3 de septiembre de 2002

Testimonio

Ibiza,donde el pecado no existe

El enviado especial de SoHo vivió a fondo las fiestas de la única isla del mundo que está rodeada de sexo por todas partes. Aquí está su testimonio.

Por: Juan Pablo Meneses

Podría decir que son las tres de la tarde de un lunes cualquiera de julio y que estoy tumbado al sol en una playa de Ibiza. Agregar que el lugar, llamado Satrincha, tiene fama de licencioso y que la revista People ?en uno de sus siempre desmoralizantes rankings? lo eligió como el sitio del planeta donde hay más personas hermosas por metro cuadrado. No mentiría si cuento que a mi derecha están dos francesas: una mulata y otra rubia, dulcemente desnudas, que duermen de la mano tras fumarse un gigantesco porro de marihuana. Y agregar que a pocos metros, en el chiringuito de Satrincha, está Jonathan, un Dj local que pincha relajadamente su colección privada: ideal para rebotar el éxtasis. Y decir que hay una camilla de masajes donde una chica de cintura dura y cola parada recibe las manos aceitosas de María, la masajista en topless que escarba con sus dedos largos todos los recovecos del entregado cuerpo de su clientela. Podría añadir que el litro de sangría cuesta 10 euros, que el mar es transparente y tibio, que las parejas se arman fácil y que todos bailamos sobre la arena con una única misión: esperar que la noche aparezca luego, en el sitio con las fiestas más desmedidas del mundo.

Mientras un crespo de cuerpo andrógino se lanza al mar con una copa en la mano, pienso que podría parafrasear a Wolf, aquel viejo hippie alemán que conocí en el ferry de Barcelona a Ibiza. Wolf lleva veinte años recluido en la isla, usa el pelo largo, tiene la cara colorada, una novia joven, una moto gigantesca y alguna vez fue el periodista de batalla de la UPI Berlín antes de dejar todo. Y Wolf me dijo:

Yo estoy exiliado en Ibiza. Pero es perfecto. La isla tiene una magia que te permite ser libre. Al mismo tiempo que yo estoy acá, viviendo una libertad espiritual, mis amigos periodistas siguen allá, haciéndose trampas entre ellos, víctimas de sus egos tan, tan, eh... ?y mientras buscaba la frase exacta, Wolf le dio una pitada a su cigarro de hachís? lo tengo... ¡tan ridículamente interesantes! ?y en su carcajada lanzó una bocanada de hierba que casi adormece a media tripulación?.

Pero no lo haré. No partiré así. Podría ser un exceso ?propio del lugar desde donde escribo, por lo demás?. Prefiero advertir que no todo lo que encandila es diamante. Ni siquiera el cuerpo bronceado de Mary, esa bailarina holandesa que se mueve muy lindo cada madrugada en la discoteca Pachá y que una noche me dijo al oído: ?He trabajado en Amsterdam, en Roma y en Río de Janeiro, y nunca estuve en mejores fiestas que las de Ibiza. Nunca, querido?.

Hippies

Tras el fin del Summer of Love californiano y la euforia del Mayo francés del 68, se produjo una verdadera dispersión de la juventud de aquellos años. Dos fueron los destinos que comenzaron a correr de boca en boca entre los hippies más radicales: Katmandú, en Nepal, e Ibiza en España.

La historia cuenta que en 1967 llegó el primer ácido a España, y obviamente su destino fue esta isla. Rápidamente el consumo de marihuana, hachís y LSD se hizo tan masivo como la cerveza, la lechuga o el intercambio de parejas. Por esa época comenzaron a abrirse los primeros bares y discotecas del lugar: La cueva de Alex Baba, Lola?s Club y Amnesia. A comienzos de los 70 ser hippie todavía olía bien, a reputación y a buena cuna. Por lo mismo, por los clubes de Ibiza empezaron a desfilar las personas más hermosas y libres de toda Europa.

Pero es a mediados de los 70 cuando Ibiza tiene su despegue a nivel mundial. Una de las causantes fue Smilja de Mihailovich, una diseñadora que inspirándose en estas playas inició la moda Ad Lib: ropa suelta, blanca, pura, con detalles sofisticados de encajes. Huéspedes ilustres de la isla comenzaron a vestirse al estilo Ad Lib: Roman Polanski, Mick Jagger y una corte de obedientes princesas, condesas y actrices. Ahí se inician los reportajes donde se menciona a Ibiza como la isla de la moda, la libertad sexual y el consumo de drogas.

Acá se ligaba mucho. Todavía se liga mucho ?me dice Teresa Aveilleira, una divertida argentina que llegó a Ibiza en el 76, luego de que su suegro abogado fuera desaparecido por los militares de Videla?. Ninguno de los hippies está gordo o muy decadente. Todos nos tratamos de mantener bien. Comemos poco, mucha verdura. Y a los hombres de acá les gusta ligar mucho con jovencitas, así que están obligados a mantenerse divinos.

