5 de marzo de 2013
Testimonios
Reivindicación del palillo de dientes
Sería muy aparatoso cargar para todos lados con un kit de aseo dental. Además del que tenemos en nuestra casa, quizá guardemos un cepillo y una seda en la oficina, tal vez otro en el maletín, pero sería demasiado obsesivo-compulsivo de nuestra parte andar todo el tiempo en tales profilaxis.
Por: Antonio GarcíaLa vida social nos obliga muchas veces a pasarnos el dedo sobre los dientes, la uña entre los intersticios y jartarnos una menta o mascar un chicle para disimular el bafo. Cuán fácil sería todo si el palillo dental, mondadientes o escarbadientes, como también se le conoce, no hubiese sido atacado con toda clase de argumentos estéticos.
En el norte de Italia y los Alpes Orientales se encontraron tumbas prehistóricas que contenían palillos de bronce. También hay pruebas de su existencia entre los tempranos pobladores de Mesopotamia.
Su empleo ha acompañado nuestro desarrollo como especie, pero todo ha cambiado en los últimos años. La misma oleada de refinamiento vano que pretende la depilación masculina, la entronización del bulldog francés y el destierro de palabras como “cabello” ha puesto sus infaustos ojos en este práctico adminículo. Qué injusticia: la sociedad condena el cilantro sobre el incisivo y la hebra de pollo adjunta al canino, pero ha tenido a mal proscribir, en aras de la etiqueta, el milenario uso del palillo dental.
No en vano su nombre en español incluye la referencia a los dientes, como sucede también en inglés —toothpick—, francés —cure-dent—, portugués —palito de dente— e italiano —stutzzicadenti—, para dar algunos ejemplos. Separar al palillo de su contraparte es un crimen del sentido común, una frivolidad imperdonable.
Ahora, salvo Ryan Gosling en Drive, un filme vintage de 2011, el héroe de palillo está practicamente extinguido. Hubo un tiempo en que el palillo era cool, ahora es el distintivo del guache cromañónico, el gañán barrigón, el zafio, el ñero y el lombrosiano acholado de los arrabales.
Quien usa palillos está conjurando el estigma del cilantro y la cascarita de maíz, bochornosos a la vista de cualquiera. Ahora, los malditos comisarios de las buenas maneras se las vienen a tirar de muy finos, y lo triste es que han logrado su cometido.
Es una lástima que ya no existan palillos en los restaurantes de mantel y cinco cubiertos; esos mismos establecimientos ya desclasaron por completo al jugo de guayaba, las brevas con arequipe y el vino moscatel. Si dejamos que estas campañas progresen, mañana vendrán contra el aguardiente, el caldo de costilla, el tejo y la sagrada costumbre de rascarse las güevas frente al televisor. Quedan advertidos.
- -Don Miguel, la historia dorada de Corabastos
- -Marinero y su perro sobrevivieron más de dos meses a la deriva