14 de septiembre de 2011
Diatriba
Contra arrojar cenizas al mar
Contra arrojar cenizas al mar por Marcelo Birmajer
Por: Marcelo BirmajerCuando pensamos en nuestra propia muerte, lejos de ponderar qué beneficios o legados dejaremos a nuestros seres queridos, nuestro primer pensamiento es de envidia: ellos permanecerán vivos. De modo que se impone arruinarles su sobrevida todo lo posible. Los de entre cuarenta y cincuenta, nos hallamos en aquella etapa generacional en la que somos víctimas de los malos sentimientos de nuestros mayores, ya ellos conscientes de su futura muerte. A nadie le gusta morirse, pero mucho menos que los demás queden vivos. Por lo tanto, somos los encargados de llevar las cenizas al mar; encargo que, para aquellos que nos hallamos a más de cinco horas en auto de cualquier salida marítima, resulta por lo menos engorroso. Ni hablar para un boliviano.
Hay algo eminentemente contradictorio entre pedir ser cremado y a la vez exigir que esas cenizas se arrojen al mar. Porque la cremación representa un trámite mucho más simple que el velorio y entierro, mientras que llevar las cenizas al mar implica toda clase de molestias. Es cierto que el legatario de este mandato puede negarse a cumplirlo, pero corre la superstición de que quien no obedece el deseo de un muerto será víctima de una maldición: si tú no llevas las cenizas al mar, el mar vendrá a ti en la forma de un tsunami. ¿Pero qué ocurre cuando no es un ancestro sino nuestro propio cónyuge quien nos reclama, en caso de su improbable fallecimiento, que arrojemos sus cenizas al océano? Es lo que vino a ocurrirle a mi amigo Bernardo.
“Cuando Dorita me pidió que, en caso de muerte, tirara sus cenizas al mar, le respondí inmediatamente que sí, porque tuve la esperanza de que estuviera planeando su suicidio y no quería desalentarla. Pero con el correr de los días, al comprobar que su muerte no acaecía, me dio en pensar que seguro palmaba en invierno, y me imaginé viajando a esas ciudades marítimas vacías, frías, deprimentes, con un cuenco de cenizas de Dorita… No era precisamente mi idea de un buen momento. No era como quería usar mi tiempo de viudo”.
“Dorita —le dije—, toda tu vida has querido veranear en las sierras. Odias el mar como un perro hidrofóbico. ¿Qué se te ha dado ahora por desear que sea tu última morada?“
—Me parece que eran las ganas de coger. Porque desde que estoy con Mercedes no volvió a pasarme nada parecido. ¿A quién se le ocurre pedir cosas para después de muerto? Recompensa nunca esperé de ella. ¿Pero cómo esperaba que yo cumpliera si ya no estaba para romperme las bolas