27 de septiembre de 2018
Sexo
Eyaculación femenina
Le pedimos a una escritora que participara en un inusual taller de ‘squirting’ en Bogotá. Así fue su búsqueda de la verdadera fuente del placer.
Por: Nancy Prada Prada / Ilustraciones: Miguel Ángel Sánchez y Gabriel HenaoEn la pared blanca se proyecta ampliada la imagen de una vulva, sobre la que un dedo ubica cada parte al mencionarla:
—Aquí está el clítoris y aquí la uretra. Aquí, muy cerca, las glándulas de Skene, las que producen la eyaculación. No hay que confundirlas con las glándulas de Bartolini, que están debajo de la entrada de la vagina, aquí.
Era el segundo piso de una casa en Santa Bárbara, en el norte de Bogotá. Treinta y cinco personas, diez hombres entre ellas, habíamos atendido la convocatoria virtual. “Eyaculación femenina - La danza de la lluvia”, decía la pieza publicitaria que citaba para un viernes de agosto a las ocho de la noche y prometía un espacio para conversar sobre “todo lo que siempre quisiste saber sobre el squirt y nunca te atreviste a preguntar”. Incluía la imagen de un grupo de mujeres en bikini, muy delgadas, muy blancas y muy rubias, que disparaban sonrientes sus pistolas de agua.
—Primero habíamos puesto la imagen de una mujer que había eyaculado, aunque no se veía ella, solo las sábanas mojadas, pero siempre hay alguien que se ofende —me aclara Mario, el conferencista, cuando le digo que semejante publicidad casi me disuade de asistir.
Mario Manrique, abogado, 33 años, padre de un niño de 6, divorciado, y ahora maestro en formación de kundalini yoga, recita su explicación. Todo en él es largo. Es más alto que la media colombiana. Lleva el cabello, tan oscuro como el bigote y la barba, recogido en una cola de caballo que le alcanza la mitad de la espalda mientras cede espacio al óvalo agudo de su rostro. Usa un piercing en la ceja derecha y una manilla de cuentas de madera en la muñeca izquierda. Aprieta los ojos y sacude ligeramente los hombros antes de dar una respuesta, un tic de bisagra entre el momento que ya fue y una idea nueva.
—Si por un lado hay tabú —concluye Mario, antes del tic—, por el otro hay banalización, como en los torneos de squirt.
Se refiere a estrategias publicitarias de algunas productoras y distribuidoras de pornografía, como Sexmex, Pornhub o Yonitale, en las que actrices porno compiten por ser la que más rápido eyacule. Si bien la dimensión de tales eventos está lejos de convertirlos en un verdadero “campeonato mundial de orgasmos”, así es como se anuncia cada año la elección de la nueva reina del squirt.
No obstante, las vacilaciones que llenan los textos virtuales al respecto confirman que todo sigue estando bajo sospecha. Saldría. Sería. Dicen que. Se hallaría. Estaría. “No tiene base científica alguna”. Es una “supuesta” eyaculación. Entonces Mario arranca por el comienzo.
—Primero, mis hermanos, la eyaculación femenina sí existe.
Luego nos cuenta que aprendió lo que sabe de manera empírica. A fuerza de ensayo y error, con muchas mujeres. Una suerte de trabajo de campo en eyaculación femenina.
—“Trabajo de cama”, como lo llamó mi maestra, María Ferrer.
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En el tantra, un camino espiritual de origen indio que apunta a la ampliación de la conciencia, la eyaculación femenina se entiende como un néctar sagrado. Según sus practicantes, la naturaleza de los hombres es de fuego, por lo que se encienden con facilidad pero se consumen pronto. De ahí que su trabajo espiritual se oriente a mantener en el cuerpo toda la energía que pierden en cada eyaculación. Las mujeres, en cambio, son agua, y el agua puede durar mucho en hervor, así que en ellas la energía se potencia, no conteniendo, sino derramando.
—La eyaculación de las mujeres es un evento sagrado, significa compartir el néctar de la naturaleza femenina al que llamamos amrita —me explica María, en su consultorio.