Durante algunos años Teresa dio clases de yoga (y viajó varias veces a la India, como cualquier veterano de Ibiza que se respete). Pero ya abandonó esas clases por otras, bastante más terrenales.

A las clases de yoga llegaban las chicas, apagaban el cigarro todas histéricas y decían: ?Ya, quiero cambiar mi vida?. ¡Y así no podés! ¿Quién va a cambiar así? Por eso ahora hago clases de aeróbicos. Para que afirmen la cola. ¡Eso les servirá mucho más en la Ibiza de hoy!

Estrellas

Anoche apareció Bono, más relajado que el verano pasado. Aquella vez U2 presentó a las nueve de la noche en Barcelona su último disco, Evolution, donde según el líder de la banda retomaban su discurso de alto contenido social y político. Luego de la militante actuación, Bono subió a su jet privado y voló hasta Ibiza. Del aeropuerto isleño, donde lo recogió un lujoso automóvil, se fue derecho al salón VIP de Pachá. Y ahí estuvo, toda la noche, igual que anoche.

Es difícil separar el verano de Ibiza con la llegada de representantes del ?star system? mundial. Otra que lleva varios días acá es la modelo Elle McPherson quien, además de una linda mansión, posee un par de piernas que vale la pena perseguir por la pista: aunque una persecución de aquel tipo delataría rápidamente la falta de estilo ibicenco.

Mientras la noche arde en las diferentes discotecas de la isla, en el muelle hay un tumulto de turistas frente a un yate gigantesco. La escena es extraña, si se piensa que la embarcación está aparcada en el centro del puerto y que los curiosos, a poco más de dos metros, pueden distinguir perfectamente la marca del whisky sobre la mesa de ébano y el perfume de las tres chicas de ropa ajustada que bailan en cubierta. La mayoría de quienes miran el misterioso barco son ingleses, alemanes, italianos o españoles, que han comprado un paquete que incluye cinco noches de hotel, traslados a las discotecas y comida, por algo cercano a los 600 dólares. En la pequeña isla hay 270 sitios de alojamiento, para todos los bolsillos, y por estos días de julio no entra nadie más: en verano la población sube de 80 a 300 mil personas.

¿Quién es el famoso del yate?, le pregunta una mujer española a los dos guardaespaldas negros que están parados en la puerta. Pero el yate en cuestión no es el único en la bahía. El lugar está repleto de embarcaciones. Hay una de una iglesia presbiteriana alemana, y en su cubierta brindan dos ancianos con tres chicas poco santas. Hay otra de un empresario mexicano que habla por teléfono, seguramente con su gerente en el D.F., mientras una señora de piernas gordas le saca fotos desde tierra firme. En eso, una joven española dice que en la tarde escuchó en la radio de Ibiza que el yate más grande de todos no pudo entrar en la bahía. ?Está mar adentro, y es del heredero de Arabia Saudita. Dicen que trae una avioneta y un helicóptero arriba. Ese yate debe ser una pasada?, comenta, y nos deja con la boca abierta a todos los que escuchamos.

?¡Lo tengo! ?grita alguien que llega corriendo al yate gigante que nos convoca?. Ya sé de quién es este yate. ¡Es de Puff Daddy!

?¿Puff Daddy? ¿Y quién es ese? ?pregunta un italiano?.

El rapero ese que estuvo de novio con la Jennifer López. Ese que le pegaba. En la radio dijeron. Y parece que va a salir a bailar.

Fiestas

Sex, sex, sex, sex..., gritan tres inglesas con cara de niñas y tetas grandes, vestidas con el clásico látex negro de dominatrix sado. No tienen más de veinte años, como la mayoría de quienes vienen a las fiestas Manumission: las más grandes del mundo, según el libro Guinness. Dentro del Privilege, el club que recibe cada 15 días a las fiestas Manumission, no cabe un adolescente borracho más. Mientras sobre el escenario un grupo de modelos bien dotados se esfuerza en que todo sea aburridamente explícito, los asistentes gritan y saltan como si en cada momento los estuviera grabando una cámara de televisión. El show termina con una rubia masturbándose con sus dedos de uñas largas, aunque a esa hora no todos se preocupan del show: en el pasillo a los baños hay un rincón oscuro donde uno se mete para tocar y ser tocado, sin más preocupaciones que la de sentir placer.

