente, un elefante blanco que se quedó a mitad de camino.
Pero no solo la decadencia se apoderó de la estructura. El espíritu del edificio se contagió de la llamada “podredumbre” de las instituciones. De albergar a unos cuantos presos, El Helicoide pasó a ser el centro de detención más oscuro y macabro del régimen chavista. El 2013, año en el que murió Hugo Chávez, fue el punto de quiebre de la perversa sede del SEBIN. En ese momento se desmadró la persecución a cualquiera que se atreviera a protestar o, simplemente, disentir del Gobierno.
Un militar retirado venezolano que vive en Bogotá, quien pidió omitir su nombre, opina que desde su creación el SEBIN nació torcido: “Es la prueba viva de todo lo siniestro y equivocado que ha ocurrido en este régimen. Mientras la DISIP estaba influenciada por un entrenamiento norteamericano e incluso israelí –como la Escuela de las Américas– el SEBIN tiene una influencia mucho más cubana y rusa”. Por su parte, Zair Mundaray, director general de Actuación Procesal del Ministerio Público (MP) en el exilio, es claro en su concepto: “El decreto que crea el SEBIN pretende la máxima eficiencia revolucionaria y la instauración plena del socialismo. Es decir, nació con objetivos que no están en la Constitución, y que no concuerdan para nada con los principios democráticos”.
En 2014, los 30 detenidos iniciales pasaron a ser 300, en cuestión de meses. La represión a los manifestantes y opositores era el pan de cada día. Así, en un sitio que no estaba concebido como prisión, porque se suponía que los detenidos estarían allí de 2 a 15 días máximo, antes de que les formularan cargos, estos se fueron acomodando, de repente, para pagar condenas de meses y hasta años.
El descenso a los infiernos
El ambiente se enrareció. Las torturas empezaron a sonar como una realidad y como gritos a medianoche. Existen historias terribles que circulan como leyendas, solo que son ciertas... Existen pruebas. Allí mezclaron a delincuentes comunes con presos políticos. La mayoría de los detenidos atestiguan haber visto hombres esposados, colgados de barrotes sin ningún apoyo y vendados durante días completos, con el único fin de quebrarles la voluntad, el espíritu y la cordura. Sin ningún tipo de respeto por las regulaciones de derechos humanos, hacinaban en un mismo sitio a menores de edad con adultos, e incluso con mujeres.
Las historias se vuelven cada vez más oscuras. La extorsión está a la orden del día. Hay que pagar por todo. Por el agua potable y la comida, por el derecho a bañarse, a usar un celular, un colchón. Así, los funcionarios empezaron a pedir ser trasladados a la sede del SEBIN, porque resulta un negocio redondo: en días de escasez y dificultades, qué mejor plan que lucrarse de los detenidos.
Mundaray le contó a SoHo que allí también vio a víctimas de secuestros exprés a los que encerraban en celdas sin nombre por cortos periodos, mientras cobraban el dinero del rescate. Estos delincuentes freelance eran muchas veces miembros de la policía y del SEBIN, quienes después terminaron acusados y detenidos por sus mismos compañeros de la Fuerza, y fueron a dar al mismo sitio donde tuvieron retenidas a sus víctimas.
Renzo Prieto, diputado suplente para la Asamblea Nacional, detenido cuatro años en El Helicoide, vio cómo algunos funcionarios violaron, en presencia de sus familiares, a las mujeres que iban de visita. Aún no olvida los gritos a altas horas de la noche. La preparación del instrumental y el ritual antes de la tortura eran suficientes para acrecentar el terror. A veces, en medio de un traslado a otra dependencia interna, veían a un adolescente, casi un niño, colgado de manos y pies, delirando. Era la manera de mostrarles a lo que se exponían si no colaboraban. El compañero de celda de Prieto, el aviador Rodolfo, un hombre de más de 60 años, no aguantó la presión, y se ahorcó en la celda que compartía con Renzo.
Billy Six, un periodista alemán que estuvo preso cuatro meses acusado de espionaje, escribió una carta desde su celda que fue replicada en los medios. Hacía una serie de solicitudes y reclamos a las autoridades del penal. Entre la lista, pedía que le devolvieran sus tijeras de cortarse las uñas: “Las de las manos puedo quitármelas con los dientes, pero las de los pies... Al menos, envíen a un guardia para que me las corte”.
El Gobierno niega todas estas acusaciones, y ni siquiera se toma el tiempo para negarlas o aclararlas. Mientras tanto, los detenidos de El Helicoide siguen esperando que la situación adentro cambie. Que los acusen formalmente. Que los juzguen con todas las garantías de la ley. O que los dejen salir. Que los oigan. Que se haga justicia.
Tortura
El Helicoide es una especie de campo de prácticas donde se ejerce el manual de torturas universal: la bolsa de agua en la cabeza, la toalla emparamada sobre la cara del detenido, el submarino, alfileres clavados debajo de las uñas, o golpes en diferentes partes del cuerpo con bolsas de arena para que no dejen marcas. Una mujer joven, cuyo único delito fue haberse ennoviado con un norteamericano que la quiso sacar del país, pudo salir finalmente de un calabozo por influencia de la Embajada de Estados Unidos. Cuando llegó al aeropuerto de Miami, le mostró a su abogado sus manos sin uñas, todas arrancadas como regalo de despedida del SEBIN. A los detenidos los colgaban de una barra metálica, esposados, con las manos y el cuello forrados en papel periódico, una técnica para que no queden marcas del metal lacerando la piel. La privación del sueño, los eternos lapsos sin comer y sin beber ningún líquido, las amenazas de matar al resto de la familia, hacen mella en los retenidos, muchos de ellos de manera ilegal, sin un solo trámite ni papel que respalde su estancia en la cárcel... Son formas de mermarles su entereza anímica.
en carne propia
Juan Carlos Gutiérrez - Abogado defensor de DD. HH., de Leopoldo López y Juan Guaidó.
“En El Helicoide se comprueba que el infierno tiene varios pisos. Tengo expedientes criminales de presos políticos en Venezuela, Cuba, Turquía, Nicaragua, entre otros, y existe un patrón en la metodología de estos regímenes. Estas atrocidades son terrorismo de Estado, puro y duro”.
Keymer Ávila - Investigador del Instituto de Ciencias Penales de la Universidad Central de Venezuela y profesor de Criminología.
“Lo que vive Venezuela es el producto de décadas de precariedad institucional. Chávez continuó el deterioro, incluido el sistema de justicia. Solo cambiaron los actores, pero el proceso de descomposición siguió su curso”.
Lorent Saleh - Detenido 4 años entre El Helicoide y La Tumba.
“Vivo con las secuelas de mi paso por ese sitio maloliente y anárquico. No he vuelto a dormir bien, tengo fallas en el hígado y mi sistema renal no funciona. Hoy vivo en Madrid, pero no puedo olvidarme de los que dejé. Espero que lo sucedido no se repita ¡nunca!”.
Zair Mundaray - Director general actuación procesal del Ministerio Público.
“Allí hay un sistema cómplice con el SEBIN. ¿Cómo es posible que haya jueces que validen los testimonios de personas detenidas, bajo tortura? No se pueden llevar pruebas obtenidas bajo coacción a un juicio”.
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