25 de enero de 2018
Historias
Gotti, el último Don de la Cosa Nostra
John Gotti fue uno de los mafiosos más temido de todos los tiempos. Fue una celebridad que se burló de la ley hasta que lo atraparon y así desenmascararon a la Cosa Nostra. Esta es su historia.
Por: Valeria Angarita Alzate / Fotos: Getty ImagesGotti empezó su vida criminal en 1950 como soldado, que, en otras palabras, viene siendo un sicario. Inicialmente, secuestraba camiones y mataba; pero tenía muy claro que su objetivo era hacer parte de la organización criminal más grande de ese entonces: la mafia.
En 1973, logró unirse a la familia más poderosa de la Cosa Nostra: los Gambino. Las otras eran Colombo, Bonanno, Lucchese y Genovese. Estas cinco habían logrado organizarse como una empresa con jerarquías y reglas de juego propias. Hay un jefe a la cabeza y lo siguen un subjefe, el consigliere (consejero), los capos y luego vienen los soldados, que son los que hacen el trabajo sucio.
El jefe de los Gambino era “Don Carlo” Gambino, que según muchos fue el que inspiró el personaje de El Padrino. Era un hombre que hablaba suave pero no dejaba rival alguno con cabeza. Ha sido uno de los pocos capos en la historia real que nunca fue a la cárcel y murió ya viejo.
Al Capone pasó a la historia como el gánster más famoso del mundo; Pablo Escobar, como el narcotráficante más poderoso; y Gotti, como el mafioso más glamuroso.
En los años setenta, un sobrino suyo fue asesinado por un “soldado” de la mafia irlandesa y quería vengarse. Esa tarea se la puso a Gotti y fue su oportunidad para ganarse un puesto dentro de la familia. Gotti mató al irlandés y por el crimen fue condenado a siete años de cárcel pero logró salir en menos de dos.
Cuando recuperó su libertad, como había respetado el principio sagrado de la omertá —nunca delatar—, Gambino lo promovió a capo. Un tiempo después, el patriarca murió y su cuñado Paul Castellano subió al mando. Pero no era muy querido por algunos pues se consideraba más un empresario que un ?gánster y eso a Gotti lo enfurecía. Decía que se creía más importante y rico que el resto, además no venía de la calle como casi todos los demás.
Mientras los Gambino se adaptaban a su nuevo líder, el FBI le declaraba la guerra a la Cosa Nostra. Los perseguían y los tenían interceptados para, por fin, tener una prueba que los mandara a la cárcel. Uno de los primeros casos que abrieron fue para investigar a Gotti. Pero era esquivo y lograba salirse con la suya. Siempre.
Aunque la mafia estaba metida en todo lo que diera dinero, la droga no era un negocio que viera con buenos ojos. Si bien muchos se lucraban del narcotráfico, algunos jefes, como Paul Castellano, decían que el que se metiera con droga sería castigado con la pena de muerte. Así era como él quería deshacerse de Gotti, por más que él no estuviera metido en ese negocio.
Gotti era consciente de esto y sabía que o lo mataba o esperaba a que lo mataran. Pero dar de baja al jefe de una familia no era una opción. La Cosa Nostra tenía sus reglas y para poder matar a Castellano necesitaba el permiso de los otros cuatro jefes. Incluso el simple hecho de sugerirlo podía hacer que lo mataran. Aun así, Gotti se la jugó y tuvo la bendición de tres de los líderes: ellos también estaban cansados de la filosofía del duro de los Gambino.
En 1965 fue arrestado por primera vez por secuestrar tres camiones.
Su primera estrategia fue pedirle a su principal rival dentro de los Gambino que fuera su mano derecha: “Sammy the Bull” Gravano. Se ganó su confianza y así supo información vital interna, como que Castellano estaba tan seguro de que nadie lo iba a traicionar que solo andaba con un chofer, “Tommy” Bilotti, y desarmado.
