29 de septiembre de 2016

Sexo

Las confesiones sexuales de Andrea García

La pareja del porno, Andrea García y Cristian Cipriani, acaban de publicar su libro ‘Personalidades morbosas’. Hablan de tríos, la industria pornográfica y su vida sexual. SoHo le trae uno capítulo completo para que se antoje.

Por: SoHo.com.co/ Fotos: Cristian Cipriani
| Foto: Cristian Cipriani

El sexo fue la inspiración de Andrea García y Cristian Cipriani para escribir su libro ‘Personalidades morbosas’. En sus páginas decidieron confesar todo sobre su vida sexual, trabajo como productores de la industria pornográfica y hasta la intimidad familiar que a muchos intriga.

Vea también: Andrea García le dice qué cosas no comer antes del sexo

La publicación, divida en dos partes, es una especie de autobiografía que le puede despertar la imaginación y ser muy útil para su sexualidad. Una fue escrita por Andrea y otra por Cristian. Todas sus capítulos se pueden leer en desorden.

No es un libro para tener en la biblioteca. Es un libro para tener en la mesita de noche. Leerlo y animarse a masturbarse o jugar con su pareja. Así lo resume Andrea. Las experiencias reales y explícitas le pueden servir para saber cómo pedirle a su pareja un trío, un intercambio o medírsele a una orgía.

Para que se antoje, SoHo le trae un capítulo completo del libro que ya está a la venta en librerías y por Internet. 

Fantasías sexuales

Por: @yoandreagarcia

A Cristian le gusta mucho hablar mientras tiene sexo. Yo solo dejo escapar algunas frases cuando estoy en el punto más alto, cuando estoy muy excitada, cuando estoy a punto de llegar. Cuando estoy buscando el clímax, hablar me sirve para encontrar lo que quiero en la cama. Para mí un buen orgasmo es mejor que cualquier droga, y sacar mis archivos de fantasías sexuales justo en ese momento es la mejor forma de alcanzar una culminación de quince segundos que me drogue y me deje lista.

A él le encanta sacarme información, esculcar mi cabeza, descubrir mis fantasías sexuales, invadir mi privacidad, conocer cada una de las cosas que me ponen caliente, por pequeña que sea, algo así como hackear mi lado oscuro. Para pintarles un cuadro más claro, se coloca en posición fetal, se masturba con fuerza y se vuelve loco con tan solo escucharme mientras revelo lo que pasa sexualmente en mi cabeza un martes o miércoles de una semana cualquiera.

La curiosidad sobre cómo opera mi mente cuando de sexo se trata es algo que lo excita y lo perturba. Son muchas las cosas que las mujeres guardamos para nosotras. Pero en algún momento, arrastradas por la confianza terminamos confesando lo que prometimos sería un secreto inviolable. Ya me acostumbré a la oralidad de Cristian, ya sé cómo llevarlo, cómo jugar con su curiosidad. De hecho es mi responsabilidad contarle cuentos, como a un niño pequeño, para que se meta en una película y me dé la mejor revolcada del planeta.

Sin historias, sin fantasías, sin situaciones, sin personajes, sin una trama y un desenlace, Cristian sería uno de esos aspirantes de porno sin erección en el set. Pero en diez años de sexo casi a diario existe el riesgo de agotar las historias. Para evitarlo traigo al juego mental personas con las que hemos interactuado recientemente, las incluyo en una película porno narrada, le digo que tengo sexo con amigas, conocidas y desconocidas, con otros hombres y en diversos lugares.

Todas las historias sirven para que nos olvidemos que somos papá y mamá una noche normal teniendo sexo bajo las sábanas en la cama matrimonial Contarle al compañero sobre el coqueteo con terceros podría terminar en una pelea sin igual para muchas parejas, pero para nosotros no. Nos encanta usar el poder de la coquetería y la seducción en nuestro entorno para luego contarnos detalles en la cama y jugar sobre tonterías que al fin y al cabo logran que tengamos encuentros de otro planeta.

Casi nunca estamos separados, pero si lo hacemos así sea por corto tiempo, tenemos luego miles de historias y de situaciones para construir películas que se cuentan a centímetros del oído en medio de faenas interminables de sexo fuerte. Ahora bien, cuando se habla de fantasías sexuales hay que tener mucho cuidado con lo que se pide y a quién se le pide. En mi caso, al comienzo, el afán de Cris por satisfacerme en todo me hacía pensar que quería algo a cambio, pero después de varios acontecimientos me di cuenta que a él le daba un increíble placer darme gusto en lo que pedía.

Por ejemplo, la vez de los enanos en donde en otra de esas folladas con fábulas y cuentos le dije que quería tener sexo con un enano y días más tarde me rodearon un grupo de enanos toreros y bailarines a darme rosas y tocarme las nalgas en una discoteca de Medellín. En otra ocasión, en una de esas conversaciones tratando de alcanzar un orgasmo, Cristian me interrumpía queriendo sacar más cosas de mi interior, por lo tanto le dije que le revelaría algo sucio.

Le di rodeos un rato, disfruté del preámbulo haciendo que con la intriga se le pusiera cada vez más dura y que sus penetraciones fueran más constantes y profundas. Llevando al punto máximo le dije: “Cris, perdóname, pero tengo que decirte esto: quiero tener sexo con un negro. Sí, con un negro, no un moreno, un negro de ojos redondos, de nariz ñata, un negro, Cris, eso es lo que quiero”. Luego de esa noche lo sentí calmado y muy callado en nuestros siguientes encuentros de cama. Ese parlanchín arrecho que amo y que me toca callar con historias locas estaba maquinando algo. Las siguientes semanas preparamos un importante vuelo de negocios a Los Ángeles. Cerramos un contrato con Penthouse para producir más de doscientas escenas en Colombia, y ese sin duda fue uno de los primeros grandes negocios de nuestra empresa.

