20 de octubre de 2017

Entretenimiento

Confesiones de un acosador inconsciente

Vergonymous comparte unos consejos para “el machista que llevamos dentro”. Porque como espectadores, solo ayudamos a que el abuso contra las mujeres se mantenga.

Por: Iván Bernal Marín Twitter: @ibernalmarin
| Foto: 123rf

A donde miro veo historias de mujeres que han sufrido agresiones físicas, maltrato verbal, abusos, intimidaciones, atentados contra su dignidad disfrazados de piropos; por cuenta de compañeros de estudio, colegas, jefes, profesores, amigos, desconocidos en el bus, familiares. También puede ser que me la paso mirando redes sociales.

(Lea el texto más reciente de Vergonymous)

Esta mañana al salir de casa me quedé un rato en la esquina, frente a un edificio en construcción en el que trabaja una veintena de obreros. Esperé a que pasara alguna mujer. Hubo un par al que no le dijeron nada. Pronto apareció una con un escote, digamos, generoso. Pecosa. Efectivamente, la piropearon, la silbaron. Se armó una competencia. Lástima que hombres como ellos no tienen smartphone, ni computador, ni andan viendo noticias, y no se han enterado de todo el revuelo causado por la campaña #MeToo - #YoTambién a raíz del escándalo del productor de cine Harvey Weinstein. Y creo que son una gran mayoría.

De seguro si leyeran las historias tristes que abundan en los timeline por estos días, algún obrero tomaría un poco de conciencia y evitaría decirle “venga pa chuparle las tetas” a esa amable joven que parecía dirigirse a un parcial en su universidad. Evolucionaría a eso que llaman “coquetería elegante y romántica”, y sorprendería con algo más sutil y decente como “qué lindos amanecieron hoy los melones”, o “aproxímate para succionarte esos yogures”.

Aunque el problema en realidad no son los obreros o trabajadores callejeros, ellos lo encarnan en su estado más puro. El problema es una falta de educación y conciencia frente a la mujer, una anomalía en la forma en que los hombres hemos acostumbrado a verlas toda la vida. Hay que revaluar todo lo que nos enseñaron, porque sí ha provocado que las mujeres vivan permanentemente expuestas como blancos, susceptibles de que el hombre de turno se crea con derecho de pasar por encima de su voluntad y descargar en ella sus frustraciones sexuales, es evidente que veníamos por el camino equivocado. De una semana para acá surgieron acosos y violaciones por doquier. Me temo que siempre estuvieron ahí y no los queríamos ver. Es real, hay una histórica epidemia de acosos contra las mujeres. Y eso va mucho más allá de las redes.

Lo invito a preguntarle a sus amigas. Yo les pregunté a las mías. Aunque no habían publicado nada en redes, todas han padecido experiencias difíciles con la lujuria machista desbocada. Conociendo a los hombres, me cuesta imaginar una sola mujer que nunca se haya sentido acosada en su vida. Tarde o temprano un barbachán la hará su blanco.

(Maldito sea Maluma por Vergonymous)

La mayoría no lo vemos, no nos damos cuenta. ¿Cómo así que decirle algo bonito a una mujer es acoso? Es imposible saber si la estamos incomodando o no, sobre todo si la acabamos de conocer. Eso debería bastar para optar por el respeto. Nos enseñaron que ser galán era motivo de orgullo, pero hay muchos obstáculos para hacerlo bien.

Es cierto que se están llegando a extremos, como acusar de potencial violador a todo el que se quede mirando un escote o lance un piropo. Pero, ¿acaso hay una medida para el miedo? Hay historias que nos pueden parecer francamente absurdas, del tipo “sentí que me violaba con los ojos cuando me dijo eso”, y resulta que el fulano era bizco. ¿Qué es acoso y qué no? La respuesta se enmarca en márgenes tan personales, susceptibles a estirar o contraerse según la circunstancia, que lo mejor es sencillamente prevenir.  Todo se encamina a censurar los halagos, a coartar la poesía y la música cuyas metáforas cosifican –supuestamente- a la mujer. Dudo que el problema sea la expresión, o que restringirla ayude a reducir violaciones. Pero quizá sea hora de probar, todo sea por hacer sentir más tranquilas a las mujeres. Es nuestro deber como hombres cerrar el pico, tratar de entender. Mejor el respeto.

