11 de mayo de 2012

Testimonios

Shakira por un día

La artista visual Paulina Dávila tiene un parecido tan inocultable con Shakira que hasta le piden autógrafos en la calle. En complicidad con ella, SoHo armó la película para que encarnara durante un día entero a la cantante barranquillera y asumió el reto con todas las de la ley. Le presentamos a Shakira Vol. 2.

Por: Paulina Dávila
Un grupo de guardaespaldas profesionales en dos camionetas acompañó a Paulina durante la jornada. La transformación duró toda la mañana, y el hombre que cuida carros frente a su casa todavía le pregunta por qué había tanto alboroto ese día cuando ella salió.

Ha pasado ya mucho tiempo desde que estuve un día entero como Shakira y hasta ahora me siento bien para escribir algo al respecto, porque, la verdad, terminé en shock. ¡Qué locura! Nunca pensé que ese experimento fuera a tener un resultado tan impactante ni que yo fuera a terminar acaparando tanta atención.

Mis intenciones, en un principio, eran dos: por un lado, hacer una performance en la que asumía un rol y tomaba las características de otra persona para saber qué efecto tenía la experiencia en mí y cómo reaccionaría la gente que me viera, ¿lo creerían o les parecería absurdo? Por otro lado, quería burlarme un poco de mi propia condición, pues Shakira ha estado presente en mi vida más de lo que hubiera imaginado o querido desde hace mucho tiempo.

Acepto que, cuando yo era pequeña, ella era uno de mis tantos ídolos. Algunas de mis canciones favoritas, mis himnos de niñez, estaban en sus álbumes Pies descalzos y ¿Dónde están los ladrones?. Pero eso era antes.

El tema es que de un tiempo para acá resulté teniendo un parecido físico impresionante con ella. Al principio, yo honestamente no lo veía. Y no me gustaba para nada, pues había dejado de escuchar su música y la época de amor por ella era cosa del pasado. Detestaba que me lo recordaran y me ponía brava cuando mi familia lo hacía (pésima estrategia). Y aunque hoy en día ya no lo veo como un problema, debo confesar que todo lo repetitivo me parece fastidioso, y esto sí que es repetitivo: en la calle me gritan “Shakira”, me han llegado a pedir autógrafos, me preguntan por Piqué y hace poco, en medio del baile y la euforia en una discoteca en La Habana, Cuba, noté que la pantalla gigante del lugar tenía un letrero que decía: “Bienvenida, Shakira”. En ese momento quería meterme debajo de una mesa, fue muy raro y reconozco que es algo que a veces se me puede salir de las manos.

Yo no sé si es que la gente que me confunde tiende a estar borracha, pero en otra ocasión, los de la entrada de una discoteca en Barcelona me preguntaron si era ella. Yo dije que no, que era su hermana Paulina Mebarak (Shakira, perdóname). En ese momento no sabía si Shakira tenía hermanas o no, un amigo de ella me contaría después que sí. El caso es que yo y las amigas con las que iba resultamos invitadas a unas copas y recibimos la mejor atención del mundo. Al final, ellos se dieron cuenta por cosas de la vida de que yo no era la hermana de Shakira. Tuve la suerte de estar tratando con gente con muy buen sentido del humor, que solo se rio y siguió tratándome como a una princesa.

La verdad es que ella y yo tenemos un par de cosas en común. Una es que las dos somos costeñas: ella es de Barranquilla y yo crecí en Santa Marta, aunque en realidad nací en Medellín. Otra es que las dos somos monas. Respecto a este punto quiero aclarar que la que nació rubia de las dos fui yo. Llegué incluso a pensar en algún momento que ella debía volver a su color original, pues yo tenía más derecho a mantenerlo así. Igual, hoy las dos somos rubias y evidentemente no quiero vivir bajo su sombra. Lo más curioso de todo es que, aunque no sigo a Shakira hoy en día, cada vez que se cambia de look yo coincidencialmente estoy igualita.

De pronto muchos piensan lo contrario, pero ser parecida a Shakira no es una condición fácil: ella es cantante, es millonaria y está en todas partes. A mí también me gusta hacer música y cantar (aunque muy diferente), actuar, tomar fotos, en fin, hacer de todo. Y yo, a diferencia de ella, no estoy ni cerca de ser millonaria. Ya quisiera tener sus cuentas bancarias, pero desgraciadamente –o afortunadamente– lo único que comparto con ella, en últimas, son un par de rasgos físicos.

