29 de enero de 2023
Protagonistas
La excombatiente de las Farc que cambió el teatro de la guerra por el de la actuación
Sarah Luna Ñustes se convirtió en la primera ex Farc que se gradúa como actriz profesional. En esta conversación se quitó esa careta para hablar de su reclutamiento, la vida sexual en la guerrilla y lo que enfrentó en el bombardeo al ‘Mono Jojoy’.
Por: SoHo.coEn el mundo militar se emplea el concepto del “teatro de la guerra” para definir una ubicación en la que se llevan a cabo las hostilidades, los combates y enfrentamientos. Muchas de las ocasiones en las que Sarah Luna Ñustes escuchó esta expresión dentro de los campamentos de las Farc en los que vivía al oriente del país, habrá pensado en su sueño, ese que por aquel entonces estaba dormido y embolatado.
Sarah quería ser actriz de teatro, ese que se hace literalmente sobre las tablas y no en medio de la selva, pero el destino le tenía una ruta más larga, en la que terminó siendo combatiente, profesora, enfermera, a veces psicóloga, y finalmente, firmante de paz.
Todo comenzó en los años 90, mientras la guerrilla de las Farc arreciaba su enfrentamiento con el Estado y llevaba sus acciones armadas de la periferia a los centros urbanos del país, Sarah, que por entonces era una niña, estaba en casa desde donde se inventaba dramas y películas en los que ella era la protagonista. No se alcanzaría a imaginar que el protagonismo que tendría años después sería en la vida real, cuando se pusiera el camuflado y las botas.
Fue hasta la adolescencia que finalmente se decidió a materializar su gusto: “Me inscribí a un curso de teatro, danzas y televisión. Todo me encantaba: el ensayo, las clases, aprender sobre las dinámicas del teatro y hasta la presentación misma”, cuenta esta mujer de 36 años y cabello negro ensortijado mientras hace memoria de su iniciación en el arte dramático.
“Recuerdo mucho que la primera vez que me subí a un escenario me sentí tan feliz, que me dije, ‘esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida’”, cuenta Sarah con una sonrisa en la cara, aunque no hubiera ocurrido así. “Hice un corto, me fui para las Farc y allá duré 11 años”. El mundo de las tablas cambiaba por el de las armas.
“Me voy para una ONG”
Antes de terminar en la selva, Ñustes tenía una vida normal. Vivía con sus papás y hermanos en Bogotá, su ciudad natal. Después de terminar el bachillerato a los 15 años, empezó a pensar en qué trabajar para poderse pagar la matrícula de la universidad, pues en sus palabras dice que “no era una opción” que sus padres se la pudieran costear. Hizo cuatro semestres, hasta que se ahogó en deudas y se colgó en los pagos, pero la vida universitaria le dejó una herencia.
Hizo amigos con los que empezó a tener charlas sobre películas, libros y música, lo que poco a poco y sin darse cuenta empezaron a mezclar con documentos políticos, hasta finalmente terminar acompañando algunas marchas. Ella ya hacía parte de una célula clandestina del Partido Comunista Clandestino, brazo político que las Farc habían creado tras el exterminio a la Unión Patriótica.
Un día de 2005, en medio de ese contexto, conoció a una mujer a quien ella llama “Valentina”, quien le vio gran interés por el mundo de la guerrilla y le planteó llevarla a hacer un supuesto curso de seis meses dentro de las Farc. Para ese momento, Sarah ya había desertado de la universidad y estaba agotada por los trabajos que tenía que hacer, así que esta opción se convertía en una vía de escape. El problema era cómo contarles a sus papás.
“Le dije a mi mamá que me iría con una ONG que estaba ofreciendo una labor social, que era alfabetizando niños en el campo”, recuerda con algo de gracia. “Claramente estaba mintiendo, no le iba a decir a ella que me iba a hacer un curso en la guerrilla”, asegura, sin imaginarse en ese momento el problema tan grande que se iba a armar.
Pasaron los días y ella confirmó lo ingenua que era la posibilidad de llamar a su mamá desde “un lugar en las montañas de Colombia”, como firmaban las Farc como su lugar de ubicación. “Yo le dije a ella que volvía en un mes y pasado ese tiempo pensaba llamarla a decirle que la alfabetización me estaba gustando y podría quedarme más tiempo. Pues resulta que nosotros ni señal teníamos y claro, por motivos de seguridad, no nos podíamos comunicar”.
Así que lo primero que se imaginó su mamá era que Sarah Luna -su nombre de pila no lo dice, ya lo olvidó- estaba desaparecida e interpuso la denuncia. “Ella acude a la Fiscalía y me termina generando un problema a mí, porque cuando le preguntan qué libros leo, qué música escucho, con quién ando, atan cabos y ya saben que estoy allá”. Así que ya era un hecho que hacía parte de las filas de la guerrilla, un lugar del que nunca más salió, sino hasta que uno de los negociadores de La Habana les confirmó: “la paz con el gobierno se firma...”
El día que nos vemos para esta entrevista con SoHo, se le ve nerviosa, el pánico escénico lo venció ante las tablas pero no tanto ante los micrófonos. O por lo menos eso aparenta al comienzo porque con el paso de los minutos, Sarah se distensiona como si estuviera ante su público y empieza a contar detalles e infidencias de la atípica vida en la guerrilla.
