11 de septiembre de 2015
Historias
Así es un taller de sexo oral
Una periodista colombiana asistió al taller de felación más famoso que hay en la ciudad de Nueva York, y en esta crónica comparte todo lo que aprendió: un dossier de mamadas digno de Garganta Profunda. Tome nota, le puede servir.
Por: Carolina Duque ArangoHija, ¿qué harás hoy?—indaga mi mamá.
—Una clase —le respondo tranquila.
—¿Clase de qué?
—De mamadas.
—¡¿Qué?!
—Sí.
—¡¿Y cuánto te van a pagar?!
Así transcurre mi segundo domingo en Nueva York: aprendiendo las técnicas más rebuscadas para hacer mamadas; perfeccionando el arte milenario de chuparla; con mis papás en Pereira imaginándose a su única hija estudiando todo tipo de felaciones.
Más tarde gemiría como el motor de una camioneta Hummer mientras chupaba un banano y me daba palmadas en la lengua, al lado de una mujer tapada por un hiyab. Pero no nos apresuremos, para allá vamos.
***
Mientras busco el metro para ir a mi clase de mamadas, me siento como Linda Lovelace, quien inmortalizó en sus películas porno a Garganta Profunda. Atravieso la ciudad hasta Prince Street, en el barrio Soho. Hace un calor aberrante en la calle. El cielo azul se cuela por los edificios de hierro fundido de la Revolución industrial, mientras me abro camino entre modelos, una cuarentona de ombliguera que pasea a su perrito y veinteañeros con pinta de maniquís de Polo Ralph Lauren.
Paso por un restaurante italiano. Al frente, una mujer de hiyab amarillo con arabescos fucsia, púrpura y azul me mira. Halo la puerta contigua y entro a Babeland, el sex shop y escuela de lujuria donde pronto me certificaré como una mamadora entrenada.
Me recibe Avital, coordinadora de talleres. Es blanca, gruesa, sonriente. Tiene los ojos cafés y el pelo castaño y crespo. Dice que debo esperar un rato antes de entrar. Salgo y veo un aviso en la vitrina, sobre un vibrador de animal print, que dice: “Womanizer: placer bajo demanda”.
La mujer del hiyab se acerca tímidamente y regresa. Ahí me doy cuenta de que será una de mis compañeras de clase. El sol tiñe de amarillo edificios amontonados y las nubes bailan al compás de All of You, de Cole Porter, que suena en el restaurante contiguo. Una tercera estudiante llega en sandalias de plataforma y un vestido negro minúsculo de espalda descubierta. Entra y, como yo, sale al segundo para esperar al lado de la mujer del hiyab. Luego aparecen un par de cuchibarbies, seguidas por grupitos de veinteañeras y treintañeras de todas las razas y ropas. Todas entramos por fin al universo Babeland.
***
De no haber sido por el curso que me disponía hacer, que cuesta la módica suma de 30 dólares, nunca me habría interesado en el mundo profundo de las mamadas. Pero tenía que prepararme. Así que saqué mis dotes de investigadora y descubrí que todo empezó en la Antigua Roma. Según Thierry Leguay, autor de La fabuleuse histoire de la fellation (La fabulosa historia de la felación), mamar se consideraba un acto sumiso, el castigo a un criminal. Leguay rastrea también el origen del acto de chuparlo en Egipto: a Osiris, descuartizado por su hermano Iris, otro familiar, su mismísima hermana, le “sopla” vida chupándole el pene.
La Iglesia católica considera las mamadas un pecado, mientras el islam y algunas culturas africanas las condenan porque la boca es un órgano sagrado: el de la palabra y la verdad. El Kamasutra considera la felación el ritual del “congreso oral” y en Nueva Guinea, dentro de una sociedad de mujeres sumisas, los hombres jóvenes se lo maman a los adultos para adquirir virilidad.
Volviendo a Leguay, el señor dice que el 32 % de las mujeres dan mamadas por placer. Antes del curso, yo era parte del otro 68 %, el que lo considera algo violento y degradante, pero Rachel Venning, cofundadora de Babeland, me convenció de lo contrario: “Algunos sienten que el hombre es vulnerable con su pene entre los dientes —me dijo—, entonces la habilidad de dar placer es muy poderosa”.
***
Mientras espero la clase, veo unas tangas azules que traen integrado un vibrador rosado y leo: “Mantente íntimamente conectado en la misma habitación o a través de largas distancias con este panty vibrador a control remoto”. Después me pierdo en un dildo en forma de S, con dos cabezas de siete centímetros y 1 kilo de acero frío e inoxidable.
