18 de agosto de 2004

El árbitro que se expulsó a sí mismo

El suicidio del árbitro argentino Fabián Madorrán le sirve de punto de partida al periodista y escritor Juan Pablo Meneses para adentrarse en el oscuro mundo del arbitraje, donde hay códigos secretos cuya violación se paga con la vida.

Por: Juan Pablo Meneses

I. Esta es la historia de una mafia, y como en toda historia de una mafia, el crimen paga con una bala de plomo en la cabeza y la sangre desparramándose en el cemento. Porque el mundo de los árbitros de fútbol no es una organización oscura únicamente por el hecho estético de que los hombres visten de negro. Tampoco porque ellos tengan el poder absoluto -sin méritos verdaderos ni elección de por medio- de controlar todo lo que ocurre en ese territorio donde se juega fútbol y que se llama cancha. Es una historia de mafias, porque dentro de la organización referí se manejan una cantidad de códigos, de pactos secretos, de frustraciones conjuntas, de luchas de poder, de codicias y jerarquías, de unos pactos de silencio, de un todo vale que si por alguna razón te alejas de ellos, inmediatamente 'la familia' se siente traicionada por ti y te puede suceder lo peor. Como acaba de ocurrir con el árbitro argentino Fabián Madorrán, el ex referí internacional que el pasado 30 de julio apareció en la ciudad argentina de Córdoba con una bala de plomo en la cabeza y su sangre, su sangre de árbitro, desparramándose por el cemento.
Vi arbitrar a Fabián Madorrán un par de veces. La última, en la primera fecha del campeonato argentino de 2003, donde cobró un penal inexistente a favor de River Plate y que le permitió vencer a Chicago. Madorrán ya era un árbitro cuestionado que no pasaba inadvertido. Levantaba los brazos más de la cuenta, miraba demasiado hacia las cámaras, usaba anillos y pulseras de oro, además de vistosas muñequeras negras. Cuando cobraba una falta, le gustaba estirar el brazo donde llevaba todo ese aparataje decorativo. Cuando terminaban los partidos, se daba tiempo para hablar con la prensa y mientras se repasaba el peinado disfrutaba dando nombres, acusando a jugadores, yendo al choque. Haciendo noticia y eso, Fabián lo sabía o lo debió saber, es lo peor que le puede suceder a un árbitro: querer ser noticia, salir del bajo perfil. En el fondo, como en toda organización de estas, no es bueno tener un integrante que guste en exceso de llamar la atención.
Pero a Madorrán le gustaba eso porque, finalmente, adoraba estar en el fútbol y aparecer. Se le notaba. Desde antes de que comenzara a suceder todo lo que terminó sucediendo, siempre me llamó la atención la manera como Madorrán necesitaba el fútbol. Era su vida, dicen ahora sus amigos y familiares. Y eso era algo extraño. En un país con árbitros clásicos del referato continental, todos los jueces destacados vivían su actividad como si la despreciaran. Como si estuvieran haciendo un trabajo sucio (que, finalmente, es lo que hacen). Sin alharacas y, en la mayoría de los casos, con cierto desprecio hacia todo, como los clásicos Horacio Elizondo o Javier Castrilli, dueños de una seriedad de asesino serial. A Madorrán, en cambio, eso no le iba. Esa tarde, en el estadio Monumental de River, sería la última vez que lo vería arbitrar. Y la última, claro, que lo vería con vida.

II. Madorrán nació el 29 de junio de 1965, en Remedios de Escalada, en la zona sur de Buenos Aires. Debutó como árbitro de Primera en agosto de 1997. En total, dirigió 161 partidos. El último fue en septiembre de 2003. Fue un árbitro que iba derecho a la sanción drástica. En seis años en Primera expulsó a 153 futbolistas, lo que significa que casi expulsaba a uno por partido. Como referí internacional debutó en 1998 en un torneo Sub 20: esa vez expulsó a cuatro futbolistas de Brasil, lo que generó un escándalo con la poderosa Confederación Brasileña. En 1999, tras una derrota de su equipo, Ezequiel González de Rosario Central declaró a la prensa que Madorrán era "una histérica". En marzo de 2001, una cámara de televisión lo tomó cantando al ritmo de la hinchada de Boca, antes de un partido con Almagro. En la Promoción de 2003 le dio un gol en off side a Talleres de Córdoba, lo que le permitió evitar el descenso ante un equipo de Mendoza. En resumen, una carrera con arbitrajes polémicos debido a su personalidad avasalladora. Hasta que llegó el 29 de septiembre de 2003. Ese día, la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) decidió no renovarle su contrato. Chau, Madorrán, le dijeron.