Lo que quiero decir es que Shakira siempre ha estado presente en mi vida. Tanto, que para mí se ha convertido en algo así como un pariente lejano. He llegado al punto de preguntarle a mi familia si tengo raíces libanesas, pero ni eso. Igual es raro, porque últimamente he sentido una especie de familiaridad con ella. Es como si la conociera y, aunque antes no tenía mucho sentido, ahora, después de esta experiencia, sin duda la siento más cercana. Estuve en sus zapatos, viví en carne propia lo que puede llegar a ser un día normal para ella en Bogotá y puedo decir que es casi una misión imposible: es tedioso, intenso, aburridor… Por lo menos así lo veo yo.

Ahora siento más empatía por Shakira. Me imagino que debe ser muy divertido ser ella en otras facetas, pero en la situación que yo viví sentí que perdí mi libertad, o la libertad de ella, bueno, como sea. Las personas creen que ella les pertenece de alguna manera, creen que tienen cierto poder para invadir su espacio, para tocarla, para hablar de ella en voz alta y que las escuche. Seguro a Shakira esto ya la tiene sin cuidado, pero a mí me resultó un poco abusivo de parte de algunos. De todas maneras debo decir que ella recibe mucho amor: la gente la quiere, la ama, la idolatra. Qué responsabilidad, qué cansancio.

La primera parte del experimento, que hice el sábado 24 de marzo (antes del suceso del himno nacional y del tan mencionado “ublime”), fue el proceso de caracterización a punta de maquillaje y vestuario. La conmoción empezó desde que salí de mi casa, en el barrio bogotano La Macarena. La gente miraba las camionetas, preguntaba qué personaje importante estaba en el lugar, y el hombre que cuida los carros en mi calle todavía me sigue preguntado qué fue lo que pasó ese día. Cuando llegamos al restaurante Café Renault, del Parque de la 93, donde iba a comer algo, se me cerró el apetito, pues me miraban, me tomaban fotos de todas partes, los carros paraban al frente y hacían el tráfico imposible... Esa sensación de ser observada me recordó cuánto valoro la invisibilidad.
Una de las experiencias más fuertes que viví durante el día del ejercicio –y por la cual hasta pensé en abandonarlo– fue que, como la gente al principio se comió el cuento enterito, me empecé a sentir mal, culpable de recibir el amor que le correspondía a Shakira, sobre todo de parte de los niños. Yo sentía la responsabilidad de no hacerla quedar mal y de no tirarme el experimento. Tenía que mantenerme en el papel. Decidí entonces pedirles a los guardaespaldas que por ningún motivo fueran a dejar que un niño me pidiera un autógrafo. Si lo hacía, tendría que decirle que yo no era Shakira. Nunca supe qué era peor, si quitarles la ilusión o engañarlos.

La verdad es que en el momento no sabía bien qué hacer. No podía suplantarla, pues solo creaba la ilusión. No podía dar autógrafos ni hablar como ella, además si me tomaban fotografías de cerca la gente se podía dar cuenta. La situación la manejó mi jefe de seguridad ese día, que era la editora de fotografía de SoHo, Alejandra Quintero. Ella se encargaba de explicarles a los fanáticos de qué se trataba el ejercicio para tranquilizar a los niños. Sin embargo, había gente que se indignaba porque pensaba que Shakira no la quería atender. En algunos casos, eran amigos o conocidos de ella quienes intentaban acercarse.

Hubo mucha presión durante todo el día. La experiencia resultó ser un laberinto emocional, y en un momento me ‘empeliculé’: pensé que al final, cuando todos supieran que la persona que andaba por ahí no era Shakira, toda Colombia me iba a odiar por impostora. De hecho, creo que todavía existe ese chance, así que advierto que nunca fue mi intención desilusionar a nadie.

Para completar el ‘raye’, tenía que estar preocupada por el peinado, por la boina que me aprisionaba el cerebro y me hacía doler las sienes, por los jeans que me apretaban, por las gafas de sol que no me dejaban ver bien… Y además me tomaban fotografías todo el tiempo, me rodeaban cámaras de video, había mucha gente, los fanáticos, los de SoHo… En fin, debo confesar que estaba muy aturdida. Menos mal que la cantante barranquillera mide veinte centímetros menos que yo (Shakira: 1,52 m; Paulina: 1,72 m), y podía usar zapatos bien bajitos para no verme tan alta.