Busco una silla en las filas de atrás. Hay espacio suficiente para 35 alumnos. En mi puesto encuentro un banano, un condón y una hoja titulada El arte de la mamada, que incluye el “top 10 de tips para la felación”. Mientras los estudiantes primíparos examinamos los bananos y tomamos vino blanco, aparece el primer hombre: un joven afroamericano calvo y de barba. Se me viene a la cabeza mi novio, ¿será que aprender a hacer una mamada puede transformarnos? Estoy perdida en esos pensamientos cuando llegan las dos maestras de la mamada.
Cristina es una joven de pelo y ojos cafés. Lleva blusa oscura y una falda de tubo negra hasta la rodilla. Sonríe y nos cuenta cómo llegó aquí: “Tenía 18 años y no sabía de sexo, entonces vine a Babeland. Decía: ‘Algún día quiero trabajar aquí’, y ahora lo hago. Me encanta dictar talleres”.
Tracy es asiática y tiene el pelo morado. Está vestida de shorts y un top estampado con rosas blancas y negras. “Me encanta dar mamadas”, dice, y pide que nos pongamos de pie. “Vamos a romper el hielo. La base del sexo es la comunicación, así que diré un par de palabras y ustedes van a repetirlas”. Hace una breve pausa mientras nos ponemos en silencio y grita de repente:
—Cock! (¡verga!)
—Cock! —respondemos en coro.
—Pussy! (¡cuca!) —continúa, con una sonrisa.
—Pussy!
—Titties! (¡tetas!)
—Titties!
—Queremos que se sientan cómodos y les sea funcional comunicarse en términos de sexo —dice Tracy para concluir el ejercicio.
—Entre nuestros consejos hablaremos de comunicación —interpela Cristina—. Pero más importante es desmitificar: saber lo que a esa persona le gusta no es misterio, así que tal vez deberías preguntarle. Otro mito es que las mejores mamadas son bien profundas, y no es verdad. Lo crean o no, se trata de multitasking.
Es un taller de sexo oral, entonces todo empieza por la boca: hablar de sexo, hacer el amor con palabras, comunicarse. Pienso en las veces que le he gritado ‘carechimba’ a mi novio y en lo bien que se ha sentido. Supongo que, como el sexo, el amor jadea, grita para consumarse.
(Cuando ellas suenan con hacer un trío)
***
Tracy se amarra un strap-on (una especie de calzón con un pipí de silicona pegado en el frente). Mientras, Cristina explica: “Las manos son geniales, porque pueden ser suaves o presionar”, y agarra el pene de goma para mostrar el handshake o apretón de manos. Para que sepan, la idea es pedirle al “receptor” que califique la presión y velocidad deseada de uno (mínima) a diez (máxima).
Según Cristina, una vez sepamos lo que a nuestra pareja le gusta, involucramos la boca. Las maestras rotan un lubricante. Como niños pequeños, nos untamos los dedos y, entre risas, los deslizamos por el pene-banano. Lo rodeamos con la mano completa y la movemos de arriba abajo sin tocar la cabeza: “La cabeza del clítoris es como la cabeza del pene —nos ilustran—. Para algunos, el contacto directo es intenso”.
Y nos sueltan la primera técnica premamada, la Cascada: se agarra la base del pene, se desliza una mano hasta la punta y luego la otra, en un movimiento continuo y repetitivo. “El entusiasmo es la mitad de este taller”, dice Cristina. El entusiasmo es la mitad de la convivencia, pienso, mientras ella continúa con su lección: “Muchas personas olvidan las bolas”. Por eso, la base de la mano se mueve desde el perineo (el espacio antes del ano) hasta arriba. Detrás del perineo están la próstata y la vena, o rafe, que sube hasta la punta y es una parte muy sensible. Cristina dice que es bueno aplastar las pelotas suavemente para continuar hasta la cabeza. Pero ojo, la piel de las gónadas es muy sensible, entonces toca hacerlo con cuidado.
El siguiente movimiento en el pénsum de Babeland es el Texting: bajo la corona del glande, se empuja el prepucio y, con los pulgares, se chatea con la zona del frenillo; o sea, la “telita” que lo conecta. Las profesoras nos recomiendan que escribamos cosas lindas —ya sea por frenillo o por WhatsApp, cada uno verá— pero sin excedernos en el texto, porque podemos irritar el teclado, que en este caso es sensible. En cuanto a la velocidad, enfatizan en que puede ser despacio, como cuando uno escribe de desparche en Facebook, o rápido, en modo necesito-llegar-ya-a-esta-reunión. ¿Y la lengua? La novedad es que también se debe chatear con la lengua, como en clave morse.