Pasadas las 10:30 de la mañana del 30 de julio, Madorrán se quitó la vida. Fue la noticia del dia en la Argentina. Una noticia sin explicación.
La expulsión del referato fue una medida sorpresiva que se justificó con un comunicado donde se decía que se trataba "del inicio de una tarea en procura de optimizar los recursos humanos arbitrales y a la promoción de jóvenes profesionales. En todos los casos las desvinculaciones se fundarán en aspectos referidos a la aptitud física y evaluaciones técnicas".
El golpe fue duro y Madorrán, mediático por naturaleza, inició un desfile por la prensa reclamando la medida. Entonces, dijo que el suyo era "el primer caso en la historia en el que echan a un árbitro internacional de mi edad. Yo tenía para doce años más en el máximo nivel. Estoy muy dolido: dediqué mi vida a esto y ahora me siento como Maradona. A mí también me cortaron las piernas".
Madorrán quedaba a temprana edad sin piernas, pero además sin prensa, sin atención, sin protagonismo. Y eso, los que lo conocían, sabían que tarde o temprano tendría consecuencias dolorosas. Tan dolorosas como un balazo en la boca, por ejemplo.

III. Ironías de la vida, el árbitro nunca se sobrepuso a que lo expulsaran. "Después que lo expulsaron nadie lo apoyó, los otros árbitros le dieron la espalda", me dice Jorge Videla, el amigo cercano de Madorrán, un gordito de poco pelo que parece cantante de salsa y que vivía junto al ex árbitro en la ciudad de Córdoba. En el velatorio hay vecinos, familiares, y un par de viejos réferis se acercan al lugar. Hay muchos fotógrafos y cámaras de televisión, también. Ninguno de los árbitros activos se aparece por el lugar frío de esta zona popular de Buenos Aires. Tampoco viene, claro, ninguno de los directivos de la AFA.
Antes de ser expulsado, Madorrán seguía siendo un árbitro internacional. Uno de esos jueces que viajan por el mundo. Es precisamente durante los viajes de los árbitros cuando mejor se refleja el espíritu de cuerpo de la organización. Los códigos y las jerarquías fundamentales para mantener al grupo unido.
Cuando viaja una delegación de árbitros, siempre escogen asientos contiguos en el avión. "En la jerarquía del grupo viajero, el de mayor rango en la delegación es el encargado de dirigir el partido, a este lo sigue el árbitro reserva, y finalmente los auxiliares (guardalíneas). Es tal el apego a la regla que si estamos en el hotel y hay ganas de fumar, el bandera roja, el guardalíneas de menor rango, inmediatamente se ofrece para ir a comprarlos. Todos hemos pasado por eso", me dice Iván Guerrero, ex árbitro internacional chileno, cuando hablamos de códigos internos en el mundo del referato.
Como lo indica el reglamento Fifa, en el aeropuerto extranjero los debe esperar un funcionario de la federación de fútbol local, al que se suma, por tradición de "la familia internacional de los árbitros", ya se sabe, alguno de los jueces del país anfitrión. "Fabián tenía muchos amigos árbitros internacionales que fue conociendo en sus viajes, gente que quería mucho y que no volvió a ver", comenta Jorge, el amigo de Madorrán.
El protocolo se mantiene hasta dentro del vehículo oficial, donde generalmente el titular va sentado junto al chofer, el reserva va sentado atrás, junto a la ventana derecha, el guardalíneas primero junto a la puerta izquierda, y el segundo entre ambos, al medio. Por orden de la Fifa, los árbitros se deben quedar en hoteles cinco estrellas. A la hora de elegir las habitaciones nuevamente se le echa mano a la jerarquía y la mejor suite es para el árbitro titular.
Antes de un partido importante, tratan de pasar desapercibidos. En los hoteles no los esperan fans ni periodistas, ni cámaras. "En esos casos mejor no despertar suspicacias", dice otro ex árbitro argentino, volviendo al tema del bajo perfil como sello del grupo. Eso que Madorrán no cumplía, según dicen varios de ellos sin ganas de aparecer firmando esas palabras.
El día de los partidos importantes los árbitros llegan escoltados por carros policiales y motoristas, se bajan de los vehículos y rápidamente ingresan a camarines tratando de que no los vean. Según el reglamento, ellos deben estar en el estadio una hora y media antes del partido, y eso siempre se cumple. Porque un tipo impuntual no puede ser árbitro, me dice uno de ellos, hablando seco y golpeado, como la mayoría de los jueces del fútbol.
"Fabián disfrutaba mucho de los viajes y se preparaba una semana antes de partir, hacía la maleta cuidadosamente y de vuelta nos traía regalos", dice Lucía de Madorrán, su madre.
Minutos antes de empezar el partido, siempre ingresa al vestuario el oficial a cargo de la custodia del estadio. El policía les pone a disposición toda su gente, acuerdan las señas en caso de requerirlos y, desde ese momento, el árbitro queda a cargo de todo el contingente policial que rodea la cancha. La relación entre referís y policías siempre ha sido muy cercana. Madorrán gustaba mucho de llamar a la policía a ingresar a la cancha y, se comenta, más de una vez fue a un asado a la comisaría de Avellaneda tras un partido en la zona sur. Todo eso, claro, lo perdió cuando dejó de vestirse de negro y pantalón corto todos los fines de semana.
Antes de empezar el partido el árbitro saluda a los capitanes de ambos equipos, se fotografía con ellos, y al dar el pitazo inicial se acaba (o se debería acabar) todo su protagonismo. Dentro de la cancha, la labor del referí es descrita de forma precisa por el escritor uruguayo Eduardo Galeano. "Está obligado a seguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuerda a su madre".
En el caso de Madorrán, su madre, la señora Lucía, no encuentra consuelo a lo sucedido y sus ojos parecen llevar llorando varios meses.

