11 de septiembre de 2015

Especial SoHo Muejres/Cuento

El Tino, ese portento

Faustino Asprilla, su destape en el primer número de SoHo Mujeres y, claro, sus atributos han inspirado de todo, desde marcas de condones hasta literatura. Con ustedes, un cuento sobre relaciones, suegras y algo más. Ojo, le podría pasar a usted.

Por: David Betancourt/Ilustración: Iconblast

Lucas y yo estábamos en la sala de su casa leyendo un libro de cuentos cuando entró mi suegra encartada con bolsas de supermercado y otras cosas, entonces yo me levanté y lo primero que hice fue agarrar una revista que llevaba prensada con el brazo para luego ayudarle con las bolsas y paquetes, pero cuando vi la foto de la portada me quedé quieta, no supe qué hacer, y a ella se le cayeron las cosas que llevaba. La cara se le puso del color que se le pone a la gente cuando es sorprendida haciendo algo malo, y la mía, igual, como cuando se sorprende a alguien. Me arrebató la revista y la dejó en la mesa de la sala. Antes de retirarse, con disimulo, le puso encima el libro de cuentos.

La portada de la revista la ocupaba el Tino Asprilla, un jugador de la Selección Colombia muy famoso. El Tino estaba empeloto, solo que un sticker en forma de trébol, de un gran trébol, hacía de calzoncillo, se lo tapaba. Lucas y yo hablamos un rato del Tino. Me explicó bien quién era, qué había hecho, en qué equipos había jugado, me describió goles, me contó que cuando apenas iniciaba en el fútbol le dijo a un canal de televisión local que su sueño era hacer muchos goles para comprarse una “musolina”, así dijo el Tino, una “musolina” con “vidrios bipolarizados”. Lucas aprovechó y me explicó lo que era un fuera de lugar. Hablamos del mito Asprilla, que no tenía nada que ver con el fútbol. Nos reímos mucho. En esas llegó la suegra. Nos miró feo pensando que nos estábamos burlando de ella y frente a nosotros quitó el sticker. Fue un momento tenso. Dejó de parpadear, se puso pálida y se fue hacia atrás con silla y todo. Lucas la levantó y, como humillado, vistió al Tino con el trébol, luego acompañó a su mamá a la pieza. Allá la dejó con el futbolista. Llegó, abrió el libro de cuentos y me dijo que siguiéramos leyendo, pero yo no quise, no estaba en condiciones para eso.

Por esos días fui muchas veces a la casa de Lucas con la ilusión de encontrar al Tino Asprilla y calmar la curiosidad que me estaba matando. Pensé en pedirle a mi novio que me mostrara la revista, pero no fui capaz, me daba pena, entonces aprovechaba cualquier oportunidad, cualquier descuido, sus idas a fumar al balcón, sus siestas, sus baños… para revolcar la casa, la pieza de la suegra, pero nada, por ninguna parte.

Del Tino Asprilla solo sabía que le había hecho un gol de globito a Argentina, que hablaba como si tuviera una tostada atravesada en la garganta, que montaba a caballo y disparaba al aire, que era el ídolo de los hombres y, por el tamaño de lo que cubría el trébol, también de las mujeres que así la revista fuera tan costosa la compraban. Nunca encontré la revista en la casa de Lucas, ni siquiera en los cajones de la pieza de su mamá, por eso pensé en pedirle a ella que levantara el sticker un segundo para ver, por pura curiosidad, nada más, pero me dio vergüenza. Descarté esa opción. Luego descarté la opción de esperar una semana y pedirle al propio Tino Asprilla, que iba a venir a la ciudad a una cabalgata y a firmar la revista a las admiradoras en un centro comercial, que me la mostrara, la foto de la portada, pero una semana con esa angustia era como un siglo. Me fui a las calles.

Como la gente en los supermercados muerde una manzana y la deja ahí como si nada y sigue empujando su carrito, destapa un jugo y deja el envase por ahí vacío, se echa loción, talco, cremas, en fin, entré a varios de esos lugares para hacer lo mismo con la revista, es decir, para levantar el sticker y seguir de largo, pero la revista, solo ese número de la revista, estaba dentro de una vitrina con candado para evitar que las mujeres consumieran el producto y no lo llevaran a casa, lo sapotiaran. Muchas, como yo, con disimulo movían el candado. Las ricas la compraban y la guardaban en el bolso como un secreto. En la calle fracasé también.

Busqué en Google todo lo relacionado con la foto del Tino. No estaba. Busqué “Tino Asprilla en cueros”. Nada. “Tino Asprilla desnudo artístico”. Nada. “Pipí Tino Asprilla”. “Asprilla trola”. Nada. Nada. “Tranca Faustino Asprilla jugador de fútbol”. Nada. “Órgano reproductor masculino goleador Faustino Asprilla Hinestroza”. Nada. “Genital abultado Tino”. Nada. La foto no apareció jamás, solo aparecían artículos sueltos y comentarios que aseguraban que esa parte era como el estadio del River Plate: MONUMENTAL, en mayúsculas sostenidas.

Aunque eso no era lo que me importaba del Tino, buscando en internet me enteré de que había jugado en Italia en un equipo malo que se volvió bueno con su llegada, que por allá se ennovió con una actriz porno que lo volvió mal jugador, que no quiso ser el mejor futbolista del mundo, que se quedó con la rumba, que hizo 29 disparos con un fusil R-15 contra un puesto de seguridad de un ingeniero y estuvo en la cárcel, que luego de cada gol hacía una pirueta llamada cabriola, que era un caramelo escaso en el álbum del Mundial de Estados Unidos, que las exnovias no lo olvidaban… Me enteré además, y esto sí me interesaba, de que antes de la revista con el trébol una periodista había agarrado esa parte del Tino con su cámara fotográfica, asomándose orgullosa por la pantaloneta, en un partido de la Selección Colombia contra Chile.

