28 de junio de 2010
Diatriba
Diatriba contra la Juventud
Nada de que ‘juventud, divino tesoro’, ni que el paso de los años solo trae achaques. Palabras furiosas de una mujer que no añora para nada el tiempo que ya se fue.
Por: Leila GuerrieroPocas veces un diccionario dijo tanto con tan poco. Ser joven, asegura el María Moliner, es ser una persona, animal o planta de poca edad que aún no ha alcanzado la madurez. Según el mismo diccionario la madurez es la cualidad de estar maduro y el adjetivo maduro se aplica a frutos en el estado o sazón debidos para ser recolectados o comidos, o a cualquier cosa en el estado o sazón oportunos para dar resultados o frutos convenientes. (Introducción a la teta)
La conclusión es matemática: si ser joven es no ser maduro, ser joven es no estar en estado apto de recolección, ni listo para ser comido, ni preparado para dar frutos convenientes. De todos modos María Moliner debe estar equivocada porque millones de personas —algo así como toda la civilización occidental— adhieren sin discusión a la idea de que no ser joven es ser un mutilado y que la juventud es el mejor momento de la vida, el tiempo al que todos deberían querer volver.
Yo no, gracias.
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Podría decirse que la juventud tiene como límite inferior la primera adolescencia, como límite superior la adultez y que, en varones y mujeres de clases medias, suele coincidir con el final de la escolarización básica, una situación hormonal precaria y una circunstancia en la que se combinan ingresos económicos iguales a cero, habitación compartida en casa de los progenitores y obligación más o menos perentoria de a) tener una identidad sexual definida, b) tener sexo y sobrevivir para contarlo, c) decidir futuro, carrera y profesión. ¿Qué puede tener de bueno un tiempo semejante? A juzgar por lo que dice el poeta —juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver—, todo.
Y sin embargo.
Un puré de hormonas; un revoltijo de primeros amores; un primate escindido entre el deber ser y la rebeldía; alguien que ha perdido, por octava vez, a la mujer o al hombre de su vida y que, por octava vez, no encuentra sosiego; un melancolizado que busca libros viejos que le digan qué hacer, consejos de amigos que le digan qué hacer, programas de televisión que le digan qué hacer; un animal confuso movido por el romanticismo, el sexo, las marcas de ropa y la convicción de que todo es como en las películas, incluida la banda sonora; un entusiasta que descubre, cada dos días, la novela perfecta, la poesía de Rimbaud, la comida agridulce, el sushi, los tampones, la velocidad, la borrachera y la resaca, y que corre, azorado, a contárselo al mundo creyendo ser su enérgico descubridor. Y es en ese estado de precariedad y licuefacción del entendimiento en el que hay que tomar decisiones importantes: elegir profesión, país, mujer, varón, futuro. Así las cosas, Occidente le debe, a Divina Juventud, vidas adultas plagadas de vocaciones falsas, elecciones confusas, frustraciones severas. Pero, sin embargo, la extraña, la idolatra: le busca la fuente para beber de ahí. (Reivindicación del misionero)
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Aquí, allá, en todas partes hay encuentros de jóvenes, congresos de jóvenes, seminarios de jóvenes: asociaciones de jóvenes migrantes, conferencias de jóvenes del cono sur, uniones de jóvenes católicos. Nadie ve en eso —en el hecho de que cientos de miles se junten solo por ser jóvenes, como quien dice rubios, zurdos, crespos, altos— un reduccionismo, una simplificación. Como si ser joven implicara ser, inevitablemente, bueno. Como si fuera posible que una juventud tan monolítica, un tesoro, diera paso después a tanto adulto gris. Como si fuera posible que tanto rubí mutara, sin explicación, en tanto escupitajo.
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(Y esto: hay varias maneras de ser joven cuando se es clase media —joven guevarista, joven greenpeace, joven intelectual, joven reaccionario, joven levemente tóxico— pero cuando se es pobre la elección es fácil: viene digerida. Cuando se es joven y pobre se es, derechamente, el diablo).