IV. Pasadas las 10:30 de la mañana del 30 de julio, Fabián Madorrán miró el paisaje por última vez. Estaba en Córdoba, en las escalinatas del Parque Sarmiento, en frente del departamento donde vivía. Había sol, pero todo lo veía nublado. Entonces se llevó el cañón a la boca, como si fuera un silbato de árbitro. Pero en vez de soplar, esta vez jaló el gatillo de la 9 milímetros y tragó. Tragó la bala que le terminó reventando el cráneo y salpicando su sangre un par de metros a la redonda. Así se mató Madorrán. Así terminaba su historia.
Fue la noticia del día. El ambiente futbolero, en un país donde el fútbol es casi todo, estaba sacudido. Todos se lamentaban: jugadores, dirigentes, periodistas, amigos. Obligados por la prensa hablaron, muy medidos, algunos árbitros en ejercicio: "La vida es lo más valioso que existe. Esto es tremendo. Y no hay mucho más que se pueda decir", dijo Claudio Martín, árbitro de la AFA. El juez de línea Claudio Rossi agregó: "Estoy muy triste, pero la noticia no me sorprendió. En el ambiente se decía que podía terminar así". Sin embargo, en el círculo íntimo de Madorrán todo era confusión. "No sé qué pudo haber pasado... De golpe y porrazo tuvo ese segundo de ceguera... Quedó muy mal cuando dejó el arbitraje. Fabián nació para ser árbitro; desde los 15 años que andaba en eso... dirigió cientos y cientos de partidos, en el país y en el exterior", expresó la señora Lucía de Madorrán, quien no paraba de culpar de la muerte de su hijo a los dirigentes que lo expulsaron. "Quedó muy mal cuando dejó de dirigir; es lógico, el carnicero no puede ser herrero...". Fabián Madorrán era soltero, tenía 39 años y un hermano menor minusválido que dependía económicamente de él. Ya sin el temor a los fuertes rumores de su homosexualidad de cuando era activo, vivía con Jorge Videla en un dos ambientes de Córdoba.

