10 de septiembre de 2007

La versión colombiana de... Los magníficos

Nuestro primer mandatario pensó que estos héroes del pueblo americano le podían dar un empujoncito al TLC.

Por: Andrés Restepo
| Foto: Andrés Restepo

Solo era cuestión de tiempo. Si las características de un grupo son que "el gobierno los busca, y si alguien tiene un problema, necesita ayuda y puede localizarlos, tal vez pueda contratar a Los Magníficos", pues su lugar ideal es Colombia, donde mucha gente necesita ayuda y al Gobierno se le mueren de la próstata los delincuentes que busca. Siguiendo esta lógica impecable, Los Magníficos viajaron a Colombia, esperando encontrar un pueblo miserable y polvoriento, con mexicanos de ponchos sucios (para el gringo promedio del Río Grande para abajo todos somos mexicanos) apretándose en las calles unos a otros. Por eso, la sorpresa del coronel John ‘Hannibal‘ Smith, tabaco en los labios y guantes negros en las manos, fue mayúscula cuando al abrir la puerta del avión se encontró de frente con un señor bajito, de corbata y medio canoso que a la voz de "Colombia guelcoms di Ei tim", le impuso un carriel y lo fue llevando de la mano para saludar a todos los "ministros de la patria" que se encontraban de pie junto a las escalerillas del avión.

Enterado gracias a unas interceptaciones telefónicas (que nadie sabía quién había ordenado, ni para qué, la cosa más rara…) de que Los Magníficos venían a Colombia, nuestro primer mandatario pensó que estos héroes del pueblo americano le podían dar el empujoncito que le faltaba al TLC. De esta forma, a lo largo de catorce horas, Hannibal, Murdock y Faz (Mario Baracus seguía dormido) vivieron su propio Comunal Council criollo y oyeron a industriales, líderes gremiales, diputados, gobernadores y directores de departamento administrativo mendigar un tratado comercial que no entendían ni les importaba. Durante este tiempo, Hannibal se fumó diez puros seguidos para desespero de doña Lina, quien estaba a su lado en la mesa principal, mientras Faz se "conversó" a una atractiva viceministra con quien quedó en salir a comer esa noche. Mario Baracus solo despertó cuando Moreno de Caro lo abrazó gritando "¡Quién mejor que tú, hermano mío, para pedirles a los gringos que dejen jugar al Moreno!".

Al terminar el día, la preocupación era evidente en los rostros de Los Magníficos. En una misión en que el tiempo y la discreción eran fundamentales, no solo habían perdido todo un día oyendo promesas al menudeo de cupos escolares y créditos blandos, sino que el país entero los había visto en directo por Señal Colombia al lado de todo el alto gobierno. Sin embargo, manteniendo la firme intención de seguir adelante con su misión, esa noche Hannibal, Mario y Murdoch analizaron los planos del edificio a donde debían ingresar al día siguiente, prepararon el armamento y definieron los detalles de un plan que debía cumplirse con precisión suiza.

Lamentablemente, el ambiente folclórico local empezó a hacer sus efectos sobre el grupo: Faz llamó para decir que "una cosa llevó a la otra", que estaba piscineando en Melgar con la viceministra y dos amigas girardoteñas que habían acabado de conocer, y que volvía en la mañana.

Al día siguiente, advertido por la propia embajada estadounidense de que tomar taxi en las calles capitalinas equivalía a un suicidio, Mario decidió pedirlo por teléfono para evitar riesgos innecesarios: que su camioneta negra de líneas rojas tuviera Pico y Placa ese día, que los parara un retén o que unos gamines le tumbaran los espejos. Aunque inicialmente quedó gratamente impresionado con la posibilidad de hacer la solicitud del servicio en forma automática, lamentablemente Baracus terminó destrozando a bala el aparato telefónico del hotel después de esperar inútilmente durante quince minutos "la confirmación del móvil" oyendo mensajes como "no hay riqueza más grande, que un padre comprensivo". Como todos saben, la niñez de Mario no fue fácil.

Pero ellos eran Los Magníficos, se repitieron, y estos detalles no los iban a parar. Así que fusil en mano decidieron robar el primer carro que encontraran parqueado en la calle: al fin y al cabo la filosofía de vida de Los Magníficos no es precisamente el respeto al conducto regular. Como el lector podrá imaginar, si el carro estaba parqueado impunemente en una calle bogotana es porque era una NarcoToyota de vidrio polarizado, administrada por un grupo de cinco escoltas echando tinto a una cuadra de distancia mientras el jefe terminaba de desayunar en el restaurante de enfrente. La balacera hizo época: es difícil encontrar en la historia del mundo dos grupos de personas que se tengan tanta fe para dar plomo como Los Magníficos y unos escoltas criollos.

Finalmente ganaron Los Magníficos. Ganaron por dos motivos: uno, porque para eso estuvieron en Vietnam (y los acusaron de un crimen que no cometieron) y dos, porque un escolta colombiano desenfunda su arma solo si tiene enfrente a una señora en un Twingo, a un ciclista o a un desplazado.

Con el tiempo contado, Mario arrancó chirriando llanta (como en la serie) rumbo al edificio donde se encontraban los delincuentes que debían derrotar, solo para encontrarse a las dos cuadras con una marcha de profesores y estudiantes contra la reforma a las transferencias. Con su pobre español, y en medio de la desazón resignada del resto del grupo, Murdock intentó averiguar qué pasaba pero nadie supo explicarle qué es una transferencia, ni una reforma, ni qué pedían con la marcha. Incluso, algunos profesores de gramática que dirigían la movilización se vieron a gatas para explicarle por qué su pancarta decía "ABAJO LAS TRASFERENSIAZ".

Durante la hora y cuarto que duró la manifestación, Mario negoció en la calle un par de pulseras y un Rolex recién robados, Murdock compró todo el Bon-Ice que le ofrecieron con la esperanza de llevarse de regreso a casa la nevera-pingüino y Faz mandó un mensaje de texto diciendo que se iba a quedar a vivir en Girardot con Yuri Tatiana y Jeimi Paola, que no les entendía nada ni ellas a él, pero que nunca pensó que iba a encontrar un lugar donde con 150 dólares pudiera comprar tanta felicidad.

Para fortuna de Los Magníficos y del país, Hannibal, que había estado leyendo prensa, encontró la solución a una situación que no hacía sino empeorar. Desmovilizados bajo el nombre "Héroes de Joliwud", Los Magníficos se acogieron a la Ley de Justicia y Paz, confesaron un par de semáforos en rojo y fueron condenados a tres semanas de cárcel. Hoy, Mario Baracus es senador de la República en la lista de Jorge 40 y ha sido pieza clave en la aprobación del TLC por parte de Estados Unidos. Los Magníficos nunca dejaron incompleta una misión.