Gotti supo que, el 16 de diciembre de 1985, Castellano iba a cenar al Sparks Steak House en Manhattan; sabía incluso la hora a la que llegaría. Contrató a cuatro sicarios que se vistieron igual: gabardina beige y sombrero de piel ruso. La idea era que si alguien los veía, no pudiera identificarlos fácilmente después. Desde un carro que estaba parqueado frente al restaurante, Gotti contemplaría todo con Gravano.
Cuando Castellano se bajaba del carro, los cuatro sicarios le dispararon sin piedad, y a su chófer también. Los cuerpos quedaron tendidos en el piso de la Calle 46 y la escena es una de las postales más recordadas de la mafia italoamericana. En cuestión de días, todos los mafiosos sabían quién había dado la orden.
"Va a morir porque se negó a venir cuando lo llamé", decía Gotti.
En enero de 1986, eligieron a Gotti como el nuevo jefe de los Gambino. Así empezó una nueva era, no solo para la familia sino para la Cosa Nostra e incluso para la cultura popular. No es usual que un mafioso muestre su cara, pero Gotti era adicto a la fama y adoraba la atención de los medios de comunicación. Esta fue una de las tantas normas que rompió en un negocio en el que la discreción es la regla de oro.
Antes de subir al poder, “Johnny Boy”, como también se le conocía, era un poco más sencillo, andaba en camisetas y con joyas baratas. Sin embargo, después de llegar al trono, nunca se puso otra cosa que no fueran trajes de seda de 2000 dólares. Se volvió adicto a la ropa hecha a la medida —incluso tenía medias con sus iniciales— y sus visitas a la peluquería eran infaltables.
Por esa época, Gotti fue llamado a un juicio por asalto: peleó con un vendedor de neveras de Queens por un puesto de parqueadero. Este no tenía ni idea de que se estaba enfrentando a un temido mafioso y lo acusó con la Policía. Poco antes de la citación, los medios de comunicación ya daban a conocer que Gotti era el nuevo líder de los Gambino y su pasado era difundido sin reservas por la prensa.
Gotti mandó a matar a Paul Castellano, jefe de la familia Gmabino. Unos sicarios le dispararon cuando se bajaba del carro frente a un restaurante en Manhattan.
Una de esas anécdotas es sobre el asesino de su hijo. En 1980, un vecino de los Gotti, John Favara, atropelló a uno de sus hijos y lo mató. Aunque se trató de un accidente, Gotti y otros más se vengaron. Nunca se supo a ciencia cierta qué pasó, pero se rumora que lo secuestraron y que el mismo Gotti lo mató con una motosierra. Nunca encontraron su cuerpo.
Después de escuchar historias como esas, el vendedor, súbitamente, adquirió mala memoria. Ya no recordaba exactamente cómo era el hombre que lo había golpeado y, entonces, no había fundamento para un juicio.
Esa era la primera vez que Gotti salía limpio de un tribunal, pero la dicha le duró poco, pues unos días después le llegó una nueva citación. Esta vez era el FBI el que lo acusaba. Tenía suficiente evidencia para condenarlo por extorsión, y a algunos de sus asociados, por tráfico de heroína.
Se presentó al tribunal como una celebridad en la carpeta roja. Posaba sin problema frente a las cámaras de los medios de comunicación y así empezó su protagonismo en las portadas de revistas y periódicos. Incluso en medio de este escándalo mediático sacaba tiempo para conversar con periodistas mujeres (nunca hombres). Tomaban expreso y les contaba de su vida. Todo el mundo le pedía autógrafos. Y es que la gente lo veía como alguien a quien admirar. No tenía la imagen de un sanguinario sino la de un tipo con buenas intenciones. En cierta forma, un fenómeno parecido al de Pablo Escobar en Medellín. Fue lo que llamaron “el primer mafioso de portada”.
Gotti salía en las portadas de algunos de los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos como la revista Time, New Yorker y Daily News.
El juicio se realizó en agosto de 1986, el mismo año en el que subió al poder. Ya para ese entonces, “Johnny Boy” era considerado un héroe local. Sin embargo, para desgracia del FBI, los acusados fueron absueltos de sus cargos. Después se supo que en el jurado del caso —que lo declaró inocente— había algunos miembros que se habían dejado sobornar.
