¿Por qué? Porque está tan bien hecha que me recuerda con detalles esos días en que mis hijas y yo éramos perseguidos, recibíamos amenazas de muerte, nos veíamos obligados a tener guardaespaldas hasta en nuestros espacios más privados… Los recuerdos vuelven, siempre vuelven, y no son nada agradables.
Soy el doctor Wigand, científico, biomédico, y hace dos décadas protagonicé un escándalo que sirvió de inspiración para El informante. El cuento se resume en que salí a contarle al mundo algo que la tabacalera Brown & Williamson se negó siempre a aceptar públicamente y que yo no solo había comprobado científicamente, sino que había reportado internamente: que los cigarrillos tenían componentes peligrosos para la salud, que podían incluso servir como veneno para ratas. Así de simple. El resto es la historia del constante acecho que he sufrido por parte de la industria del tabaco y sus agentes.
Debo decir, sin embargo, que la película, aunque difícil, me ha convertido en un personaje conocido en todo el mundo. Tengo que agradecerlo, porque la fama me ha servido de plataforma para poder contribuir a la salud pública, y me ha permitido dedicarme a prevenir el consumo de tabaco, sobre todo en niños.
Decía antes que la película había quedado muy bien, pero aclaro que yo no tuve nada que ver con su realización. Un juez me prohibió ayudar con el libreto. Pero a través de mis abogados hice tres requerimientos. Uno: que el acto de fumar no fuera presentado con glamur. Dos: que cambiaran los nombres de mis dos hijas, entonces muy pequeñas. Tres: que la enfermedad de una de ellas (espina bífida) fuera cambiada por asma. Las tres fueron cumplidas, afortunadamente.
Si yo no participé en la escritura, ¿por qué más del 95 % de lo que se ve en la pantalla refleja lo que pasó en realidad y no es un simple drama de Hollywood? Porque en ese momento mi caso era bien conocido: no solo había salido en el programa 60 minutes, de la cadena CBS, sino que la gente sabía quién era yo y qué pensaba. También porque los libretos fueron basados en un artículo muy completo que salió en la revista Vanity Fair, titulado “Un hombre que sabía demasiado”.
Yo era ese hombre que sabía demasiado sobre las tabacaleras, ese hombre que entró a trabajar en una de ellas pensando que, además de ganar un muy buen sueldo que le serviría para tratar la condición médica de su hija, podía colaborar para hacer del cigarrillo un producto menos dañino.
Pero pronto me di cuenta de que el departamento científico de Brown & Williamson no era manejado por científicos, como yo, sino por abogados. Bajo esa lógica, si concluíamos algo diferente a que la nicotina no era adictiva y fumarse un cigarrillo no era más riesgoso que comerse un pastel, nos devolvían los informes o los destruían o los vetaban. Yo lo reporté más de una vez, pero mis superiores siempre me dijeron que volviera al laboratorio.
Esa angustia que yo sentía ante la situación fue captada muy bien por Russell Crowe, a quien se le encomendó interpretarme. Nosotros nos reunimos antes de la grabación, pero solo durante una hora. En ese corto tiempo aprendió a acomodarse las gafas como yo, a moverse como yo, y si no logró hacer a la perfección alguno de mis gestos, estuvo muy cerca. Crowe no era en ese momento el actor importante que es hoy, yo ni siquiera sabía que existía antes de conocerlo en persona. Pero al verlo en El informante me quedó claro que es un gran intérprete.
Hoy, lo más importante es que mis hijas están bien, las dos son profesionales. Y, a pesar del acoso del que hemos sido víctimas, no me arrepiento de nada. Si tuviera la oportunidad de retroceder el tiempo, lo haría todo igual. A mis 70 años estoy orgulloso, satisfecho, y sí, continuaré dando charlas en colegios, hablando con otros científicos, reuniéndome con políticos de todo el mundo y haciendo lo que sea necesario para combatir el consumo del tabaco.