Amor y sexo en la selva
“Las relaciones de pareja fue lo que nos hizo poder sostener tantos años de conflicto”, con esta frase, Sarah resume lo que significaban las relaciones amorosas y sexuales dentro las Farc, en un escenario que se desarrollaba con incomodidades, el difícil anhelo de la privacidad, pero al mismo tiempo con una filosofía más liberal -o libertina- que el que pueda conocer la mayoría.
Aún con el discurso de la guerrilla muy presente en su relato, Ñustes se atreve a explicar lo que facilitaban esos vínculos, que no eran entre novios, sino entre ‘socios’ y ‘socias’. “Las relaciones se daban de manera libre y espontánea, porque cuando eres igual que la otra persona, cuando no hay diferencias económicas y sociales, era muy lindo. Siento que los hombres y las mujeres en la guerrilla se unían por el simple capricho de estar juntos”.
Probablemente esa misma filosofía fue la que tuvieron que aplicar cientos de secuestrados, víctimas de las Farc, que también buscaron la manera de expresar sus necesidades afectivas y sexuales en el cautiverio. De ahí que muchos de ellos, según cuenta Ingrid Betancourt en su libro, terminaron con la regla de oro: “lo que en la selva ocurre, en la selva se queda”.
A pesar de que a la Justicia Especial para la Paz -JEP- han llegado informes de 894 hechos de abuso sexual en las filas de la guerrilla, Sarah dice con firmeza que ella no fue víctima y que las relaciones que sostuvo fueron consentidas. “No había nada mejor en la vida que estar a las seis de la tarde, con su compañero de caleta, acostados, fumándose un cigarrillo”, afirma también con nostalgia y romanticismo sobre los días y las noches en los campamentos.
Sin embargo, suelta una frase cruda que en la selva estaba llena de realidad: “Las relaciones se vivían muy intensamente porque en la guerra no sabes si vas a estar muerto al otro día”.
La noche del bombardeo al ‘Mono Jojoy’
Durante una visita a la base militar de Larandia en Caquetá, el entonces presidente Juan Manuel Santos dio la orden: una semana después estaría en marcha la ‘Operación Sodoma’ para capturar o dar de baja al ‘Mono Jojoy’, el jefe militar de las Farc. Las evidencias de inteligencia daban cuenta de que Víctor Julio Suárez, su nombre real, estaba en un campamento de 300 metros de largo y en esa zona, a 179 kilómetros de Bogotá, había además otros 10 campamentos que tenían túneles y otras vías de escape. En uno de esos lugares estaba Sarah.
Ella recuerda, con ojos encharcados, cómo vivió ese momento en la madrugada del 23 de septiembre de 2010. “Nosotros teníamos un campamento como a 20 minutos caminando. Eso fue impresionante porque yo estaba profunda y como a las 2 de la mañana lo que me despierta no es el sonido del avión, sino el sonido de la bomba cayendo”, afirma Ñustes que compara lo se veía y escuchaba en el cielo como la noche de Navidad, “como si fuera pólvora”.
Todo sucedió muy rápido. Hoy Sarah cuenta que escuchaba el ensordecedor sonido de lo que, según reportes oficiales, fueron por lo menos 50 bombas de alta precisión, cayendo del cielo. “Abrí los ojos y me senté, uno tiene una reacción automática de sentarse y ponerse las botas para salir a correr”, asegura la hoy actriz. “Yo recuerdo mucho que hice eso, me senté y de un momento a otro sentí que mi compañero me cogió y me arrastró hacia la trinchera. No me alcancé a poner las botas, terminé con ellas en la mano”.
Según relata, fue tan solo segundos después de que ella estaba dentro de la trinchera que los protegía a ambos, que la bomba más fuerte hizo impacto en tierra. “Esa fue la bomba que mató al Mono”, afirma sin tener la certeza plena pero con la intuición clara. “Después de ese momento siguió un ‘aguacero’ de bombas”, concluye.
La graduación
Transcurrieron 4.460 días para que Sarah pasara de sobrevivir a uno de los bombardeos más intensos del Ejército colombiano, a estar frente a un cartón de 29 centímetros de ancho y 42 de alto, el que le certificaba que era la primera actriz profesional que había salido de las filas de las Farc. En su caso, las cosas habían ocurrido al revés: primero hizo la práctica como protagonista de una película que puede mezclar acción, drama y, quizá, a veces comedia y después había estado como estudiante de la Universidad Distrital.
En la sede La Macarena de la universidad, donde recibe su diploma, Sarah viste de dorado, un color que en algunas religiones está relacionado con la sabiduría, el aprendizaje y el conocimiento. Ella pasó por los tres en una larga ruta por cumplir su sueño, de aquellos ensayos en casa cuando aún era una niña, hasta la realidad de poderse parar frente al público a interpretar personajes; incluso ya lo ha hecho con la hoy ministra de Cultura, Patricia Ariza, quien ha sido un importante apoyo para ella y con quien creó una obra llamada ‘Paz Anhelada’, que engloba sus dos vidas: como firmante del acuerdo de La Habana y ahora como actriz.
“Sabía que iba a ser un día especial. Fue algo muy lindo el estar en la ceremonia y recibir mi diploma, me sentí muy feliz porque la luché”, sentencia Sarah mientras el telón de esta entrevista se va cerrando. La guerra es una puesta en escena de la que ella jamás quisiera volver a ser protagonista.