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Al buscar “jóvenes contra” en Google aparecen sitios de jóvenes contra la pobreza, contra la violencia, contra el racismo, contra el bloqueo yanqui, contra el VIH y hasta un Grupo de Jóvenes Contra Laura Chinchilla. Al buscar, en cambio, “adultos contra” aparece un modesto enlace sobre fútbol —‘Adultos contra niños: Arsenal 1, Manchester cero’— y otro de ‘Adultos contra los malos modales en el uso de teléfonos móviles’. Podría pensarse, entonces, que la juventud es un tiempo de causas nobles y la adultez su exacto opuesto. Claro que también podría pensarse lo contrario: que la juventud es un tiempo en el que hay que hacer bulla, demostrar, y la adultez ese otro en el que la gente se dedica a hacer solo aquello que le viene en gana.
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“Aprovechá, sos joven”, dice la voz popular, insinuando que la juventud es el último reducto de felicidad antes del desembarco en la tristísima adultez. Y esa insistencia en que un tiempo donde reinan la confusión y el desconcierto es, también, el mejor tiempo, debe decir alguna cosa. Sobre la sociedad que se empeña en la insistencia: debe decir alguna cosa. (Esta maldita moda de ser saludable)
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¿Qué puede añorarse de un período durante el que el derecho a quedarse en casa un sábado a la noche es abducido por la obligación de salir a rebotar por discos y bares en los que el entretenimiento mayúsculo es observar el reflejo de la luz estroboscópica en las gafas espejadas de los otros? ¿Qué de un período en el que hay que saberse las canciones y cantar en torno a las fogatas con el culo enterrado en la arena fría, y pasar por todas esas agotadoras primeras veces como si de verdad fueran importantes: la primera depilación, el primer condón, el primer polvo? Y después de todo ese trabajo, todavía, hay que esperar que los adultos digan cuándo se puede: abortar, votar, conducir, cruzar una frontera.
La clase adulta progresista y bien pensante suele defender en bloque la decisión de pacientes adultos que, enfrentados a enfermedades terminales, deciden no tratarse. La clase adulta progresista y bien pensante suele, también, defender en bloque la decisión de mujeres adultas que, enfrentadas a un embarazo no deseado, deciden abortar. Pero hay que ver cómo se pone la misma clase adulta progresista y bien pensante cuando son los cuerpos de los jóvenes los mapas en los que se hace visible el rastro de esas dos formas extremas de la vida: la enfermedad y el sexo. Un joven tomando la decisión de morirse y un joven tomando la decisión de no dejar vivir son cosas, todavía, insoportables. “Ese hijo lo vas a tener, como que me llamo Marta”. “La quimio te la hacés, quieras o no”.
Lo hacemos por tu bien.
Cuando seas grande entenderás.
¿Cómo se puede añorar un período en el que se vive a merced de ese poder, de todas esas frases?
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Gracias digamos por los años. Por no seguir peregrinando a fiestas en las que nunca pasa nada. Por haber aprendido que el amor es siempre un descalabro pero que no tiene que ser una tortura. Por saber que un triste no siempre encubre a un talentoso. Por no cargar vergüenzas, ni granos, ni complejos. Por comprender que no son las rígidas virtudes sino los mansos defectos los que desquician el amor de algunos hombres. Por tener el buen gusto de no creer que pueda haber algo que dure para siempre. Por estar libre de hormonas esquizoides, pelos raros y esperanzas engañosas. Por no tener que dar explicaciones. Por no querer pedirlas. Por intuir cuándo es la hora de los lobos. Por la pérdida total de la inocencia. Por haber leído ya a Pavese y a Carver y a Bukowsky. Por haber entendido que el olor adolescente es el mejor olor del mundo si solo es eso: un olor. Por no tener quién mande. Por ser dueña. Por ser adulta. Por ser libre. (Mas vale arrejuntada que casada)