Ah, y cómo dejar de lado el protocolo de seguridad: tenía dos camionetas (una de vidrios negros y blindada), cuatro guardaespaldas y la jefe de seguridad. Lo más gracioso era que, cuando se comunicaban por radio, ellos se referían a mí como ‘Diamante’ y por eso yo bauticé a la persona que me acompañó todo el tiempo, la estilista Johanna Díaz, como ‘Topacio’. El protocolo consistía en nunca dar a conocer a un curioso la identidad de ‘Diamante’ y no mirarme nunca a los ojos. En realidad no sé si esto último estaba entre las reglas, pero no crucé mirada con ninguno de los guardaespaldas. Hay que entender que el trabajo de ellos era en serio. Tenían la misión de protegerme como si de verdad se tratara de Shakira.

Creo que, de hecho, solo supieron al final a quién le estaban guardando la espalda. ¿Qué tal que, con tanta gente loca y fanática, alguien me hubiera atacado y hubiera quedado yo como la heroína de Shakira? No, terrible. Shakira, ¡cuídate!

Después de pasar por cientos de fotos, miradas de todo tipo y saludos a lo lejos en el centro comercial El Retiro, en Atlantis y en el café Il Pomeriggio, del Andino, llegamos a nuestro último destino: Andrés Carne de Res D.C. Era temprano, antes de las siete de la noche, y todo parecía muy quieto. La gente sí se daba cuenta, miraba a nuestra mesa para comprobar los chismes, preguntaba si sí era quien pensaba que era. Pero la cosa se empezó a complicar a medida que se hacía más tarde, la gente se tomaba sus tragos y perdía la compostura. La situación estalló de verdad, se prendió el alboroto, cuando llegó nuestro invitado especial: Jairo Martínez, actual jurado de Yo me llamo y amigo de Shakira de toda la vida, quien, por cierto, la quiere mucho. Nos dimos un abrazo, había cámaras por todos lados y la gente ya no tenía ninguna duda. De él solo puedo decir que fue un placer conocerlo y que conversamos un ratico agradable.

Ya la gente estaba como loca y yo no podía más de la presión en general (la de la boina en la cabeza, la de los ganchos en el pelo y, sobre todo, la de la gente). Cuando vi cómo iba a ser esa salida me dio pánico, empecé a sudar. Había gente atiborrada frente a mí convencida de que yo era Shakira. A ella le ruegan niños y adultos por una simple mirada, y yo lo único que podía hacer era jugar al mimo: sonreír y saludar. La salida fue tenebrosa, agitada: me golpeaban la cabeza, me estrujaban… Pobre Shakira, todo el día tuve ganas de gritar “¡cálmense que no soy ella!”.

Si no fuera por Shakira, yo no estaría haciendo este artículo, que después de todo fue muy divertido y que para mí es un símbolo de liberación. Tenía pensado hace mucho tiempo hacer Shakira Vol. II. La idea surgió en algún momento mientras conversaba con la gente de SoHo: a ellos les pareció genial patrocinármela y a mí me pareció aún más genial que lo hicieran, porque yo sola, por obvias razones, no habría podido hacerla así: contratar a un equipo de seguridad, camionetas blindadas, logística, etcétera. Todo salió mucho mejor de lo que yo lo esperaba.

Parecerme a Shakira se ha convertido con el tiempo en un tema de conversación, una táctica repetida para romper el hielo. “Qué impresión…”, me dice la gente. O “te han dicho que…”. Luego, todos hacen una pausa antes de completar la frase que tengo grabada en el cerebro mientras yo pongo mi cara de condescendencia. Es simpático cómo esas personas sienten que me están revelando una novedad, que acabaron de descubrir algo, que me va a cambiar la vida… pero no.
Supongo que el parecido puede tener más beneficios que poder hacer este ejercicio o decir que soy su hermana. Y es que cuando entro a un lugar y la gente me mira, pienso si será que esas miradas son para mí o todos están pensando: “Uy, qué parecida es a Shakira”. Tal vez le debo a ella toda la atención que recibo. Y se lo agradezco, porque, aunque no quisiera nunca el nivel de atención insoportable y limitante de ella, tampoco me gustaría que no me voltearan a mirar.

Y aquí no acaban los posibles beneficios. Por ejemplo, podría salir en algún concurso como Yo me llamo y creo que tendría posibilidades de ganármelo. Mi talento, señores y señoras, es parecerme a Shakira. Lo peor es que la imito bien, pues de chiquita lo hacía y nunca se me olvidó.

Otro beneficio podría ser que se hiciera la película de Shakira en Hollywood (probablemente dirigida por ella). ¡Eso sí que sería lo máximo! J. Lo hizo la de Selena y míren todo lo que consiguió. En ese caso, creo que tendría muchas posibilidades de protagonizarla. Haría un buen trabajo, eso se lo garantizo. Lo mejor es que estoy preparada pues, gracias a esta experiencia, ya tengo avanzado el estudio del personaje.

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