Más tarde vino un tercer juicio. Esta vez estaba acusado de haber ordenado un asesinato. El crimen se trataba de un tiroteo a un líder sindical por haber destrozado un restaurante de un amigo de Gotti. La prueba que tenían era un audio en el que supuestamente habría dado la instrucción. Pero la calidad de la grabación era tan mala que fue declarado inocente una vez más.
Con su tercer juicio ganado, ya no había duda de que Gotti era invencible e intocable. Por ir en contra de la ley y salir siempre por la puerta grande, lo apodaron “Don de Teflón”. No importaba cuántas pruebas tuvieran, él siempre se salía con la suya.
***
Hacia 1989, el gobierno de los Estados Unidos estaba desesperado por atrapar a Gotti y, por primera vez, armó un plan de inteligencia que se convirtió en una cruzada para detenerlo. El FBI dispuso de todos sus recursos y de miles de dólares para hacerlo caer. Tenía un par de infiltrados en la familia Gambino y fue así como descubrió que Gotti frecuentaba un club del barrio italiano de Nueva York llamado Ravenite.
Los agentes pusieron micrófonos por todo el club y lo vigilaban 24 horas al día desde un edificio que quedaba al frente. La jugada les permitió descubrir quiénes hacían parte de la organización, de hecho, supieron de personas que no tenían ni idea de que formaban parte de la Cosa Nostra. Pero los audios eran inaudibles. La música del club no permitía que se escuchara lo que decían e incluso cuando limpiaron el ruido de fondo, había largas pausas en las que nadie hablaba; y, luego, cuando se escuchaban las voces nuevamente, retomaban una conversación banal.
"Sammy The Bull" (derecha) se convirtió en el subjefe de la familia Gambino después del asesinato de Castellano.
No lograban conseguir nada que lo incriminara. Analizaron una y otra vez los videos de vigilancia y, por fin, descubrieron una pista que sería clave. Notaron que cada vez que dejaban de hablar, una señora salía de un edificio del lado. Esa señora era Nettie Cerelli, la viuda de un soldado de los Gambino. También se dieron cuenta de que dentro del club había una escalera que conectaba con los apartamentos del edificio.
El Día de Acción de Gracias de 1989, unos agentes del FBI entraron al apartamento de la viuda. Sabían que había salido de la ciudad y era su única oportunidad, pues Cerelli solo salía de su casa cuando los Gambino se lo pedían para llevar a cabo sus reuniones. Unos se quedaron en la calle vigilando, mientras que otros instalaban un transmisor que Gotti y sus asociados nunca encontraron.
Ahora solo quedaba esperar. Esta vez se escuchaba fuerte y claro. Gotti era un poco sordo así que nunca susurraban. Primero, confesó que había matado a su asociado Robert DiBernardo: “Cuando DiB fue ‘golpeado’ (wacked, en inglés, era la expresión que usaban para decir que lo habían matado), me contaron una historia. Estaba en la cárcel cuando lo ‘golpeé’. Sabía por qué se estaba haciendo. Lo hice de todos modos”.
Gotti sabía que si no mataba a Paul Castellano, él lo mataba. Pero asesinar al jefe de una familia simplemente no era una opción.
Era solo el principio. Después vinieron más frases en las que aceptaba que era un asesino: “Cada vez que tienes un compañero que no está de acuerdo con nosotros, lo matamos”. También quedó grabada una que pasaría a la historia: “Va a morir porque se negó a venir cuando lo llamé. Fue lo único que hizo mal”.
Así mismo, ordenó a un mafioso para que le dijera a otro capo —que estaba empezando un negocio por su cuenta— que le iba a cortar la cabeza y admitió el asesinato de Louis Milito, uno de sus soldados. Hablaba tan cómodo y seguro que también habló de su obstrucción a la justicia, la evasión de impuestos y sus sobornos, entre otros crímenes.