Según Cristina, “el arte de la mamada (y de la relación) consiste en incorporar cosas diferentes: labios, manos, lengua”. Así que destapamos nuestro condón y le aplicamos una buena capa de lubricante para practicar. Aprendo entonces que es sexy si uno empieza por la punta, con la boca como si fuera un chupo, y luego empuja hacia abajo. Mi pene didáctico ya fracturado ‘sangra’ banano batido.
Algunas de mis compañeras de clase se carcajean con la fruta espichada entre las manos; otras chupan el condón como si necesitaran otro set de dientes. Al verlas, Tracy se entusiasma: “La gente ama cuando muestras que estás metido en el cuento. Es en parte el performance lo que hace buena la mamada. Sin fingir, averiguar lo que a ambos les gusta, mostrar confianza y entusiasmo”.
Y, para enfatizar en el tema del entusiasmo, nos suelta la técnica Slap Happy. El procedimiento de esta “cachetada feliz” es el siguiente: hay que sacar la lengua como si el doctor la revisara con un palito, acercarse al pene y darle palmaditas. Acá, el lubricante es vital, porque “la saliva se seca”, y sin una ayudita líquida extra nada de Slap Happy; más bien, toca acostumbrarse a hacer maratones de Netflix todos los fines de semana.
Pero acá la idea es no aburrirse, innovar, matar la monotonía; para eso está el método del tango. La idea es mover la cabeza lentamente, haciendo presión alrededor de la lengua. Si lo que queremos es que la chupada sea más sonora, nos recomiendan el Hummer, que consiste en hacer “huumm” sobre la corona de la cabeza, o el Lollipop, que se resume en chupar la cabeza y sacar la boca duro, como si estuviera jugando con un Bon Bon Bum.
Y cuando uno piensa que ya lo sabe todo sobre el arte de la mamada moderna, Cristina y Tracy lo introducen en los secretos del Head Banger, un verdadero performance, o un baile, no sé: con las manos en las caderas, usted menea la cabeza de arriba abajo. Y para terminar con broche de oro, al Deep Throat, el verdadero Garganta Profunda de Linda Lovelace: uno debe acostarse al borde de la cama, con la cabeza colgando y la garganta horizontal —y profunda—. El satisfecho “receptor”, de pie, “introduce el pene sin generar vómito”… gran detalle.
***
—Algo más que puedes hacer con tu boca es comunicarte —remata Tracy—. Es uno de los consejos para cualquier cosa; puede transformar tu vida sexual y significa mucho para una relación. Te permite crear nuevas ideas, inspirarte.
—Pregúntale lo que ha querido intentar, sus fantasías, lo que has hecho y le ha gustado —subraya Cristina—. Así obtienes lo que deseas, y al mismo tiempo estableces tus límites.
Las conclusiones finales incluyen datos sociológicos sobre “la sociedad” y “la cultura”. Estas —dicen— nos han hecho creer que uno solo será feliz si se siente cómodo hablando de sexo. Por eso, es clave tener citas sexuales, pero no necesariamente para mamarlo con elegancia y creatividad, también para hablar de ello fuera de la habitación.
Ya dentro del cuarto, no sobra hablar sucio. Pero eso también requiere práctica, entonces no está mal ensayar con el espejo o con los platos mientras lava la loza. Me parece algo raro decirle ‘carechimba’ a un plato, pero quién sabe, puede funcionar.
Avital, la coordinadora, regresa. “Si tuviera un diploma en mamadas, se lo entregaría a todos”, nos dice con ternura. Después de dos horas de clase, aplaudimos a nuestras maestras y ellas nos agradecen por haber asistido. Mientras compro un set de lubricantes de varios tipos para las prácticas posteriores, las que no requieren un banano, oigo decir a más de uno de los alumnos que fue “una experiencia increíble”.
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Salgo y busco a mi novio. Lo abrazo. Pienso que el multitasking será difícil, pero no soy la única: “El hecho de que haya tanta gente en este taller significa que hay muchos que quieren comenzar la conversación”, recuerdo que dijo Tracy. Regreso a casa y hablo con mi mamá:
—Hija, ¿cómo te fue en tu clase?
—¡Bien! Hay tips interesantes para que ensayes.
—¡Ay sí! —dice entre tímidas risas, como si fuera una de mis compañeras de clase, tal vez la del hiyab.
Y no puedo evitar pensar que la boca, incluso la de mi mamá, es un órgano sagrado: el de la palabra, la verdad y el placer.
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