15 de marzo de 2017

Historias

Una empleada doméstica desnuda limpió mi casa

La empresa Naturist Cleaners, en Londres, ofrece un servicio bastante particular: una empleada le hace el oficio de su casa… ¡completamente en pelota! Un periodista de SoHo se le midió a contratarla y esto fue lo que vivió.

Por: Jorge Peris

¿Delgada o con curvas? ¿Con pechos grandes o pequeños? ¿Entre 20 y 35 años o mayor de 36? Estas son algunas de las preguntas que la empresa Naturist Cleaners hace si uno quiere contratar sus servicios. ¿Que qué es Naturist Cleaners? La traducción literal sería “limpiadores naturistas”. Y sí, a grandes rasgos es eso: una persona que acude a hacer oficio a su domicilio, en pelota.

Lea también: Bikini Beans Espresso: la cafetería con meseras en calzones

La empresa, con sede en Londres, ofrece servicios en toda Inglaterra, además de Escocia y Gales, y tiene un portafolio de más de 100 empleadas domésticas, todas nudistas, de diferentes nacionalidades: de brasileñas a españolas, pasando por británicas, rumanas o estadounidenses, y alguna que otra colombiana.

También existe un servicio masculino, aunque, según me contó Laura Smith, la joven ideóloga de este curioso proyecto, todavía no ha despegado del todo. De momento cuenta con 15 hombres, en su mayoría británicos y de mediana edad, dispuestos a empelotarse para hacer el aseo.

Después de intercambiar varios correos con Laura, en los que me daba las gracias por querer contratar el servicio y me hacía llegar diferentes fotografías de las candidatas, un lluvioso lunes de febrero se presenta en la puerta de mi casa, con puntualidad británica, una joven llamada Bianca.

Rumana, de 28 años, Bianca fue la elegida entre otras cuatro candidatas por un panel de expertos —algunos amigos y yo, básicamente— para hacer oficio en mi acogedor hogar londinense. Tenía todo preparado para su llegada: las camisas sin planchar, el suelo hecho una porquería, la cama sin tender y uno que otro plato sin limpiar.

También le puede interesar: Mia Khalifa de actriz porno a cocinera

A las 3:00 de la tarde en punto llama al timbre una mujer de pelo largo, vestida íntegramente de oscuro, bolso de Michael Kors negro en una mano y un iPhone 7 dorado en la otra. “Parece que se gana mucho con esto de limpiar las casas en bola —pienso a su llegada, mientras le echo el vistazo de rigor de arriba abajo—. Debería probarlo: seguro me hago más que con el periodismo”.

Me pregunta si le dejo un minuto para terminarse el cigarrillo antes de entrar en casa, y le digo que sí, que por supuesto. Le da una última larga calada antes de tirarlo al suelo, limpiarse las botas Dr. Martens negras en el tapete, y me dedica una sonrisa en la que muestra sus dientes desordenados, ennegrecidos y amarillentos, mientras cierra el paraguas, también negro.

Yo, novato en estas lides del naturismo, desconozco cuál es el procedimiento, así que hago lo que haría cualquier británico medio en un momento como este: le ofrezco un té, y mientras esperamos en la cocina a que suene el “click” de la kettle, la jarra eléctrica tan utilizada en el Reino Unido para calentar el agua, nos ponemos a hablar del clima en Inglaterra.

—Espero que no te hayas mojado mucho, el tiempo está fatal. Menos mal que ya le queda poco al invierno... —digo, por decir cualquier cosa.

—Sí. Mucho frío. Y mucha lluvia. Ojalá que pase rápido —me responde, sin excesivas ganas, con un inglés más bien pobre y un acento extranjero marcado.

“Click”, suena la kettle. Por fin. Ha sido un minuto que ha parecido una hora. Con un té en la mano uno se siente siempre más hablador, más confiado, más seguro de sí mismo. Así que nos ponemos a hablar en la sala y me cuenta cómo empezó a limpiar casas en pelota, mientras repite una y otra vez que para ella es algo natural, ya que desde muy joven ha sido nudista.

Mientras finjo que escucho, pienso que los minutos van pasando y que este no es el servicio por el que pagué 65 libras (235.000 pesos): mis camisas siguen intactas, el suelo sin limpiar desde hace días, la cama sin tender y ahora tengo, además, dos tazas sucias. Siento que he pagado por una simple conversación. Y a todo esto, ella sigue vestida.

Así que decido actuar. Le digo que tengo que ponerme a trabajar, que los productos de limpieza están en el baño y que es allí donde se puede cambiar. Por cambiar me refiero a desvestir, claro está. Bianca resopla mientras se pone de pie, agarra el bolso con desánimo y se dirige, sin muchas ganas, al baño. Cuando está en la puerta se gira y me deja claro que no le apetece planchar las camisas, que eso no le gusta y que en su casa es su novio el encargado de la plancha.

