9 de julio de 2008

Testimonios

Cómo es...El sexo en las Fuerzas Armadas

Un ex piloto de Black Hawk que cumplió con importantes misiones por todo el país, nos cuenta cómo se maneja la parte sexual dentro de la vida castrense. La mayoría de historias ocurren en bases y batallones porque durante los operativos en lo último que se piensa es en el sexo.

Por: José Martínez
Hice parte de las Fuerzas Militares durante nueve años como teniente de la Fuerza Aérea Colombiana donde tripulé helicópteros Black Hawk en misiones de orden público por todo el país. | Foto: José Martínez

Hice parte de las Fuerzas Militares durante nueve años como teniente de la Fuerza Aérea Colombiana donde tripulé helicópteros Black Hawk en misiones de orden público por todo el país. Puedo decir que la vida sexual allí es muy similar a lo que uno ve en otros ámbitos: hay de todo, homosexuales, bisexuales, heterosexuales. La mayoría de historias ocurren en las bases y batallones porque durante los operativos en lo último que uno piensa es en acostarse con alguien. En el área de combate se corre el riesgo de morir si uno se distrae o se aleja del círculo de seguridad para ir a buscar un lugar escondido con privacidad suficiente para tener sexo.

Las visitas a los burdeles son comunes y más cuando hay operaciones que llevan hasta ocho meses. Alguna vez, en un puesto de combate perdido en la mitad del Vichada, cierto personal militar decidió organizar una fiesta y se trasladaron a Puerto Carreño y contrataron a tres prostitutas durante una semana. Fueron unas 45 personas que estaban en la base, quienes pagaron algo así como 30.000 pesos por polvo. Y varios repitieron.

Aunque en los botiquines de las Fuerzas Militares hay condones, y existen charlas educativas y exposiciones en las que advierten al personal sobre las enfermedades de transmisión sexual, es difícil impedir que el soldado busque prostitutas. En las bases se oyen cuentos de soldados comprometidos amorosamente con otros y que se mandan cartas o detalles. Se sabe de soldados que se han acostado con otros dentro de la garitas donde se ubican los guardias de turno, o que han tenido sexo con mujeres que logran colar al batallón. Incluso hay hombres y mujeres afuera del batallón que no tienen problema en dejarse penetrar por entre las vallas perimetrales. Quienes están comprometidos matrimonialmente aprovechan los días de visita para esconderse con sus parejas. Lo curioso del hecho es que los soldados ven a sus esposas más o menos cada seis meses y cada vez que aparecen llegan con un integrante nuevo que agranda la familia: si uno se pone a hacer cuentas, lo más probable es que queden embarazadas en cada una de esas visitas.

Aunque en las Fuerzas Militares el homosexualismo no es prohibido y legalmente no se puede hacer nada en contra de estas prácticas, tampoco es del todo permitido. Los casos de los que se sabe suelen pasarse por alto. De alguna manera la tensión sexual que viven todos los soldados por estar encerrados en campamentos en medio de la nada durante meses, encuentra la forma de liberarse. La masturbación también está ahí. No me consta, pues nunca vi a nadie haciéndolo, pero es un recurso para liberar tanta energía sexual.

Cada vez que teníamos días libres el plan por obligación era encontrar el prostíbulo más cercano, ir a tomar cerveza y terminar acostándose con alguna de las prostitutas, algo que nunca me llamó la atención por más desaforado que me sintiera por recuperar el tiempo perdido con las mujeres. En muchos casos era más fácil coquetear con las mujeres de los pueblos, quienes veían a los soldados como grandes héroes, y muchas veces se creían todos los piropos que les hacíamos.

Por hacer parte de la Fuerza Aérea uno tiende a tener más éxito con las mujeres, pues parecen sentirse más seducidas cuando se enteran de que uno vuela aviones o helicópteros. En la base de Rionegro, donde permanecí años prestando servicio, contábamos con la suerte de que varias médicas, odontólogas y bacteriólogas iban a hacer sus prácticas rurales y era una gran oportunidad para conocer mujeres. Lo más común para conocer y entablar conversación con las médicas recién llegadas era mandarse a revisar los dientes, inventarse un dolor de cabeza repetitivo o sacarse una muestra de sangre innecesaria. Los que coronaban se las apañaban para hacer el amor en cuartos desocupados, en bodegas, en los consultorios o en las salas de televisión, así fuera por 10 minutos, con la mayor de las precauciones para que los ruidos no alertaran a nadie. Una vez que estaba en esas, recibí una llamada a las 12:30 a.m. para entrar en combate. Tocó parar, pues yo estaba disponible para vuelo. Si me pillan me hubieran sancionado, y a ella le habrían cancelado el rural, sin mencionar la pena que tendría que pasar frente a mis colegas y superiores.

Uno de los recuerdos más fuertes que tengo ocurrió en Melgar: un día un grupo de oficiales logró meter a una prostituta a las instalaciones del batallón y armaron una pequeña fiesta con trago y baile como parte de una despedida de soltero. A la prostituta la emborracharon tanto que en un momento ella se cayó y se abrió la cabeza. Como no podían atenderla adentro de la base, tuvieron que sacarla a escondidas en el baúl de un carro para curarla en la clínica más cercana. Una vez suturada la volvieron a encaletar en el baúl, la trajeron de vuelta y varios de los participantes de la despedida tuvieron sexo con ella —en frente de todos los presentes— sin importar que estuviera ‘remendada‘ ni excesivamente borracha.

El sexo en la guerra es algo más común de lo que cualquiera pensaría, sin restricción en cuanto a tendencias o prácticas sexuales. Aunque existen códigos escritos en donde se prohíbe denigrar al uniforme y a la institución militar y verbalmente se le repita a todo el personal lo que es prohibido, también es cierto que el encierro y las jornadas interminables en el monte son cosas que, a lo mejor, la gente desde afuera no entiende.

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