“Me perdí un gol de Messi”: El día que el mejor del mundo celebró frente a mí y no lo vi

Por: Dana Lizcano, periodista de SoHo

“El riesgo de venir a Colombia es que te quieras quedar”, esa frase de planes turísticos se convirtió en un emblema de nuestro país. Y sí, puede serlo, no niego que Colombia tiene su encanto y soy de esas personas que intenta resaltarlo, pero también soy realista y hay aspectos de nuestra cruda realidad que no pasan desapercibidos y por tenerlos presentes me perdí un momento invaluable: ver a Messi, el mejor del mundo, el mejor de la historia del fútbol, hacer un gol en vivo y en directo.

No entraré en discusiones de si es o no, para mí lo es. Y por unos segundos en que pensé lo peor, terminé perdiéndome el momento más épico en un estadio. Para muchos ver un gol puede ser algo insignificante, algo normal que pueden ver a través de una pantalla, claro que también están los del típico discurso amargado de “qué sentido tiene ver a un poco de personas corriendo detrás de un balón”.

Quienes no son amantes del fútbol o poco conocen del tema, este relato puede ser insignificante y pasará desapercibido en la inmensidad del Internet. Para los que no admiran al mejor de la historia o viven en duda puede que tampoco sea de su interés, pero para aquellos que gritaron la victoria de Lionel Messi en Qatar el pasado 18 de diciembre como si su cédula dijera “República Argentina”, esta es una historia que llamará su atención.

Lo que quiero contar es una anécdota de aquel día, cuando fui a ver mi primer partido del F.C Barcelona, el equipo del que me volví hincha por las mágicas jugadas de Lionel hace varios años, cuando la Pulga ya tenía los primeros capítulos de su gran historia en este deporte.

Para los que vivían por aquel entonces en España y siguen La Liga esto era algo común, me van a matar, pero se volvía como ir a ver un partido de Millonarios o Santa Fe en el estadio El Campín en Bogotá. Pero para mí, que no soy fanática del fútbol nacional, esto era parte de mi To do list.

Fue un viaje de película adolescente. Viajé a mis 20 años con mi amiga más cercana de aquellos años. Pasamos de pequeños viajes en Colombia y largas conversaciones por teléfono a un viaje, las dos solas, por Europa.

La experiencia puede ser superficial, absurda e incluso para algunos críticos, algo “rosadito”. Puede que sea todo eso o no, la verdad es que para opinar solo basta respirar y tener un celular. Para nosotras fue un propósito que materializamos y pese a que en la actualidad la vida hizo de las suyas, ambas lo atesoramos como un gran recuerdo que nos unirá mientras lo recordemos.

En este mundo en el que aún existe el concepto de que el rosa es para niñas y el azul es para niños, nosotras con nuestro estilo de vida “rosadito” teníamos un plan perfecto: ver fútbol y tomar cervezas (¡Sí, qué vivan los clichés!).

Por esa razón, en el viaje estuvimos en los sitios turísticos, nos tomamos fotos y nos fuimos de fiesta, como lo que se espera de un viaje de dos jovencitas como nosotras. La primera parada fue en París y la segunda fue en Madrid, donde ocurrió el épico momento.

La noche del partido

La noche antes de viajar a Barcelona, con el propósito de conocer el Camp Nou en la hermosa ciudad que vio crecer en todos los sentidos a Leo, estuvimos en el Wanda, el estadio del Atlético Madrid, en la capital española. Fue un momento en el que la lluvia y el frío de un domingo de final de otoño comenzando diciembre de 2019 atraparon a dos jovencitas que seguían incrédulas por el momento que estaban por vivir: un partido Atlético vs. El Barca.

La logística nos sorprendió por su efectividad. Nos ubicamos en un espacio libre de vasos, papeles y mugre en el suelo. En nuestras sillas vimos cómo, poco a poco, se llenaba el estadio y en el momento menos pensado, salieron a calentar los jugadores a la cancha.

Como por inercia, buscamos a Messi y como si su apodo se hiciera realidad en la inmensidad del estadio, desde lo alto de la tribuna veíamos a una pulga entrenando con su equipo. Tenía puesta una chaqueta azul oscuro para el calentamiento y abajo una pantaloneta amarilla con medias, del mismo tono, con líneas rojas. Uniforme con el que iban a jugar esa fría noche.

La alineación que eligió Valverde para aquel partido fue Griezman, Suárez y Messi al frente; Arthur, Rakitić y de Jong en el centro; y Firpo, Lenglet, Piqué y Sergi Roberto defendiendo el arco de Ter Stegen.

Por su parte, Simeone puso en el campo a Oblak como arquero; a Trippier, Felipe, Hermoso y Saúl defendiendo; frente a ellos estaban Lemar, Koke, Thomas y Renan Lodi; y como líderes de ataque estaban Vitolo y Morata.

El juego inició. El estadio tenía una significativa hinchada del equipo local. Pero una parte era nuestra, de los culé, que gritábamos y cantábamos en la inmensidad de los sonidos enemigos. Ver jugar a Messi a pocos metros era magia, se derrumbaba por fin la barrera de la pantalla y los miles de kilómetros de por medio para tenerlo por fin ahí, jugando al fútbol, al mejor de la historia, durante 90 minutos inolvidables.

El partido estuvo complejo para ambos equipos. Los goles habían sido los grandes ausentes de la noche hasta que apareció él, el del dorsal 10, el argentino campeón del mundo. Al minuto 86 marcó el único tanto del partido. El sueño de todos los que lo seguimos: ver a Messi haciendo un gol. Pero yo no lo vi.

¿Por qué no vi el gol?

La respuesta es simple: la tragedia que es a veces vivir en un país como Colombia me la llevé a un estadio en España.

Verán, en la tribuna en la que estábamos había un grupo de jóvenes del ‘Aleti’. Su forma de vestir y aspecto físico me recordó a aquellos de las barras bravas de nuestro querido país, algo que me hizo pensar en tantos titulares que inundan los medios colombianos anunciando riñas, heridos y muertes en los partidos.

Yo vi cómo gritaban e insultaban a nuestra tribuna con palabras que no lograba entender, pero estoy segura que no eran de bienvenida. Al verlos y hacer contacto visual con ellos, un frío recorrió mi cuerpo y no pude estar completamente tranquila de solo imaginarme que en el camino hacia la salida nos iban a rodear y apareceríamos en los titulares de España y Colombia.

Cuando Messi tomó el balón, yo lo vi correr como si lo tuviera pegado a los guayos, pero su velocidad y mi estado de alerta se juntaron, los jóvenes empezaron a vernos y a gritar mientras Lionel corría. En el transcurso en el que miré a los hinchas y volví mis ojos al campo, la alegría de mi amiga y gritos de nuestra tribuna aturdieron el lugar en esos pocos segundos.

Leo marcó el gol que nos dio la victoria de esa fecha en La Liga. Al estar pensando en mil cosas creí que podía ver el gol en repetición, como ocurre en la TV, esa sensación de ausencia que tenemos la primera vez que vamos a un estadio: que no podemos volver a ver el gol.

El partido terminó sin más anotaciones, Leo se fue al camerino y dejamos de compartir ese momento en el que hincha y jugador respiran el mismo aire por un poco más de 90 minutos. Así él no lo supiera, yo lo sentía y lo vivía; estábamos bajo el mismo cielo, en la misma ciudad, en el mismo lugar.

Al salir, nada pasó. Mi paranoia terminó siendo solo eso, los hinchas colchoneros siguieron su camino sin violencia, con la derrota encima patrocinada por Messi y yo me quedé sin ver su gol y sin mis trágicos titulares en la prensa.