V. ¿Qué había pasado en la vida de Fabián Madorrán en los últimos meses? ¿Qué sucedió entre que fue expulsado de los árbitros y se volaba la cabeza con una 9 milímetros? ¿Cuál fue, realmente, la razón para dejarlo sin arbitrar de por vida? ¿Puede volverte loco algo así?
Nunca se supo si los rumores de su homosexualidad, con reportajes en tapa como el árbitro rosa, ayudaron a la decisión de una organización tan conservadora y machista como la del fútbol. Otras versiones dicen que la presión interna de otros jueces fue clave, porque Madorrán estaba tomando demasiado protagonismo.
Lo concreto es que las primeras semanas tras ser expulsado, Madorrán lloró desconsolado y en silencio. Mañanas y tardes completas, dicen sus familiares. Por consejo de sus abogados, debió controlar su llamativo comportamiento y guardar silencio. Nada de hablar contra la AFA. Nada de entrar en polémicas. Pero le duró poco: luego apareció diciendo que si no le daban el dinero que reclamaba por su despido, haría denuncias espectaculares sobre el ambiente del fútbol argentino. "Cuando hable se van a caer de espaldas", dijo una mañana a la FM Radioshow
Sin arbitraje, intentó varias veces participar del fútbol desde los medios de comunicación. Se le ocurrió "La revancha de los árbitros", uno de sus primeros proyectos que se topó con la negativa de varios medios y sin posibilidades de auspicios. Otra puerta que se cerraba. Entonces, puso un cibercafé en la zona sur de Buenos Aires, pero nunca pudo levantar. Decían que estaba jugando más que nunca, porque el otro rumor de Madorrán, además de su condición de homosexual, era su afición por los casinos. Curiosamente, son las dos más frecuentes acusaciones contra los referís de fútbol de todo el mundo: que les gustan los hombres y el juego, igual que a Liza Minelli.
"Hace cuatro meses me llamó llorando y me dijo que se iba a Córdoba, que acá no podía vivir más, que todos lo juzgaban. Es verdad que le gustaba el juego, pero su vicio era el arbitraje. Él empezó a morir cuando lo echaron pero no se suicidó por eso, sino por soledad. Estaba solo, sin contención afectiva. Y sufría muchísimo", cuenta Juan José Blanco, un periodista de Buenos Aires amigo de Madorrán.
Se instaló en Córdoba con la esperanza de volver a empezar. El ex referí internacional argentino que, pocos meses antes, dirigía partidos a estadio lleno en La Bombonera o en el Monumental de River, pasó los primeros 15 días en Córdoba durmiendo en la trastienda de una panadería de barrio, arriba de un colchón y tapado con una manta. Le gustaba Córdoba. Cerró el cibercafé de Buenos Aires y tenía ganas de instalarlo en Córdoba. Ya tenía las máquinas, los soportes, y sólo necesitaba el dinero para echarlo a andar. Se dice que en un Banco de Lanús, en la zona sur de Buenos Aires, había gestionado un crédito poniendo como hipoteca la casa de sus padres. La historia oficial, contada por sus amigos y familiares, dice que después de muchos trámites, a Madorrán le dieron el crédito. Que viajó a Buenos Aires a buscarlo, y que en el viaje de regreso a Córdoba lo asaltaron y le robaron todo el dinero. Del incidente, no hay denuncia en ningún cuartel de policías. Hay quienes piensan que el dinero se lo gastó en juego o con alguna pareja. O quién sabe en qué. Esa historia, como muchos otros secretos (los árbitros viven llenos de secretos), sólo lo sabe Madorrán.
El domingo, durante el funeral, no fue mucha gente. Casi nadie. Aunque había sido tapa de todos los diarios el día anterior, a su último acto público tampoco llegó la prensa. Hasta la noticia de su muerte, trágica, bulliciosa, tuvo un final repentino cuando al día siguiente se supo de la muerte fulminante del querido 'Pato' Pastorizza, el actual entrenador de Independiente, otrora figura del fútbol argentino. Entonces la muerte de Madorrán pasaba al olvido en dos días y, con su triste y solitario final, la mafia de los árbitros parecía decir, entrelíneas, casi con una sonrisa: eso le espera al que rompa nuestros códigos.