1 de junio de 2016

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Elogio de la mujer estúpida

¿Por qué muchos hombres se dejan llevar por los encantos de mujeres que son todo menos brillantes? Mejor que se lo explique uno de los escritores argentinos más respetados del momento.

Por: Marcelo Birmajer / Ilustración: Cristian Escobar

La belleza ha estado sobrevalorada desde muy temprano en la especie humana. La asociamos preventivamente con la armonía, con la calma, incluso con la bondad. Usualmente, la belleza distingue a los protagonistas heroicos de las ficciones, mientras que los malvados carecen de distinción estética, o directamente son considerados feos. Supermán luce un peinado impecable, Lex Luthor, en cambio, padece su calvicie. La madrastra de Blancanieves no carece de cierto encanto, pero odia a su hijastra porque es aún más bella. Pero, en la realidad, la belleza no se garantiza más que a sí misma: las mujeres y los pasajes bellos no prometen más que su observación; adentrarse en unas u otros, en cambio, puede deparar las más ingratas sorpresas. Paradójicamente, aunque no haya ninguna relación entre ambas, nuestros sentidos tienden a asociar la inteligencia con la belleza de un rostro. (Elogio del hombre estúpido)

Pero aun cuando así fuera, cuando la inteligencia y la belleza se integraran en una misma mujer, nada establece que conquistarla podría depararnos mayor felicidad. La estupidez, en cambio, sufre una desvalorización flagrante. Antes de pasar a explicar las virtudes de la estupidez femenina, quisiera aclarar que ninguno de mis conceptos guarda la menor relación con lo que se considera machismo. El machismo es una conducta repugnante y en muchos casos delictiva, que postula que la mujer es inferior al hombre, que el hombre debe mandarla, y en los casos más extremos, como en los países del mundo árabe, que es legal pegarle e incluso matarla por crímenes de honor.

Para quien esto escribe, todos los golpeadores de mujeres son criminales y deben estar presos sin contemplaciones; los asesinos deben ser condenados a cadena perpetua, sin importar los motivos. Y no hay nada que impida la igualdad completa, laboral, social y económica entre el hombre y la mujer. Una vez aclarado esto, si un hombre desea por compañera a una mujer que lave los platos y tienda la cama, mientras él fuma puros y juega póker con los amigos, y así se lo ofrece, cordialmente y por acuerdo, y ambos aceptan y manifiestan su conformidad durante su vida en común, no veo cómo podría llamarse machismo a ese conyugar.

Lo que detallaré a continuación es la elección que podría hacer felices a cierta clase de hombres en el terreno amoroso, en todos los casos contando con la aquiescencia de la mujer en cuestión.

He escuchado a muchos hombres preguntarse de qué hablarían con una mujer estúpida luego de fornicar. Esa pregunta es de fácil respuesta: en primer lugar, ¿por qué alguien necesitaría hablar con la mujer con la que acaba de fornicar? Pero considerando que, efectivamente, el hombre en cuestión quisiera hablar con su compañera de cama, con una mujer estúpida cualquier cosa que dijera sonaría inmediatamente interesante, novedosa, sensata. Mientras que con una mujer inteligente ni siquiera estaría seguro de que el acto sexual fue del agrado de ella. (La mamera de salir con una mujer demasiado inteligente)

Partamos de la base de que conseguir compañera sexual es mucho más difícil para los hombres que para las mujeres. A una mujer de entre 19 y 50 años le basta con salir a la calle para regresar con un candidato a la cama. Un hombre puede pasarse meses intentando lo mismo infructuosamente. La disparidad es evidente. La estupidez femenina equipara las respectivas capacidades que la naturaleza humana ha repartido de modo tan desigual. En un inolvidable relato del Marqués de Sade, un libertino, dado exclusivamente al sexo anal, se casa con una joven de buena familia. La madre de la joven, conociendo las preferencias del novio, le dice que en cuanto él le indique que se tienda, ella debe negarse y exigirle que la penetre por el agujero que la naturaleza manda. Llegada la noche de la consumación de la boda, el libertino decide comenzar su matrimonio acorde a la ley, y le indica a la joven que se coloque boca arriba, que la penetrará por la vagina. Pero la joven, advertida por su madre, se niega terminantemente y entrega el culo, para gran delicia del libertino.

