15 de abril de 2008
Contra el metrosexual
Si fuéramos los encargados de menstruar y parir, ya se habría acabado la especie humana.
Por: Antonio García ÁngelEn la lotería evolutiva, los hombres la sacamos muy fácil. "Vamos en coche", como dicen, pues podemos mear de pie sin chorrearnos, no menstruamos y por tanto no tenemos cólicos ni debemos usar toallas higiénicas o tampones, y el 99,9% de las veces que tiramos nos venimos. Además no quedamos embarazados, lo cual nos exime de vomitar los primeros meses, tener dolores de todo tipo, cambios de ánimo, retención de líquidos y, lo más bravo de todo, parir (de ñapa, y para completar, también nos salvamos de la depresión posparto). La naturaleza, que es sabia, les puso tanto inconveniente a las mujeres, ellas son más fuertes, más valientes y más resistentes que nosotros. Si fuéramos los encargados de menstruar y parir, ya se habría acabado la especie humana. Al que pida más que le piquen caña. Pero, sí señores, hay más, pues no hemos hablado del factor cultural y estético: mientras para ellas sin tetas no hay paraíso, a nosotros las normas de seducción nos han tocado muy blanditas. Ha sido suficiente con bañarnos, lavarnos los dientes, echarnos talco en las patas y desodorante en las axilas, y si acaso alguna colonia. Punto. La afeitada diaria ya es suficiente camello, pero aún es posible dejarse la barba.
Claro que, como dijo sabiamente Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre. No faltaba un grupito de traidores dispuestos a cagárselo todo: los metrosexuales. Es una tendencia bastante peligrosa, pues si se generaliza puede dar al traste con diez mil años de evolución cultural que nos han permitido sentarnos a beber cerveza y ver televisión con la mano en las güevas mientras dejamos al aire nuestro prominente abdomen de mamíferos sedentarios, eructamos, nos tiramos pedos y nos limitamos a oprimir el control remoto. En medio de tanto descuido, tanto desgarbo, teníamos que compensar siendo cariñosos, acompañándolas a ir de compras y estando siempre dispuestos a la jeroglífica labor de comprenderlas, cosa casi imposible porque sus cerebros evolucionaron más que los nuestros. Mientras ellas ya tienen el sexto sentido femenino, a nosotros nos basta ver un buen culo y un par de tetas, un partido de fútbol o una película de karate, rubias y bala para regresar al Pleistoceno.
Pero todos estos siglos de confort están a punto de irse al traste. La verídica tonada que dice "yo soy como el oso, feo pero sabroso", ya es una antigualla del paraíso perdido. El metrosexual se ha venido masificando y ahora nos exigen más de la cuenta: que mira esa panza, que mira esos bíceps nulos o esas piernas blancuzcas, que te falta tonificar, que no tienes nada de pompis, que tienes unos pelos inmundos en las orejas… ¡Maldito Beckham!, ¡Púdrete, Brad Pitt! ¡Que viva Woody Allen! ¡Arriba Danny de Vito!
Si siguen haciendo esta campaña dañina, para conseguir hembritas va a tocar echarse crema antiarrugas diaria y nocturna (para el cutis, porque a ese paso ya no vamos a tener cara), crema para el contorno de ojos (para la pata de gallina que antes les valía huevo), humectantes, protector solar, jabón de avena, tónico astringente, crema de manos, crema para el cuerpo (con aloe vera o camomila), crema adelgazante (de algas o con yodo), mascarillas, masajes capilares…, además tendremos que hacernos manicures, pedicures, sesiones de bronceo, mesoterapia, limpiezas faciales y, horror de horrores: depilación con cera, ¡con lo que debe de doler! El tipo que se hace la cera en el pecho, o el bikini (bolas y orto), y vende la idea de que se ve bonito porque es lampiño como una rana platanera, debería ser quemado en la hoguera junto con todos sus cosméticos.