Y ahí está ella, una trigueña de pantalón superajustado y pelo tomado, tocando lo que tenga enfrente, con los ojos cerrados y la boca abierta mientras, desde varios lados, cuatro manos grandes y gruesas le dan un baño de dedos que ella recibe con los pezones tan duros y puntudos que casi rajan su blusita transparente y ajustada. Y una de las manos ajenas se queda entre las piernas de la chica, mientras ella se mueve al compás de la música electrónica tan característica de las noches de Ibiza. Nadie se intercambia nombres, números de teléfono y poco importa la historia del otro o su país de origen. Adentro del callejón las indicaciones que se manejan son pocas. Basta saber que dentro del pasillo oscuro entre mejor uno toque, más placenteras serán las manos que uno reciba. Y así ocurre con una de las inglesas que han bebido más de la cuenta: es capaz de meterte la mano al bolsillo casi sin que uno se de cuenta y sus dedos bailan dentro del pantalón sin peligro, libres, con la maestría de un carterista sudamericano en Barcelona, pero la rubia solo se interesa en robarte un par de alaridos en la mitad de un túnel.

Desde sus primeros años como cuna del hippismo europeo, las fiestas en Ibiza han gozado de buena fama. Y a la hora de escoger, lo que menos falta son alternativas. Hoy, cuando la oferta casi siempre ridiculiza a la demanda, cuesta elegir. Y no solo porque cada día las discotecas se promocionen con afiches muy provocativos (?La fiesta del bronceado?, ?la Rusa? ?con modelos de Moscú que han aparecido en Playboy?, ?La brasileña?, ?La fetichista?, ?La subliminal?, ?Kamasutra?, ?Cuerpos húmedos?), sino que cada uno de los locales luce verdaderas medallas de batallas en sus anuncios.

Está Privilege y su récord Guinness. La discoteca Space, en un estilo diferente, no se amilana y luce orgullosa su premio Dance Star 2001 ganado en Londres como ?El mejor club de bailes del mundo? (con votos de más de cuatro millones de cibernautas). Los méritos de Amnesia corren por cuenta de MTV, canal que los ha coronado como el sitio ideal para pasar una noche de juerga en el planeta. Y Pachá, que permanentemente aparece en las fiestas del canal E!, y que según algunas revistas de música es el sitio con los mejores Djs del planeta.

Seguramente este ambiente masivo, popular y festivalero de las megafiestas no calce en la imagen inconsciente que se pueda tener de Ibiza: fiestas con estilo refinado y glamorosas. Bueno, ese cuadro tampoco comenzó a encajar en los primeros hippies que llegaron, ni en su descendencia. Y entonces comenzaron las fiestas clandestinas, que solo se conocían de boca en boca y que se hacían en diferentes sitios al aire libre.

Son buenas esas fiestas. Verás a gente muy especial ?me dice Teresa Aveilleira, la argentina del Hippy Market?. Si ves a un pibe fumando porros todo el día, ese es mi hijo, ?y se ríe-.

La fiesta de hoy es en el sector de Las Dalias, cerca de San Carlos, y comienza luego del Namaste, un saludo hindú. Luego vienen tambores, movimientos de cuerpos como en trance y más tarde una rave en la que me piden que mejor no tome fotos y donde la marihuana es lo único que se huele.

Antes los hippies éramos más sanos. Más ingenuos y más sanos ?me dice Maga, una veterana hippie que ahora se gana los euros cantando en los bares de turistas?. Era marihuana, hachís y ácidos. Pero de una manera bonita. Ahora las drogas son malas, son peligrosas. Es igual que el sexo. Podía ser de dos o más personas, todas juntas, pero sin mala intención. Ahora es más depravado. Yo veo cómo llega la gente a Ibiza a hacerse pedazos. Desesperada. A sacarse un año de trabajo en dos semanas de drogas, alcohol y sexo. Sin parar.

La fiesta del Namaste de hoy, y que se repite todos los miércoles, no es gratuita. No es anécdota. No es un asunto temático, como las otras discotecas. Tiene que ver con la otra gran influencia de los veteranos de Ibiza: India.

No hay hippie que se respete que no haya viajado varias veces a India. Apenas termina el ajetreo veraniego muchos se van a la comunidad de Osho, el gurú: un indio de barba larga y blanca que murió en 1990 dejando como legado la unión sexual tántrica, mística, como una manera de liberar las almas (además de dejar un legado de 36 Rolls Royce y muchísimos millones de dólares). Sus seguidores en la isla, llamados los sannyasins (y que en su mayoría son alemanes, brasileños, ingleses y franceses), siguieron los llamados del tantra sin timidez.

Sandra, una alemana de piercing en la lengua que vive en Barcelona habla del tema espiritual: ?En Ibiza se gasta mucho dinero. Todo lo que traigas se te hace poco. ¡Hay tantas cosas para comprar! Pero recuerda, no te metas mucho en el ambiente de los turistas, esos que vienen a emborracharse y bailar sin algo de fondo. Hay todo ese otro lado, el místico, que es superrico. La gente dice que Ibiza es superfrívola, pero es que no conocen esa parte que solo conocemos algunos?.

