21 de septiembre de 2012

Testimonios

De cómo se convirtió en mi mejor amigo

Lo dijo García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba. Conmigo lo consiguió, porque Gabo ha sido el mejor amigo que he tenido en la vida.

Por: Jaime Castro
Fotografía: Archivo Particular

Lo dijo García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba. Conmigo lo consiguió, porque Gabo ha sido el mejor amigo que he tenido en la vida. Para algunos suena pretencioso que yo lo diga, pero es cierto, porque durante años nos han unido estrechas, cercanas y cordiales relaciones. Además, tengo con él deuda impagable por razones que no vale la pena contar aquí, pues a nadie interesan.


Nuestra amistad empezó a mediados del 73, cuando no nos conocíamos y pidió que me invitaran al almuerzo que tenía con Rafael Naranjo Villegas, Fernando Gómez Agudelo y Fernando Restrepo. A la hora del café preguntó si yo, en ese momento ministro de Justicia, otorgaría personería jurídica a la fundación que había decidido crear para que defendiera la causa de los presos políticos. La financiaría con recursos del Premio Rómulo Gallegos que ganó en Venezuela. Como respondí afirmativamente, exigió que mantuviéramos en reserva el tema hasta cuando ganara la apuesta que haría con sus amigos de la revista Alternativa que no creían que el gobierno tuviera el valor de reconocer, así fuera tácitamente, que en el país había presos políticos. Por eso les ofrecería doblar su oferta económica, si tenían que trabajar sin la ayuda de la proyectada fundación, a cambio de que ellos hicieran aporte igual al suyo si la personería era otorgada, como en efecto ocurrió.

Nuevos desarrollos telefónicos y epistolares tuvo nuestra conversación inicial, entre otras razones, porque estuvo pendiente de que el Congreso aprobara el proyecto de ley que presenté para devolverles la libertad a 40 líderes de la USO (sindicato de Ecopetrol) condenados en consejo verbal de guerra a 400 años de cárcel.
La amistad que nació de esa manera, con el paso del tiempo se extendió a tantos temas y motivos. De pronto, él piensa un poco lo mismo, porque ha mamado gallo con nuestra amistad. Cuando alguien le preguntó qué tan cercanos éramos, respondió: “Mi amistad con Jaime es superior a su desastrosa alcaldía”. Y a quienes quisieron saber si estaba molesto por lo que La llama y el hielo decía sobre su vida privada, les dijo: “En esa materia no tengo ninguna preocupación, porque estoy seguro de que Jaime Castro nunca hablará”.

Como empecé recordando mi relación con Gabo cuando fui ministro de Justicia, concluyo contando lo que hice años más tarde estando en el Ministerio del Interior. Sorpresiva e inesperadamente aparecí una tarde en el despacho del director del DAS. Mientras tomábamos café, le pregunté si podía acceder a algunas de las informaciones que sus oficinas tuvieran sobre personas sospechosas políticamente. Después de pasar varias puertas y abrir buen número de chapas y cerrojos, entramos al cuarto en que estaban las carpetas que yo quería conocer. Distraídamente vi algunas y llegué a la que de verdad me interesaba: la de García Márquez. Era una especie de hoja de vida en la que figuraba dónde había nacido y estudiado bachillerato. En “observaciones” anotaba: “Reconocido escritor, ha ganado premios internacionales como el Nobel de Literatura. Profesa ideas de extrema izquierda”. Como el director del DAS estuvo de acuerdo en que esa información, salvo en lo de las ideas de extrema izquierda, era de público conocimiento, y era lo que tal vez enseñaban en escuelas y colegios, aceptó que yo me quedara con tan inofensivo “prontuario”.
Por teléfono se lo leí a Gabo diciéndole que a Mercedes, su señora, seguramente no le gustaría la foto con que ilustraban las inocentes pesquisas de la policía secreta. Ofrecí entregarle el documento original cuando viniera a Bogotá. Su respuesta fue inmediata: “Destrúyelo ya mismo. No faltará quien se entere que lo tienes y pida que se lo regales o vendas para hacer una tesis de grado”.

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