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25 de enero de 2012

SOPA nos dañaría la masturbación

SOPA nos dañaría la masturbación

Las posibles restricciones al material con derechos de autor afectarían una de las actividades humanas más íntimas: la paja. Ya no podrá masturbarse con lo que le gusta, si no con lo que le toque.

Por: Iván Bernal Marín

Con el cierre de Megaporn tambalean los cimientos de nuestro derecho humano a la masturbación digna. ¿O es que creían que habían cerrado solo Megaupload el 19 de enero? No. El FBI se nos está metiendo en los calzoncillos a todos, a mano armada.

Internet es el pilar de la masturbación contemporánea. ¿O es que ustedes compran la revista SoHo para hacersela viendo modelos, y no para leer las crónicas…?

La amenaza a esa función virtual al servicio del “onanismo especializado”, es una de las razones -no reconocidas- para explicar el pánico que se esparce en las redes sociales.

La web está pringada por todos lados de eyaculaciones apocalípticas en torno a las leyes antipiratería SOPA y PIPA; equivalentes internacionales a la Ley Lleras propuesta en Colombia, y más drásticas. Google las explica mejor, pero en esencia, buscan autorizar el bloqueo de páginas y usuarios en todo el mundo bajo la presunción de que violan derechos de autor. Pondrían en la mira a todo el que comparte material con copyright, sea películas, libros, comics, videojuegos, música, programas, o por supuesto: pornografía en todas sus manifestaciones.

Es natural que los morbosines disimulados seamos los primeros en sentar enérgicamente nuestra posición de rechazo (por Internet). Hoy en día YouTube es la piedra angular de nuestros pajazos, acompañado de Dailymotion, RedTube, Tube8 y otros así. Con algo de suerte, el FBI tardará en encontrarlas.

Sin demeritar el papel que cumplen programas P2P para compartir archivos, como Ares; o la mayor red social: Facebook, ese instrumento de la lujuria menos evidente. Hoy muchos alardean y comparan sus stocks de contactos femeninos, como hacían con las cartas de Super Triumph en la niñez. Claro. Muchas se empeñan en mostrar públicamente un culo que no tienen, pero que vale la pena inspeccionar. Otras, que tienen bastante, se empeñan en despertar la envidia de sus amigas y la entrepierna de sus amigos publicando cada bailada en minifalda, cada estrenada de bikini en piscinas por el mundo, cada fotoestudio con un celular frente al espejo.

¿Y si una amiga registra copyright a sus fotos de Facebook? ¿Qué tal que entonces no podamos verlas, o algo? No es una inquietud muy fundamentada, pero ronda en las cabezas de la audiencia masculina. Temerosos de repercusiones legales, dejaríamos de enviarles a nuestros amigos por chat el link del álbum del paseo de una 'nueva agregada'. Dejaríamos de verlas con tanta frecuencia. Estarían en el borde del delito esos amigos que comparten cuanta tanga encuentran en esta red, y que hacen que valga la pena a pesar del spam.

Sin Facebook se puede sobrevivir, claro. La picardía está en que son mujeres conocidas, supuestamente al alcance de la mano. Pero los delirios de modelos suelen ser más chistosos que excitantes. Sin duda, el erotismo medio manso que ofrece Facebook es más bien manjar para impúberes. El verdadero problema, el que debería preocuparnos a todos, es la restricción al material compartido en los servicios de video.

La catarata de material pornográfico y erótico hoy es inagotable. Cada quien puede rebuscar hasta encontrar la laguna que encaja con sus más íntimos deseos, y bañarse a sus anchas. Cada quien ve lo que le gusta, tal como la depravación la dibujaba en su mente, cuando le gusta y en la medida que le gusta. Las fantasías sexuales se hacen realidad -en pantalla- con escribir las palabras indicadas y darle click al triangulo.

Por mencionar algunas: primeros planos de bailoteos de glúteos que tiemblan como gelatina; coreanas en uniformes de colegialas; voluptuosas sudando en el gimnasio, abriendo y cerrando; trigueñas sexy masajeándose; modelos en videos de sexo casero; mamás mamacitas cabalgando al aire libre; jovencitas yéndose de Willie Colón; pelirrojas en lencería; rubias gorditas en pijama; shorts que dejan media nalga al aire, caminando por la calle; chupadas de pies; sentadas en la cara; lesbianas agresivas dándoles a otras por su Twitter; amarradas con cuero y mallas; striptease amateurs; penetraciones reales en piscinas o duchas; peleas semidesnudas en aceite o lodo. O partidos de tenis.

Internet nos enseñó que no estamos solos. Que sea cual sea nuestra perversión, a alguien ya se le ocurrió antes. Descubrimos que existe toda una comunidad global que comparte nuestra aberración particular. Sea fetichista, voyerista, o si tan solo le gusta ver chicas Águila brincando y rebotando en la playa. A través de la masturbación se establecen puentes interculturales: he encontrado que tengo mucho en común con los gustos de los rusos y los brasileños.