V.I.P.

Son las seis de la mañana y Pachá está que revienta. Hoy se trata de una fiesta francesa presentada por el colectivo Les Bains Paris. Nada de tímidos ni espirituales ?como buenos galos?, la fiesta de hoy lleva por título ?Fuck me. I´m famous!? La estrella de la noche es Bob Sinclair: un narigón de melena considerado el mejor Dj francés de momento.

Entre los concurrentes hay una buena cantidad de homosexuales ?como en toda la isla?, por lo que su comportamiento no es el de una minoría sectaria ni heterofóbica. Por el contrario, los gays en Ibiza son como la clase media: nadie los apunta con el dedo, ni tampoco se les da importancia excesiva. Se besan sin problemas, sin vergüenza y sin orgullo. Se besan, sin apellido. En la pista central de Pachá todos se apretujan. Sobre esa masa uniforme que se palpa furtivamente bajo el beat de los parlantes está Mary Brinkman, la bailarina holandesa que se mueve lindo y que encandila como un diamante.

Es mi primer año en Pachá. Acá es diferente a todo. En Brasil, por ejemplo, es otro ambiente. Más sano. Acá hay una locura que dura cuatro meses.

Y ahora estoy en el VIP de Pachá, el mismo donde hace unas noches vi a Bono. La situación adentro es la misma de cualquier VIP del mundo: muchos de quienes lo transitan son timadores profesionales o mujeres de tarifa alta. Tipos que hablan de millonarios negocios y que, al menor descuido, se roban el trago de la mesa vecina. Sobran las mujeres supersensuales. Los tipos de mil abdominales diarios y sonrisa perfecta son clones impersonales. Todos, esforzados personajes que han invertido mucho tiempo en lograr que el guardia los deje pasar. Entre esa fauna de impostores, cada tanto, se ve a un panzón, viejo o treintón, descaradamente heterosexual, con la soberbia, la seguridad y la distancia de saber que se está ahí, en uno de los VIP más importantes del planeta, o por una millonaria cuenta corriente o por ser dueño de un talento tan ilimitado como abrepuertas. Frente a mí está Sylvie Henris, una rubia parisina de minifalda corta y escote, que minutos antes la vi robarse una copa de champagne de la mesa de un turco con zapatos de yate. Nos rozamos. Y la música no para. Sinclair lanza esa artillería pesada que lo ha hecho famoso en los mejores clubes de París. Las carreras al baño, de donde se vuelve duro como robot, son un torneo aparte y silencioso. Hace pocos minutos se acaba de ir Jade Jagger, hija de Mick y propietaria de una casa en la isla, seguramente a una fiesta privada en esas mansiones donde todo corre gratis. Se comenta que en pocos minutos llegará al VIP de Pachá Noel Gallagher, del grupo inglés Oasis, otro que tiene una buena residencia por acá. Las pastillas a esta hora caen en la boca sin que uno siquiera se dé cuenta. Sobre las tarimas las modelos siguen contorneándose y difícilmente existen cuerpos con más sensualidad y brillo. En la pista general, una pareja de gays comienza a desvestirse mutuamente mientras ambos son besados por una morena vestida con transparencias, y ella no necesita decirlo: en su cara de ojos cerrados y boca sedienta parece llevar escrito que el placer real viene de a tres. Las bolas de espejos ahora son naves espaciales que se agrandan y achican. Una crespa de negro ajustado le da provocativos golpes de cinturón a su alfeñique acompañante, luciendo en público los gustos privados de la pareja. Y al ritmo no lo detendría ni un bombardeo atómico. En el VIP todos seguimos el mismo movimiento. El de la música electrónica. El de Ibiza. ¡Viva Ibiza!, escucho que grita alguien con un mal pronunciado español. Y Sinclair no para de meter discos que mantienen a todos juntos, apretados. Y al rato Sylvie, la parisina, me mira fijo. Y con la lengua casi completamente ida me pregunta suavemente:

¿Cómo te sientes?

Y le respondo:

?Bien, ¿y tú? ?esperando que me diga fatal, se me pasó la mano?. ¡Fantástico! me grita. ¿Cómo voy a estar? ¡Imagínate!... ¡Estoy en el VIP de Pachá!

Y en seguida lanza un alarido de victoria. Luego levanta los brazos al aire, en mitad de ese apretuje humano, como en señal de victoria. De triunfo. Como si, gracias a esta noche en Ibiza, por fin hubiera llegado a conocer cómo es el interior del cielo. O del infierno.

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