17 de noviembre de 2018

Sexo

Confesiones de una dominatriz

Así es el día a día de una mujer que vive de darles placer a hombres que ven en el dolor el mejor de los orgasmos. Sexo y placer para todos los gustos.

Por: Fotografía: Pizarro

Jackie tiene 32 años y trabaja hace un poco menos de cinco como prostituta en una casa del norte de Bogotá en la que, si se ve por fuera, aparentemente no ocurre nada, pero que adentro recibe, entre 10:00 de la mañana y 8:00 de la noche, un promedio diario de 25 hombres que van a cumplir todas sus fantasías sexuales, entre ellas, la que Jackie llama “el arte de la disciplina”. El lugar parece una casa cualquiera de uno de los barrios más tradicionales de la capital. (Lea también: El Marqués de Sade el hombre que inspiró el sadomasoquismo)

Jackie mide 1,75 metros, tiene pelo y ojos negros, y mientras se pasea en ropa interior negra por la sala, deja ver su cuerpo muy bien trabajado en el gimnasio. Se jacta de no haberse operado nunca y de cobrar 250.000 pesos la hora, aunque aclara que “el cliente puede solamente hablar o echarse un polvo, pero si se pasa le cobro una hora más”. Sus papás viven en Cúcuta y no saben que trabaja en esto, simplemente les cuenta que es modelo de protocolo en muchos eventos y ferias del país, excusa suficiente para justificar cómo vive. En esta casa, ella es la “dura” del sadomasoquismo, según dicen las otras doce mujeres que trabajan allí.

¿Por qué decidió trabajar en esto?

Estudié Psicología, pero nunca tuve un trabajo estable, y hace casi cinco años me cansé. Una prima mía de Medellín me contó que trabajaba en esto y que ganaba muy bien, y así fue como terminé aquí. Gano bien, no creo que ninguna empresa me pague esto.

¿Cuánto se puede ganar al mes?

Entre 7 y 20 millones de pesos. Hay días que no vengo porque me siento cansada o a veces me voy de viaje, me gusta viajar a Miami con amigas.

¿Cuál es el negocio para la dueña de la casa?

Ella cobra por los cuartos donde atendemos: cuestan 120.000 pesos la hora, y también les vende trago. (Lea también: Los prostíbulos de los seguidores de Trump)

¿Por qué se especializó en “disciplina”?

Fue una casualidad. Un día llegué de mal genio, tenía mil bollos en la cabeza y me tocó un cliente muy irritante, de esos que creen que porque pagan tienen derecho a todo. Y me empezó a torear, a decirme que si yo estaba muy “bravita”, y él mismo se quitó el cinturón, y cuando pensé que me iba a golpear, me lo dio y me gritó que le pegara. Me gritaba cosas horribles y, en medio de todo, le hice caso y le di unos correazos en la espalda con mucha rabia, sin saber que el tipo estaba superexcitado con eso.

¿Y qué pasó, qué le dijo el tipo?

De un momento a otro se puso de pie, se quitó los calzoncillos y eyaculó… Después se abalanzó sobre mí y me decía: “¡Gracias, gracias!”. Ahí entendí que hay muchos hombres que gozan con el dolor. Con ese cliente todavía me veo de vez en cuando y siempre busca algo de dolor en el servicio que le presto. (Lea también: Cómo debe practicar el sadomasoquismo mitos y verdades.)

¿Qué cosas raras le piden los clientes que quieren estar con una dominatriz?

Hace menos de un mes, uno de mis clientes más frecuentes me pidió que me comportara como una profesora de colegio y que, con una regla de esas de cualquier salón de clase, le golpeara los nudillos de las manos y le pegara cachetadas mientras él, supuestamente, se defendía con un cuaderno y un lápiz en la mano, agachado contra el piso, desnudo, como si quisiera evitar los golpes. Él me gritaba: “¡Perdón, profesora!”, “¡perdón, profesora!”, y no tuve que hacer nada más, ni siquiera quitarme la ropa. Solo le pegué con la regla y él eyaculó. 

¿Cuál es la frecuencia con la que le piden este tipo de servicios?

De cada diez servicios que presto, al menos tres tienen que ver con dominación y disciplina. Cada vez es más normal para mí atarlos a la cama, vendarles los ojos y hablarles duro. Y cuando tengo que ser ruda, lo soy sin problema.

¿Usted también disfruta eso o le toca fingir?

Hay de todo. Hay días en que estoy como con ganas de experimentar y me mentalizo y paso rico. Me meto en el cuento y también logro excitarme mucho y hasta tener orgasmos. Pero normalmente esto se trata de una actuación. A veces me toca vestirme de cuero, ponerme una gorra de policía y amenazar con castigos a los clientes; otras, me toca usar látigos, fustas y golpearlos, a veces suave y a veces duro, dependiendo de lo que ellos quieran. Al final de cuentas, es meterse en un rol.

¿Cómo se mide esa tolerancia al dolor?

Una vez un tipo me pidió algo que me intimidó mucho al comienzo: quería acostarse boca abajo y que yo caminara encima de su espalda con unos tacones muy altos. Le clavaba los tacones y me pedía que lo hiciera cada vez más fuerte. Las marcas eran tales que alcanzó a sangrar. Pero si yo paraba, él se ponía bravo, quería que siguiera hasta el final, y el final era su orgasmo sin que yo tuviera que hacer nada más. El cliente es el que me va diciendo hasta dónde llegar.

¿Y a usted le ha tocado el papel inverso, es decir, ser la sometida?

No me gusta. Una vez traté y no me fue bien, porque los hombres son patanes y confunden eso con el uso desmedido de la fuerza. Ellos pierden la noción de lo que es placentero y lo que ya se vuelve agresividad física real.

¿Pero de alguna manera ha disfrutado el dolor?

Siempre tiene algo de placer. Es como cuando pierdes la virginidad: puede doler al comienzo, pero también es placentero. A muchas mujeres nos gusta que nos cojan duro, que nos jalen el pelo con fuerza, que nos griten cosas, y eso no está lejos de lo que muchos clientes piden. Es también lo que pasa con el sexo anal: duele pero es rico.

¿De dónde saca la ropa, los látigos y las demás cosas que usa para el sadomasoquismo?

Todo lo compré en un sex shop cerca al centro comercial Atlantis. En mi trabajo toca invertir para mejorar: comprar ropa interior, esposas, velas… todo lo que el cliente quiere lo debo tener.

¿Está saliendo con alguien?

Ahora mismo, no. Tenía un novio hasta hace siete meses, pero me terminó cuando le conté de mi trabajo. Salimos como un año y no sospechaba nada, pero un día me dio por contarle y él no pudo con esto. No he vuelto a saber de él. (Lea también: Dominatriz por un día)

¿Se ha enamorado de un cliente?

No. Muchos me ofrecen el cielo y la tierra, me dicen que me case con ellos, me ofrecen otras vidas, pero para mí esto es trabajo y ya.

¿Se vio o ha leído Cincuenta sombras de Grey?

No y no creo que lo haga. Sería como llevarme trabajo a la casa.

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