Tiene 41 años, un tercio de ellos dedicado a una exitosa carrera corporativa como gerente de mercadeo. El encaje rojo de la blusa añade color a su rostro bronceado de frente amplia. No usa maquillaje. Su cabello castaño le cae sobre los hombros. Se formó como profesora de esta corriente yóguica en Estados Unidos y desde hace cinco años dirige la línea de tantra en Dhakini, fundación que abrió junto con Samuel, su compañero, con quien tiene una hija pequeña. Mientras come una porción generosa de melón en cuadritos rociados con menta fresca, continúa.
—La eyaculación solo puede ocurrir si la mujer entra en estado de surrender, de rendición. Todas podríamos hacerlo, pero a la mayoría no le ocurre porque tiene bloqueos emocionales.
Me explica que por eso es necesario liberar las misconceptions, los prejuicios que se tienen en torno a la sexualidad, y abandonar el enfoque goal oriented, porque al perseguir una meta se deja de estar abierta a la magia del encuentro.
El background de María es evidente.
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Entre los participantes del taller noto en particular a Nataly, la mujer de cabello largo sentada en flor de loto sobre una silla alta, a un costado del salón, que interviene en repetidas ocasiones. Cuando hablamos a solas comienza por aclarar que en cada mujer resulta distinto, pero que para ella sucede así: primero estimulación oral, que le provoca una eyaculación escasa, muy libre pero sin éxtasis. Luego penetración, que la hace eyacular en abundancia. Solo al final viene el orgasmo.
—Es como caer en un mar, literal. Me dejo rendir y me caigo y floto. Hoy puedo decirte que soy capaz de mojar un colchón entero —afirma cuando hablamos de la cantidad.
Nataly Garzón dejó su trabajo como productora audiovisual hace seis años, cuando abrió la tienda virtual Sexysentido.com, proyecto que concibe como boutique sensual, “porque se trata de despertar los sentidos para de verdad amar desde la conciencia”. Tiene 35 años, 54 kilos, dos carreras, un marido y una hija. Se inició en tantra hace cuatro años, junto a Mario, en la escuela de María. El camino espiritual le ofreció otros sentidos a lo que ya hacía desde el comienzo de su vida sexual: eyacular.
—Hay unas parejas con las que sí y otras con las que no. Ahora entiendo que se debe a la conexión.
Habla mucho de eso. De la confianza en la otra persona. De la entrega. Del amor que se comparte en ese instante. De la dedicación que debe prodigársele a su cuerpo para que ocurra. Me recomienda el libro La mujer multiorgásmica.
Eventos como en el que nos encontramos tienen lugar cada vez con mayor frecuencia alrededor del mundo. En Toronto, Shannon Bell, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de York, lleva más de dos décadas realizando talleres de eyaculación femenina, fascinada con lo que el cuerpo es capaz de hacer una vez sabe cómo. Está segura de que eyacular es posible gracias a una técnica corporal que deviene en declaración política. “Me dio una increíble sensación de poder y control sobre mi cuerpo, además de muchísima diversión”, declara en How to Female Ejaculate, el video que produjo en 2002. En Minnesota, la activista lesbiana Deborah Sundahl, autora del libro Female Ejaculation and the G-Spot, realiza sus propios talleres, que considera urgentes, pues, como la cita el diario El Confidencial de Madrid, “hay 60 por ciento de mujeres que aguantan su eyaculación sin saber qué es eso”. En Lima, el colectivo de jóvenes La Manada Feminista convocó a su primer taller de eyaculación femenina en septiembre de 2016, nada menos que en el campus de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
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Durante la vida embrionaria algunos cuerpos desarrollan una glándula llamada próstata, mientras que otros desarrollan glándulas de Skene. En ambos casos se produce en ellas antígeno prostático. Las glándulas de Skene se localizan alrededor de la uretra y colindan con la pared anterior de la vagina, la que está más cerca del pubis. Gracias al médico alemán Ernst Gräfenberg conocemos esa zona, de textura rugosa, como punto G (aunque, en realidad, no es un punto, como muchas búsquedas infructuosas sugieren, sino toda una pared vaginal). Con la estimulación adecuada en el punto G las glándulas de Skene se llenan de antígeno prostático, que es expulsado con presión a través de sus orificios externos (a veces ubicados dentro de la uretra, a veces junto a ella), por lo que a este acontecimiento se le ha llamado también eyaculación femenina.