Se demora algo más de cinco minutos en el baño y, tras esa tensa espera en la que aprovecho para guardar mis camisas, todavía sin planchar, en el armario, llega descalza, con una tanga, ligueros y sujetador negros, pero sin los guantes de protección ni ninguno de los productos de limpieza que había dejado preparados para ella.

—Ah, ¿quieres que limpie de verdad? —me pregunta incrédula.

—Sí, supongo que sí, ¿no es esto lo que ofrece el servicio? —respondo, incómodo, mientras me revuelvo en el sillón.

Ha pasado media hora y la situación es cada vez más incómoda. Yo, en una silla de la sala haciendo que le doy sorbos a la taza de té vacía desde hace diez minutos; ella, en otra, en silencio, mientras parece esperar a que le diga qué es lo que tiene que hacer.

Vea también: El restaurante atendido por meseras desnudas

Me cuenta que con la mayoría de sus clientes no limpia, sino que se dedica, simplemente, a charlar durante las horas que hayan contratado. Y luego, si ellos quieren, le dejan propina. Cuando le pregunto por las propinas se aproxima a mi sillón y me muestra en el iPhone dorado un ordenado cuadro de Excel con los servicios que ha hecho y las propinas que le han dejado desde que empezó en esto, allá por noviembre: 100 libras, 50 libras, 75 libras, 125 libras, 300 libras (más de un millón de pesos colombianos).

—¿300 libras de propina? ¿Todo esto por hablar? No lo creo. Aquí hay gato encerrado —le digo.

—Te lo prometo —responde—. Lo que pasa es que la gente se siente sola y yo sé escuchar muy bien. Yo no hago otra cosa que hablar, te lo juro.

Ni los mejores psicólogos cobran esas tarifas, pienso. Llevamos 45 minutos de charla, el suelo sigue sucio y ella no acaba de abrazar el naturismo en mi casa. Así que me lleno de valor y le digo que si pasa la aspiradora, yo me pongo a planchar las camisas. Acepta con desgana, hasta que la agarra y me dice que el aparato es muy pesado, que no puede con él y que prefiere seguir hablando. Incómodo, la convenzo finalmente para que pase el sacudidor y limpie el polvo mientras me cuenta sobre su vida. Pero sin brasier, le digo.

De nuevo, acepta a regañadientes, pero me pone como favor poder fumarse otro cigarrillo. No puedo decir que no, así que se asoma al jardín para darle cinco o seis caladas a toda velocidad al cigarrillo antes de ponerse a “limpiar” con las tetas al aire. Casi de inmediato suena la alarma del celular y, con una sonrisa, me informa que la hora contratada ha llegado a su fin y me pregunta si me gustaría, por el módico precio de 55 libras, además de las 65 ya pagadas, contratar otros 60 minutos para que me limpie, esta vez sí, la casa.

—¿No quiere otra hora más? —dice incrédula—. Bueno, gracias por contratar Naturist Cleaners. Hasta la próxima.

ejecutivas desnudasmeseras desnudasModelos desnudasMujeres desnudas trabajonudistas

Contenido Relacionado

Garavito entrevistado por Rafael Poveda

Historias

Rafael Poveda revela la que podría ser la última entrevista de Luis Alfredo Garavito

“Tener a Garavito al frente es como montarse en la montaña rusa más vertiginosa”: Rafael Poveda en su libro ‘Tras la som...

Historias

Los monstruos en Colombia sí existen y son los asesinos seriales

La portada del libro del que le hablaremos en este artículo es de color rojo, como la sangre de cientos de víctimas que ...

Nacho, la historia del exactor de cine para adultos

Historias

Actores prefieren hacer papeles de narcos que interpretar a Nacho Vidal en una serie

Hace un par de días se lanzó la serie sobre la vida del emblemático Nacho Vidal, y Martino Rivas se puso en la piel de e...

Stormy Daniels, actriz de cine para adultos, y Donald Trump, expresidente de Estados Unidos.

Historias

La estrella porno y el presidente, la saga que enloda a Donald Trump

En julio de 2006, los caminos de Donald Trump, entonces estrella de la telerrealidad, y de una diva de películas porno s...

María Cecilia Botero aseguró que fuera del país el talento es más valorado.

Historias

Las veces que María Cecilia Botero ha tenido experiencias cercanas a la muerte

Una de las divas de la tv colombiana relata detalles inexplicables en su vida que, sin duda, la han marcado. En diálogo ...

The Oscars

Historias

El día que la popular canción “El santo cachón” sonó en los premios Óscar

Así como lo escucha, hubo un día en el que famoso exito musical sonó en la prestigiosa ceremonia del séptimo arte.

Historias

Dejar de dormir por sexo, la peligrosa práctica de los marsupiales

Estos pequeños animales dan hasta la vida por tener relaciones sexuales, ¿ y usted?

Miracle Pogue y Charles

Historias

La historia de la mujer de 24 años que se casó con un hombre de 85 con el que busca tener hijos

¿El amor no tiene edad?, esta pareja comprobó que no importan las diferencias al momento de subir al altar.