¿De qué otro modo podría haberse producido este feliz desenlace sino por la redomada estupidez de la recién casada? La estupidez femenina, relacionada con la inocencia, depara sorpresas a la mujer y satisfacción al hombre. La estupidez femenina es mucho más permeable a la bondad. Más fértil para producirla y recibirla. Por empezar, a diferencia de la inteligencia, carece de malicia. Las mujeres inteligentes evalúan cotidianamente sus necesidades, sus placeres, sus preferencias. Pueden aburrirse de su marido o novio. La mujer estúpida garantiza estabilidad, e incluso la adoración a su hombre. A una mujer estúpida se la puede convencer de que tragar el semen es bueno para el organismo, de que el hombre necesita salir con los amigos inmediatamente después de fornicar y de que mientras el orgasmo masculino es inevitable, el orgasmo femenino es aleatorio.

La idea de que una conversación sobre la teoría de la relatividad o la última producción del cine iraní con una mujer inteligente puede rivalizar con las ventajas de la relación entre un hombre común y una mujer estúpida me resulta tan insensata que llego a creer que puede ser el origen de la mayor parte de los divorcios y malestares sentimentales de los dos últimos siglos. Hablo, claro, de hombres comunes, de esos hombres que, parafraseando a Groucho Marx, pueden decir: “Nunca me casaría con una mujer que fuera tan estúpida como para casarse con un hombre como yo”. No nos referimos a estrellas de rock, ni de Hollywood, ni a ganadores de premios multimillonarios, por quienes las mujeres de muy distintas categorías pierden inmediatamente la cabeza y la vergüenza. No, me estoy dirigiendo a todos aquellos que hemos pasado nuestra juventud intentando imaginar cómo hacer para comernos una rosca. Me refiero a la gran masa de pobres infelices a la que pertenezco.

Como decía el gran Roberto Fontanarrosa: “El mundo ha vivido equivocado”. Particularmente los hombres. La sobrevaloración de la inteligencia femenina en el asunto del amor ha derivado en una multimillonaria cifra de matrimonios infelices e hijos desdichados. La estupidez masculina consiste, precisamente, en buscar mujeres inteligentes para formar pareja. Tan alocado sería seleccionar mujeres estúpidas para resolver un dilema laboral como juntar a una mujer y a un hombre inteligentes para formar una pareja. Eva era inteligente; Adán no tanto: así terminamos. De haber resultado al revés la ecuación, aún estaríamos en el Paraíso. (¡No al hombre demasiado inteligente!)

Mi amigo Gleck, mecánico, uno de los pocos que conozco realmente capaces de arreglar un auto, versado en Matemáticas, erudito en Geografía e Historia, casó con un prodigio: una mujer tan estúpida como bella, diez años más joven. “En el barrio donde vivo —me comentó—, todos mis conocidos y amigos se casaron con mujeres inteligentes, o medianamente inteligentes; en ningún caso estúpidas. Mi Jackeline no sabía distinguir uno de otro candidato político; para votar, me pidió que la acompañara al cuarto oscuro, y cuando le expliqué que era imposible, me suplicó que le pasara la orden por celular. Luego de burlarse a escondidas, uno por uno nuestros vecinos se fueron divorciando, e incluso los que no se divorciaron comenzaron a manifestar cierto interés malsano por mi esposa: los únicos golpes que apliqué en mi vida fue para devolver a su lugar a ciertos insolentes. Una vez que uno ha cometido la estupidez de casarse con una mujer inteligente, al menos debiera mantener el decoro de no importunar a quienes nos hemos resignado a aceptar lo que la vida permite”.

Para los hombres estúpidos también tenemos lo suyo: lea Elogio del hombre estúpido, de Margarita Posada acá.

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