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15 de junio de 2004

Cuánto dura el 'gordo' de la lotería

¿Cuánto dura un premio? Depende de las manos del loco en el que caiga. En las de mi tío Juan Buchaar, la respuesta es muy concreta: diez meses.

Por: Adolfo Zableh Durán

¿Cuánto dura un premio? Depende de las manos del loco en el que caiga. En las de mi tío Juan Buchaar, la respuesta es muy concreta: diez meses.
La historia es como sigue. A Juancho, oriundo de El Retén, habitante de Ciénaga y con lazos familiares en Santa Marta y Barranquilla, le sonrió la fortuna el 9 de enero de 2002 con los números 2, 9, 19, 27, 33 y 45, según él, dictados directamente por el Divino Niño, quien le hizo el favor de mostrarle que estaba jugando con la cifra equivocada. La tradicional combinación 2, 3, 5, 10, 14 y 19 era una infértil mezcla de las fechas de nacimiento y muerte de sus padres.
Ese día fueron dos los ganadores, por lo que el premio de siete mil millones tuvo que dividirse en mitades, y como la ley le quita el 20 por ciento de las ganancias a los afortunados, a las manos de Juancho llegaron 'solo' 2.800 millones.
Mi padre, que es primo hermano de él, cuenta que Juan caminó algo atontado hasta un par de semanas después de ganarse la plata, como si le hubieran dado un mazazo en la cabeza. Ni él ni yo vimos un céntimo del premio, por lo que vale la pena decir que nadie saca nada secuestrándonos. Tampoco a él: poco o nada queda ya de esa plata.
Comenzó a fiar antes de que le dieran el premio. Con solo mostrar el billete ganador podía invitar a almorzar a los siete miembros de su familia. Todos andaban juntos, siguiendo al iluminado que se había hecho rico de la noche a la mañana. También en patota llegaron a Bancolombia un día a cobrar el premio.
Durante siete años de vacas flacas, este personaje vivió gracias a la merced de familiares y amigos, quienes le dieron todo para que pudiera sostener a su esposa y seis hijos. Ahora era momento de devolver con creces esa generosidad.
Creó un patrimonio económico en Fiducolombia por dos mil millones y dispuso de los 800 restantes para gastos varios. Pagó 400 millones en deudas propias (a su lotero de confianza le debía 12, producto de haberle comprado lotería fiada durante más de un lustro).
Otros 400 se fueron en deudas ajenas y obras de caridad. Prestó alrededor de 150 millones a diferentes personas que prometieron pagarle. Apenas una de ellas ha cumplido y sagradamente abona en cuotas mensuales de 500 mil los 20 millones que le debe.
Ayudó a construir y remodelar iglesias en pueblos como Ciénaga, Ponedera y Salamina. Solo en el primero donó 45 millones para remodelar el altar y reforzar la estructura de la iglesia de La Floresta.
Recorrió también los barrios pobres de Santa Marta regalando materiales de construcción a familias pobres que necesitaban un techo para vivir y ayudó a varias personas (un pequeño porcentaje de los muchos que se le acercaban) en asuntos de estudio y salud. Trago fue lo único que Juancho no regaló.
Al tiempo que se gastaba los 800 millones de 'caja menor', sacaba del 'colchón' que tenía en la fiduciaria. Con ese dinero le compró carro, casa y le dio 20 millones en efectivo a cada uno de sus hijos. Regaló cincuenta entre sus diez hermanos, otros veinticinco a sus cinco cuñados y dio cinco más a su suegra.
Llegada la hora de mimarse, decidió comprar una casa en Barranquilla (300 millones y siga sumando) dos fincas (300 más), 150 cabezas de ganado (de a millón por res), cinco busetas (380 millones) y una casa de recreo a la que pocas veces ha ido (80 millones), además de tres carros para él y otro para su señora esposa.
Uno de los vehículos en cuestión era una camioneta Ford modelo 93, propiedad de un primo, quien no la estaba vendiendo pero que terminó cediendo ante tanta insistencia. Al ser inquirido sobre su precio, el antiguo dueño respondió: "catorce millones". -Te doy dieciséis-, contrapunteó Juan.
Esa no sería la última vez que 'Juancho Baloto', como es conocido, compraría algo por encima de su precio normal. Todos en la región terminaban sabiendo de alguna forma u otra que con quien estaban comerciando era el famoso ganador del Baloto, por lo que inflaban los precios de sus productos.
Juan sigue ejerciendo su patriarcado y destina para él, su esposa e hijos un sueldo mensual de un millón de pesos, producto de las utilidades que dejan las busetas, el ganado y una empresa de taxis, pero no es suficiente.
Hoy debe alrededor de 50 millones y la deuda sigue creciendo, porque sus egresos son siempre superiores a sus ingresos, aunque inferiores a sus deseos de ayudar y de volver a ganarse el gordo de la lotería.
Sus gastos mensuales en juegos de azar ascienden a 1,2 millones, porque Juancho es un apostador nato que ha creído en la suerte durante la mayor parte de sus 59 años de vida. Juega desde los 15 y ya en 1959 le pegó a un premio mayor (con el 5955, por si le interesa) y, según él mismo, ha dejado de ganar en unas siete oportunidades al no haber apostado números que luego resultaron premiados.
Debe ser cierto que el dinero no hace la felicidad. Mi primo (al que le digo tío por los 30 años de diferencia a mi favor, ¿o al suyo?) lleva una vida tranquila, despojada de zapatos y camisa durante varias horas del día y propia de la gente sencilla, criada en grandes núcleos familiares dentro de pequeños pueblos de la Costa Atlántica colombiana.
Su destino parecer ser el de morir endeudado no importa cuántas loterías gane. La verdad, tampoco las necesita.