Y con las laptops, los iPhones, las tablets, puedes llevar contigo tu depravación a cualquier lugar, a cualquier hora. A cualquier baño de avión, o habitación de hotel.

Hubo una época en la que estaba obligado a disimular revistas calientes entre libros del colegio, para atravesar hasta el baño y sacrificar generaciones enteras contra la pared. Esconder tetas gigantescas entre páginas de biología para pasar horas en el baño resultaba inicialmente un reto divertido, pero luego cansaba. Nunca faltaba quien esperara en la puerta para lavarse los dientes, e intentara curiosear lo qué leías. ¿A quién no descubrieron con los pantalones abajo en el cuarto, con control de VHS en mano, listo para ordeñarse al compás de unas bailarinas brasileras? Temo que la humanidad recaiga en esa época.

Comprendo que algunos no vean problema con SOPA. Que les canse leer en pantallas, y sigan prefiriendo libros impresos. Que no sean devotos de Cuevana, por calidad o comodidad. Pero cuesta creer que además no les guste hacerse la paja, y no vean en el internet libre un gran aliado. Ni porque tengan novia, o estén casados.

Antes que la empleada, que la vecina virgen, que la compañera de universidad borracha, que la perseguidora que nos ganamos, o que la prepago, estuvo Manuela: la primera novia de todo hombre. Está envuelta en un manto de rechazo y culpa y mezquindad: pura paja. Ella permanece, está ahí siempre a lo largo de la vida, y revive cuando más la necesitamos. Y no produce pelos en la palma, mírese y compruebe.

Nadie la reconoce, pero para muchos la masturbación es otra actividad cotidiana, para el libre desarrollo de la esperma. La producción de balas es permanente, así no tengamos en el momento un blanco al cual disparar. No significa que hay que jalársela ininterrumpidamente hasta que duela. Solo que no hay que andar por ahí con los huevos cargados. A menos que sea gnóstico y esté convencido de que por el ojo del pene le entra aire frío que se le va al cerebro y provoca que escriba blogs como este. Así llame a Manuela el 'yo con yo', darse puñaladas a la pelvis, tirar los dados, o el 5 contra 1, como lo cantó The Doors.

Otros no temen admitir que se la hacen de vez en cuando. Si restringen los contenidos de internet, como ya está pasando: ¿Cómo nos vamos a masturbar?

Es cierto que el posible bloqueo de Cuevana también preocupa. Güevana es el paraíso cuando andamos en modo güeva. Es el plan 'líchigo' perfecto, para salir adelante en los momentos en los que el desprograme coincide con el bolsillo vacío y la novia en casa. Pero es reemplazable. Toca volver a comprar esos DVD piratas que se ofrecen como empanadas en casi cualquier esquina. Igual se encuentran los videojuegos.

Cierto, además, que podría ser grave otro tipo de traumatismo en YouTube, el mejor amigo de una borrachera casera entre amigos. Además del menú de escenas eróticas de toda calaña que ofrece a nuestra intimidad, es también el mejor mecanismo para darle unfollow a la realidad por un rato, en medio del ajetreo diario. Pero siempre estarán las emisoras, los iPods, las listas de reproducción, los DVD.

En cambio, es inconcebible volver a las épocas de masturbación sin Internet. No a la ley SOPA, por el derecho al sano “onanismo selectivo” y gratuito. Una vez que te has acostumbrado a ver exactamente aquello que te excita, por montones, es difícil que una modelo de una revista te brinde material para una erección. A menos que sea en vivo.

El terreno que habíamos ganado en el campo de la masturbación está en riesgo. El sexo individual será el mayor prisionero político del FBI. No habrá mucha gracia ni estímulo para la libido en un escote de afiche, luego de ver tetas rozándose como queríamos en mil maneras. Aunque si toca, toca.

Ya no podrá masturbarse con lo que le gusta, sino con lo que pueda. Habrá que comprar videos, bucear entre catálogos, con la esperanza de que llenen las expectativas. Tocará desempolvar viejas revistas, testigos de nuestros primeros simulacros de polvos. Y seguir comprando SoHo religiosamente.

Pajeros del mundo, uníos contra la ley SOPA. Mientras les hacemos saber a nuestros contactos en las redes sociales lo indignados que estamos, dediquémonos a bajar todo eso que nos las para. Inundemos USBs y discos duros con chorros de pornoerotismo especializado, y crucemos los dedos para que nadie lo encuentre. Quedaríamos delatados como arrechines, algo que difícilmente pasaría con las reproducciones en línea.

Será engorroso buscar luego entre el mar de carpetas y archivos ocultos. Sin embargo, el material descargado será la mejor manera de descargar las bolas. A menos que lo del cierre de Internet termine siendo pura paja.

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