Busqué entonces la foto del partido. La encontré, pero algún gracioso había puesto una culebra, una anaconda, cubriendo la del Tino. Me dio mucha rabia e insulté en mi mente al gracioso. En la foto de la revista, Asprilla explicaba: “Yo siempre me ponía pantaloneta de baño debajo de la pantaloneta del equipo, que es más apretadita y no lo dejaba brincar, pero ese día le regalé la pantaloneta de baño a una fan y en el partido corriendo se salió sin permiso y la periodista tuvo la chiva, la fotografió y la publicó en Deporte Gráfico”. Seguí leyendo sobre el tema hasta que me aburrí, pero según parece lo del Tino fue noticia nacional, de última hora y el país se conmocionó. Los hombres perdieron un poco de autoestima. Las mujeres veían todos los partidos del Tino. Dejé de perder tiempo en internet y decidí pedirle plata prestada a Paloma, a Lucas, a la abuela, a mamá, al psicólogo… pero con lo recogido no me alcanzó. La revista valía mucho. Entonces tomé una decisión.

Fui a la casa de Lucas sabiendo que él no estaba y me senté con la suegra en la sala. Para no parecer morbosa le hablé del David, de Miguel Ángel, y de La edad de bronce, de Rodin, que se encontraban en internet y en revistas sin tréboles cubriéndoles sus partes íntimas, y al rato le mencioné al Tino. El mejor jugador de fútbol que ha dado Colombia en toda su historia, le dije, así nunca lo hubiera visto jugar. El más bueno, dijo la suegra, el morenazi más rico, una culebra en la cancha, y qué culebra. Luego nos miramos a los ojos y ella entendió. Subió y al rato llegó con la revista y me la puso en las piernas. Me pidió que luego del impacto no fuera a abandonar a su hijo. Ahí se quedó mirándome. Con ella en las manos sentí miedo, nervios, me puse a temblar como si en las manos tuviera otra cosa en vez de la revista. Empecé a pasar las hojas como si no me importara. No quité el trébol, que se veía muy deteriorado y no se pegaba bien al papel. Me daba mucha pena con ella. No quería que pensara mal de mí. Entonces le pedí un vaso de agua y aproveché su ausencia.

El Tino aparecía en todas las páginas de la revista, de lado, de espaldas, sentado, pero en ninguna aparecía lo que yo buscaba. Lo que buscaba estaba en la portada, cubierto con el sticker, pero no me atrevía porque, pensaba, qué le digo a la suegra si el trébol no pega luego de quitarlo, qué le digo donde me sorprenda con los ojos en la masa… En las fotografías el Tino salía con un par de alas negras y debajo de una de las fotos él decía: “Si querían que me viera como un ángel se jodieron. Me veo como un chulo”. Y qué chulo, pensé.

La suegra llegó con el agua y sonriente como nunca, preguntándome si sabía cuál era la diferencia entre lástima (con tilde) y lastima (sin tilde). El tamaño, me dijo. Me reí por reírme porque en el momento no entendí el chiste. Luego, en un descuido de ella, quité el sticker y qué sorpresota, casi me voy de espaldas. Deprisa volví a pegarlo, no sé dónde, tal vez en una tetilla, en la pierna, en el ombligo, en un ala, no sé, y cerré la revista. Mi suegra era una pervertida, pensé, solo a una enferma se le ocurría eso. Me la imaginé recortando esa parte con las tijeras y poniéndosela en sus pechos todas las noches, jugando con ese pedazo de papel allá abajo…

Qué tal, me dijo cuando yo iba de salida. Muy grande, Dios es muy grande, agregó. Me quedé muda y entonces agarró la revista y al rato me empezó a gritar insultos. Sorprendida, le dije que yo no había sido, se lo juré. Sin hablar ni una sola palabra esperamos a Lucas como dos horas. Apenas entró lo miramos feo y le pedimos explicaciones. Sí, yo fui, dijo el muy descarado, mi mamá ya ni hacía el almuerzo, no salía de la pieza, no tenía tiempo para mí... Ella se tiró a atacarlo y solo paró cuando Lucas dijo que lo había tirado a la basura. Entonces yo le reproché, le dije que qué le había hecho el Tino para que lo castrara, que si sentía envidia o qué, que cómo se atrevía a hacerle eso a un nominado al Balón de Oro... Desesperada, la suegra me pidió ayuda y entre las dos esculcamos la basura de la cocina, sacamos cada papel, cada tarro, cada asquerosidad, y nada, levantamos el tapete, nos tiramos al piso y miramos debajo de la nevera, de la estufa, de la lavadora, levantamos materas, sudamos, esculcamos la basura de la pieza de Lucas, la basura de los dos baños, volvimos a la revista a corroborar la amputación y volvimos a empezar la búsqueda del pedazo del Tino con la energía que da la ira, basura por basura, caja por caja, restos de frutas, pizza, hamburguesa, olores a azufre, a caca, ella iracunda, yo ansiosa, una hora, dos horas… hasta que me cansé y me fui. Quizás está al lado de un billete de 1000, sonriéndole a Gaitán, en la billetera de Lucas, pensé en el camino. Mi suegra sí se quedó ahí, buscándolo, y así lleva más de un mes. Tiene las rodillas y las manos raspadas, y unas ojeras que le bajan hasta la boca. Yo a veces cuando voy a su casa le ayudo.


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