El 11 de diciembre de 1990, el FBI arrestó a John Gotti y a Sammy Gravano, su subjefe, por los asesinatos que habían confesado en las cintas. Una vez más parecía seguro de que no lo atraparían, pero tan pronto escuchó un fragmento de la grabación supo que esta vez no la tenía tan fácil. Esa misma noche durmió en la cárcel.
Al día siguiente, Gravano le pidió al FBI que le dejara oír los audios. Algo simplemente no le cuadraba y estaba en lo cierto. Escuchó una conversación de un poco más de una hora en la que Gotti decía que estaba cansado de la codicia de Gravano y que por creerle sus chismes había ordenado el asesinato de un amigo que, en el fondo, era inocente. De la conversación quedó claro que los días de Sammy estaban contados. Eso fue suficiente para que “The Bull” se convirtiera en el soplón más grande en la historia de la Cosa Nostra.
El testimonio de Gravano contra Gotti duró nueve días y fue suficiente para condenarlo a cadena perpetua en la cárcel de máxima seguridad donde murió.
Gravano contó todo. Confesó sus 19 asesinatos —incluyendo el de su cuñado—, contó todos los detalles sobre la muerte de Castellano y testificó durante nueve días todo lo que había que saber sobre la mafia italoamericana. Con su testimonio entregó a Gotti y a otros 35 integrantes de los Gambino.
El teflón ha desaparecido. El Don está ahora cubierto de velcro y todos los cargos se le han quedado pegados”, sentenció Jim Fox, el entonces jefe del FBI de Nueva York. En junio de 1993, lo declararon culpable y fue sentenciado a cadena perpetua.
Gravano solo pasó unos años en la cárcel y después entró al programa de Protección de Testigos. La mafia le puso a su cabeza el precio de un millón de dólares, por lo que fue a donde un cirujano plástico y pidió que le dejaran la cara como la de Robert Redford, pero solo terminó haciéndose una rinoplastia.
Años después, renunció a su nueva identidad y volvió a dar la cara para una entrevista y para el lanzamiento de su biografía. Pero el crimen nunca dejó de correr por sus venas y, en 2002, fue condenado por operar una importante red de narcotráfico. Recuperó su libertad a principios de 2017.
***
Sobre Gotti se decía que era un tipo fascinante, pero que el poder se le había subido a la cabeza y lo había traicionado.
Desde su celda en Illinois, Gotti se rehusaba a dejar morir la Cosa Nostra y nombró a su hijo mayor, John A. Gotti Jr., como el nuevo jefe de los Gambino. Pero en 1999 lo condenaron por extorsión y fue condenado a seis años de prisión. Victoria DiGiorgio, la esposa de Gotti, siempre lamentó que el padre de sus hijos los hubiera metido a la mafia.
Gotti pasó su condena completamente solo, apenas podía salir al patio una hora al día. La única vez que salió de la cárcel fue en 1998 para tratarse en el centro médico para presos federales en Missouri: le habían diagnosticado cáncer de garganta y tenían que operarlo para extraerle un tumor. Dos años después, descubrieron que el cáncer había vuelto y pasó el resto de su vida en ese centro médico.
Murió en una celda el 10 de junio de 2002, a los 61 años. El funeral se llevó a cabo en un sitio no religioso, pues la Diócesis de Brooklyn no permitió que fuera de otra manera. Asistieron unas 300 personas, pero nadie de las otras cuatro familias de la Cosa Nostra, pues para ellos, el único legado que dejó Gotti fue el de un hombre que mató a su jefe y que, por bocón, mandó a prisión a muchos de ellos. Lo enterraron junto a su hijo Frank.
Gotti nunca entendió que dirigía una organización criminal secreta. Que las reglas de la mafia no se rompen, y una de esas es que un gánster no es una figura pública: los mafiosos de portada no pueden existir. Este pez grande murió por su boca por rehusarse a vivir bajo la alcantarilla. Pasó con Pablo Escobar, pasó con Al Capone y pasó con Gotti. No es posible ser un criminal de ese calibre y pretender salir bien librado.
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