No es hora de defender nuestro derecho a la estupidez privilegiada y la arbitrariedad.  Lo hemos estado haciendo mal. Un “te ves bien” y un “qué rico te queda ese pantalón” pueden estar separados por kilómetros de distancia en intención, y tener sin embargo el mismo poder intimidatorio, como lanzas de cacería. Que no es lo mismo cuando es un amigo, o una persona con la que hay confianza, dicen. En ese terreno pantanoso se gestan malentendidos. No vale la pena el riesgo. Mejor entender el piropo como una conducta arcaica, propia de sociedades primitivas, condenada a la extinción.

Hay que apagar las antenas de “ese huevito quiere sal”, que tradicionalmente se encendían ante una sonrisa o ante una falda inesperadamente corta. Las mujeres tiene todo el derecho de vestirse como se les dé la gana, sin que eso implique aguantar nuestras miradas. En el posmachismo, debemos comprometernos a no quedarnos embobados. Por más buena que esté esa vecina o nueva compañera, hay que morderse la lengua. Controlar los impulsos es lo que nos distingue de los animales. No es fácil. Llevamos la vida entera contemplándolas como un león viejo a gacelas brincando en tanga en un pastizal. Para eso nos queda Instagram como placebo.

Dígale piropos solo a su novia, a su pareja. Cuando ya la haya conquistado. Gánese el derecho de piropear a una mujer cuando se hayan enamorado el uno del otro y hayan consentido sostener una relación, en la que ella sepa que va a ser la destinataria exclusiva de todas sus perversidades (y esté de acuerdo).

(Editorial: Hombres como usted y como yo)

El reto es inventar nuevas formas de seducción. Sea creativo, no sé. Invítela a almorzar y, si accede, ahí le pregunta muy educadamente si tiene un manual de instrucciones para seguir saliendo con ella. Probablemente se ofenda, dirá que no es una máquina ni un objeto, etc… pero le abonará la sinceridad. Los flirteos de semáforo son cosa del pasado. Nada de pitar en la calle. Ahora hay que hablar, acompañar, estar por ahí. Dejarles ver que ante ellas emergen nuestras vulnerabilidades más íntimas; es decir, ser güeva a su alrededor. Con algo de suerte, ella dará el primer paso. Otra opción es intentar ganarse su corazón con detallitos, demostrar interés sin atosigar. Sorpresas que demuestren que la escucha, que le presta atención. Todo decente, al mejor estilo de galán de telenovela mexicana de media tarde en los 90. Nada de ir a regalar un malversador anal. No hay que bajar la guardia, el machista que llevamos dentro puede salir en cualquier momento si nos descuidamos. Por ejemplo, este chiste se me salió.

Por eso, considero que la mayor responsabilidad recae en los hombres.  A las mujeres les ha tocado batallar toda la vida con el acoso, y el enemigo hemos sido nosotros. Es hora de que entreguemos las armas; hora de rendirnos. Nuestra misión es dejar de acosarlas. Repeat after me: no más piropos, no más comérsela con los ojos, no más respirarle encima y caminar hacia ella obligando a que se corra, no más silbidos.

#EsDeAcosadores: Preguntarle “¿estás haciendo ejercicio?” y rematar con un “se te nota, te queda muy bien ese pantalón”, cuando viste una lycra. #EsDeAcosadores decirle que no te puedes concentrar y mirarla a los ojos cuando hablas con ella, porque es que esa blusa (escotada) le queda muy bien. #EsDeAcosadores quedarse mirando su boca como un niño a una montaña rusa. #EsDeAcosadores hacer chistecitos de doble sentido a compañeras de trabajo, como decir que se puso ese vestido porque seguro tiene una “comida” en la noche. #EsDeAcosadores preguntarle que para dónde va tan sola, que por qué no tiene novio, que si está recibiendo hojas de vida y todas las pelotudeces de ese tipo. #EsDeEnfermosMentales mostrarle los genitales a desconocidas o masturbarse en sitios públicos. #LosHay

Rehabilitarse no es fácil. Si bien el tema da para bromitas de mal gusto aquí y allá, lo que sucede de fondo no es para reírse. Son grandes los retos del “posmachismo”.

#YoTambién he acosado y no estoy orgulloso de ello. No se cuántas veces habré intimidado a mujeres con lo que creía eran simples galanterías, o intentos de ser amable. Ya no valen las intenciones de lo dicho, importa el efecto. Ya las víctimas hablaron, pero los que perpetúan el problema seguimos guardando silencio. Nosotros somos los responsables, y los que tenemos que asumir un cambio. En silencio, como espectadores, solo ayudamos a que las cosas sigan igual. Y así seguirá el ciclo de más y más víctimas entre nuestras hijas, mamás, tías, hermanas, primas, novias…

(Test: Descubra si ha cometido actos de abuso)

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