Con una explicación parecida, Mario abrió el único de sus talleres que no se detuvo en la teoría. Me cuenta que sucedió hace tres años. En aquella ocasión, catorce personas, en su mayoría psicólogos y terapeutas sexuales, se dieron cita en la habitación acondicionada para yoga de un apartamento capitalino. Cojines en el piso, flores, velas aromáticas. El público, atento, aguardaba la anunciada demostración en vivo.
—Antes habíamos dictado solo una charla y se había transmitido por Facebook. Una sexóloga, dedicada a terapias de pareja, lo vio y me contactó. Elizabeth. Hablamos mucho. Le conté que a mí me interesaba compartir esto, pero que tal vez la única forma efectiva era mostrarlo. Muy loco yo que se lo propuse sin más, pero más loca ella que me dijo “de una”.
Elizabeth está tendida en medio del salón, con las piernas abiertas y la vulva expuesta. Mario, de pie junto a ella, comienza a estimularla con una mano, mientras continúa las explicaciones directamente sobre su piel. Abre los labios, señala el lugar donde deben estar las glándulas, enseña el movimiento correcto de los dedos, la intensidad que debe imprimírsele, la constancia. Algunos toman apuntes.
—Entonces me doy cuenta de que no va a suceder. Se necesita que sea verdad lo que uno está transmitiendo, pero lo vi solo en ese momento. Lo que estaba haciendo era explicarle a un público mientras me olvidaba de ella. Supe que así nunca iba a pasar.
Mario se detiene, retira la mano de entre las piernas de Elizabeth, le da la espalda al público y la mira a ella, a los ojos. Se le acerca al oído y le susurra un inconfesable chiste interno. Instala en medio de la sala un espacio privado, solo para los dos. —Confío en ti—, le responde ella. Él le acaricia los senos, sin dejar de mirarla y continúa bajando. Cuando finalmente se instala de nuevo en su vagina, una pareja comienza a besarse. Mario hace lo que antes dijo que debía hacerse, hasta que Elizabeth eyacula. No ha dejado de mirarle el rostro, así que la ve abrir los ojos, al final del placer, y sonreír. Él entiende que es suficiente.
—Cuando volvimos a empezar ya no explicamos nada más. El que entendió, entendió.
Solo después de que Elizabeth se viste y regresa al grupo, se retoma la palabra. Todos tienen muchas preguntas, así que la conversación se prolonga.
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En nuestro taller también hubo espacio para las preguntas. Casi siempre son las mismas.
—¿Lo que sale es orina?
—No, es antígeno prostático.
—¿Y por qué a veces huele a orina?
—Porque dada la cercanía de los conductos, puede contener mínimas cantidades de úrea. Pero casi siempre es transparente e inodoro. A veces me huele a coco.
A veces a avena cocida, dirá la Pornoterrorista, performer española experta en estas lides.
—¿De verdad sale con presión?
—Sí, mucha. Pero según la postura se notará o no.
—¿La eyaculación femenina es lo mismo que un orgasmo?
—No, igual que la masculina. Hay orgasmos sin eyaculación y eyaculaciones sin orgasmo.
—¿En serio es distinto a orinarse?
—En serio.
—Pero, ¿es como lubricar?
—No, es distinto. La lubricación es mucho más viscosa y proviene de las glándulas de Bartolini.
—¿Y se siente como ganas de orinar?
—Parecido, porque al hincharse de líquido las glándulas de Skene presionan la uretra.
—¿Y entonces?
—Entonces quien asume la energía masculina no debe parar y quien asume la energía femenina no debe tensarse. La sensación debe ser de entrega.
—¿Una mujer puede eyacular varias veces seguidas?
—Sí, y por eso la logística es importante. (Risas)
—No es tan chistoso cuando ves que el colchón se echó a perder. Pero ya venden sábanas aislantes para eso.
—¿Esa eyaculación cumple alguna función biológica?