Llegar a Los Ángeles, exactamente a la cuna del mundo del porno, fue una de las experiencias más excitantes para nosotros en este negocio. Nos instalamos en un hotel cerca a los estudios de Penthouse, y todos los días de esa semana desde temprano asistimos a capacitaciones y entrenamientos con los directores de la mítica empresa. Una de esas noches nos fuimos a un bar justo en el Universal de Los Ángeles. Ya habíamos terminado la capacitación en el valle de San Francisco, a una hora de ahí, así que montamos todo en el carro y nos movimos más cerca. Llegamos a una discoteca llena de afroamericanos y mexicanos que estaban agrupados en dos grandes bloques, tal como en las películas de pandilleros.

Pedimos un cóctel en la barra y nos entregaron una jarra enorme llena de una mezcla dulce de “algo con algo”, uno de esos cócteles que te matan de la resaca al día siguiente. Vi a Cristian al teléfono varias veces hasta que por fin me di cuenta de qué se trataba: había invitado a Marc y a John-John, dos actores que meses atrás habíamos llevado a rodar en Colombia y que vivían en Los Ángeles. Hasta ahí todo parecía normal.

Estos actores tenían una particularidad: un súper poder, una verga enorme que bien podía ser otra pierna. John-John es un tipo alto con grandes labios y mirada triste, lleno de tatuajes que apenas se ven en su tez negra. Es uno de los actores favoritos de Brazzers, de hecho es uno de los personajes de la serie MILF Likes It Black y ha estado por años en la industria, mientras que Marc es menos reconocido pero más amigo de Cristian e igual de talentoso y profesional que John-John. En el bar el ambiente se puso pesado; los tipos que llegaban al sitio parecían sacados de la ficción.

Se sentía la rivalidad entre los mexicanos y los negros, en general, el racismo de estos tiempos; sin embargo, al tratarse de un establecimiento tan grande y famoso no había forma de que pertenecieran a ninguna pandilla en particular. De un momento a otro empezó un concurso de twerking, donde las chicas se subían al escenario a mover las caderas al ritmo de la música y con el valor que da el licor me dije: “¡Qué demonios, acá nadie me conoce!”.

Así que me subí y me uní a las participantes. Ya tenía varias de esas jarras de cóctel asqueroso encima así que fue fácil dar la pelea en el escenario entre negras y latinas. Al bajar del escenario, una especie de jefe mexicano del grupo de tatuados sin camisa que me estuvo haciendo barra, me haló del brazo y me dijo: “Oye blanquita, vengase para acá y se toma una foto con nosotros. No sé qué hace con ese par de negros y ese talibán de allá”. Por cordialidad le dije que con gusto me tomaba la foto pero que venía con ellos; así que se sumaron unos quince mexicanos, se pusieron casi que de espaldas mostrando los tatuajes y dispararon varias instantáneas conmigo en medio.

El licor ya tomaba el control de nuestra razón por lo que nos fuimos de ahí, bajamos caminando un par de cuadras medio borrachos para encontrar el hotel y despedirnos de Marc y John-John, pero Cristian insistió en tomar otra botella de vodka que teníamos en la habitación. Caminamos los tres porque John-John fue por su Jaguar negro al parqueadero de Universal y llegó al hotel poco después. Entramos a nuestra pequeña habitación y Cristian sirvió una ronda de tragos mientras hablaba medio borracho en inglés con los actores.

Ninguno de los invitados se sentó en la sala; cada uno se acostó a un lado mío en la cama mientras que Cristian bajaba un poco la intensidad de las luces. De inmediato el cerebro me envió un choque eléctrico en señal de alerta tan solo de imaginar que Cristian estuviera planeando algo, y el ver como estos dos tipos se acostaban en la cama mientras se tocaban sus enormes vergas me confirmaba las sospechas.

Yo encendía la luz, pero Cristian volvía a bajarle la intensidad, mientras que los dos negros se ponían cada vez más cómodos y armaban carpas de concierto en los pantalones. No sabía qué hacer en ese instante y como no tengo puntos medios de sutileza para decir las cosas, saqué a Cristian del brazo de la habitación para confrontarlo: “¡Me sacas ya ese par de negros de la habitación! ¿Qué estás pensando? ¿Qué se te pasó por la cabeza? ¿Estás loco? ¡¡¡Si crees que me voy a culiar ese par de negros estás completamente demente!!!” Grité tan duro que hasta la gente del piso de arriba se asomó por el balcón a curiosear la situación, mientras que John-John sacaba su cara por la puerta entreabierta que daba al pasillo donde estábamos nosotros. Cristian en medio de mis gritos decía: “Amor, la verdad no te entiendo, tú querías esto, querías tener sexo con un negro y te traje dos; de hecho, son dos actores porno; eso es mucho mejor, yo solo quiero hacerte feliz”.

De inmediato se vino a mi cabeza el instante de esa conversación de cama con la que despaché a Cristian una noche de cuentos y fantasías sexuales, donde le conté que lo quería hacer con un negro. Bajé mi voz y le dije: “¡Yo si quería tener sexo con un negro, pero no como ellos sino como Lenny Kravitz”! Esto sucedió hace mucho tiempo; luego empezamos a volver realidad las cosas que pedíamos en la cama. Después de esos incómodos dos momentos de negros y enanos logramos llegar a un nivel de seguridad y confianza en donde podemos contarnos las fantasías buscando de cierta forma la aprobación del otro para hacer que sucedan.

Lo que más odio en la vida es la mentira, así que poder encontrar una persona con la cual todo sea posible y no sea necesario mentir, con la cual contarnos fantasías que en la mayoría de los casos se quedan en solo fantasías es divertido.

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