—Sí, ayuda a la regulación hormonal. Y quien la recibe puede beberla. Los libros sagrados dicen que el amrita debe ser tomado directamente de la fuente. Es como tomar un trago muy fuerte. Y nutritivo.
—Pero ¿exactamente cómo se hace?
—Estimulando la zona G, con una parte del cuerpo o con un objeto. Hay posiciones y movimientos que ayudan. También es posible con sexo oral, pero para principiantes la mejor alternativa son los dedos.
—¿Seguro que es una cosa distinta a orinarse?
—Seguro.
***
Noviembre de 2011. Una amiga cercana me pide que le explique cómo es que algunas actrices porno tienen orgasmos en los que expulsan líquido a gran velocidad. Tengo 31 años y ya he terminado mi maestría en Estudios de Género. Le digo lo que sé: que una amiga de un videochat de sexo me contó que ellas tienen un truco, una jeringa bien acomodada que, accionada en el momento adecuado, hace parecer que el chorro sale de la vagina. Que la información seria es contradictoria. Que solo conozco a dos personas que dicen haberlo visto, y que ambos son hombres. Que aunque yo a veces dejo charcos en la cama, nunca ocurre así, con propulsión. Que, dado lo anterior, creo que los tales chorros son un mito.
Enero de 2013. La Pornoterrorista se presenta en Bogotá. Se trata de Diana Jouvet, poeta y performer radicada en México, una figura destacada de la escena posporno y del feminismo punk que nos cautivó a muchas durante la primera década del 2000. Por primera vez en la ciudad, en un teatro del centro, presenta su performance Pornopoética, hardcore queer. He devorado sus textos y los de sus pares: el blog Girlswholikeporno, María Llopis, Itziar Ziga. He escuchado por internet sus entrevistas y sus talleres de eyaculación. Pero Mario tiene razón: hay que verlo para terminar de creer. Esa noche Diana sale al escenario completamente desnuda y recita algunos poemas mientras se clava agujas en las cejas. Los hilos de sangre terminan por empaparle el rostro. Suceden otras cosas, y luego, lo que más espero: se tumba sobre un cubo de madera y comienza a masturbarse. Lo suyo es otra cosa: un grito de inconformidad, una afirmación de la existencia, y del placer. Después le pide a alguien del público que le haga fisting. No se me ocurre ofrecerme, aún no sé cómo hacerlo. El teatro está lleno. Cerca de ciento cincuenta personas atestiguamos la escena, en silencio, enfrente cada quien de sus propias fantasías. De sus propios fantasmas. Finalmente, su orgasmo explota en forma de chorro generoso, que alcanza las dos primeras filas del público. Estoy ahí. Tengo la certeza de que no hay truco.
Noviembre de 2014. Por fin me ocurre a mí. No siento vergüenza. Estoy con mi pareja de años, solas en nuestra cama, desconectadas del mundo, y nos dejamos estar en la intimidad de ese acontecimiento, rito iniciático de los orgasmos renovados que estaban por venir.
Agosto de 2018. Un mes antes me habían llamado de SoHo para proponerme un texto sobre eyaculación femenina. El día anterior, en Medellín, había tenido lugar un evento que incluía entre sus conferencias una titulada ‘¿Quieres un squirt?’. Tal vez de ahí el renovado interés de la revista. Pensé en mi deuda con la amiga que siete años atrás me pidió explicaciones, en la novia de la primera vez que continuó su trabajo de cama en otras camas, en las amantes libres del presente. De ahí mi renovado interés. Pronto encontramos la invitación al taller de Mario. Llegué tan temprano que en la primera pasada vi todo cerrado y seguí derecho. Regresé en punto de las ocho, ya con la amiga que había invitado para no asistir sola. En la fila para registrarse noté algunas parejas. Antes de que todas termináramos de consignar nuestros nombres, el hombre de aspecto alargado nos invitó a subir. Nos acomodamos en sillas tapizadas de azul, dispuestas a manera de auditorio, frente a la mesita que sostenía el video beam. En otra mesa, un velón blanco encendido. Casi dos horas después, cuando iban a ser las diez de la noche del viernes, la charla terminó. Afuera, aguardaba la ciudad recién llovida. Adentro, nuevas ganas de llover.
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