28 de abril de 2022

Crónicas

Crónica del Paro: “feliz aniversario”

El ex viceministro de Hacienda, Juan Alberto Londoño, fue uno de los padres de la reforma tributaria que generó el Paro Nacional. En esta crónica cuenta que padeció las protestas en su casa, habla del abandono de amigos y colegas y hasta del ‘empute’ del presidente Duque.

Por: Juan Alberto Londoño
Juan Alberto Londoño Viceministro de Hacienda | Foto: Archivo particular

Por: Juan Alberto Londoño, ex viceministro de Hacienda

El paro que inició el 28 de abril de 2021 estaba anunciado, los promotores de este, afines a alguien que hoy quiere gobernar, lo prepararon desde finales de 2020. Querían incendiar el país, iban a encontrar cualquier excusa y nosotros desde el Ministerio de Hacienda se lo pusimos en bandeja de plata.

Nos encontrábamos en la mitad de una pandemia sin precedentes que nos había llevado al peor año en la historia de nuestra economía. Esa crisis implicó el mayor esfuerzo de gasto que se haya observado y llevó a que las finanzas públicas presentaran un déficit fiscal nunca visto. Esto nos llevó a la conclusión más obvia desde la hacienda pública: se tenía que hacer una reforma tributaria. Así como lo digo, una reforma tributaria, la tercera que teníamos que presentar en el Gobierno del presidente Iván Duque. Sí, la tercera.

La primera, considero yo, injustamente declarada inexequible por la Corte Constitucional; la segunda, fue la misma que la Corte nos tumbó, con algunos cambios por su trámite en el Congreso y la tercera, así no quisiéramos, era necesaria. Necesitábamos pagar la deuda que habíamos adquirido, generar reactivación, mostrar sostenibilidad fiscal y proveer nuevos recursos para sostener los programas sociales, disminuir la desigualdad y proteger a los más vulnerables. Era una utopía, se trataba de conseguir cerca de 45 billones de pesos.

Con ese panorama, desde el segundo semestre de 2020, bajo la batuta del ministro Alberto Carrasquilla, empezamos a trabajar en esa reforma. Quisimos aprovechar el momento para asegurarle al país la estabilidad en materia fiscal que nunca ha tenido y aprobar la reforma estructural que siempre ha reclamado. Sin duda alguna, la más agresiva de la historia.

Cuando se la presentamos al señor Presidente, a mediados de septiembre, creo que estuvimos a punto de causarle un infarto, la misma incluía, adicional al tema impositivo, una reforma pensional. Pretendíamos eliminar los subsidios que todos los colombianos le damos a quienes tienen pensiones superiores a un salario mínimo a través de Colpensiones.

El empute del presidente no se me olvida. Nos recordó el precio que a su gobernabilidad e imagen le había causado la primera reforma, como para que ahora estuviéramos proponiendo semejante locura. Él rápidamente anunció que en el año 2020 no existiría una reforma tributaria.

Tengo que decir que la confianza y el aprecio que el presidente depositó en mí a lo largo de todo el tiempo fue infinita. Hablábamos todos los días y durante todos esos meses, siempre me dijo que teníamos que moderarla, que yo tenía la sensibilidad política y que sabía que la misma, así técnicamente fuera perfecta, no vería la luz e incendiaría las calles. Lentamente él fue eliminando aspectos controversiales, empezando por los pensionales y muchos tributarios que causarían mayor revuelo que el que efectivamente se creó. Así, fuimos logrando un texto que cumpliera con los objetivos que perseguía el Ministro, quizás la persona más comprometida con este país y el Presidente, quien además, debía atender mil temas más a los que no podía renunciar por la discusión fiscal.

La reforma la presentamos el 15 de abril, lo tengo absolutamente presente, porque fue escasamente dos días después de la muerte de mi papá por covid. La presentación estaba prevista para el 14 pero el Presidente dijo que nos diéramos un día más por su muerte. No tuve tiempo de llorarlo, ni siquiera de enterrarlo, creo que hoy lo lloro más. Teníamos que aprobar la reforma.

Nos sentamos con todas las fuerzas políticas y todos los líderes gremiales, estábamos convencidos de que la íbamos a aprobar. Desde el día que radicamos la reforma y que inició el paro, cada día se cambiaba el texto que creíamos acordado, el ambiente se hacía cada vez más hostil. Nuestros compañeros de Gobierno, con muy pocas excepciones, nos dejaron solos. No entendimos la realidad, tal vez. Se trataba de una necesidad de país y no de un capricho nuestro. Hoy, todavía, así me linchen, como lo han hecho muchos, incluso familia y amigos, considero que la reforma es necesaria.

El paro se desarrolló con una violencia impensable, los apoyos se fueron desvaneciendo, las protestas arreciaban. Fue lamentable ver a nuestros líderes gremiales pedir corredores humanitarios como si estuviésemos en guerra y no defendiendo la institucionalidad, pensando sólo en sus intereses. La gran mayoría de las personas no sabían por qué protestaban ni a que se oponían, pero dejaban salir su rabia contenida y su frustración tras el encierro.

Recuerdo una noche de las de los cacerolazos en que llegue a mi casa y mis dos hijos pequeños de 12 y 9 años estaban eufóricos en el balcón dando golpes a las cacerolas. Cuando los vi no supe si reír o llorar, les expliqué que esas protestas eran en contra del Gobierno pero en especial contra nosotros, el Ministerio de Hacienda. No importó, ellos sin entender, también se querían desahogar.

En esos días, después de una tensa reunión, le dije al Presidente que nos botara a los tres, a Carrasquilla, al vice Zárate y a mí, pero que por favor no retirara la reforma, que nosotros éramos fusibles y que nuestra salida bajaría los ánimos y así se podría sentar a negociar. Me dijo que era insostenible y que la iba a retirar. Así lo anunció. Ante el retiro de la reforma, asumiendo nuestra responsabilidad política, no quedaba otra que renunciar.

El Presidente nombró como ministro de Hacienda a José Manuel Restrepo y me dijo que lo siguiera acompañando como ministro de Comercio y se lo anunció a todo el gabinete; como es normal, la noticia se filtró en todos los medios. Sin embargo, el nombramiento nunca sucedió. Es el costo que tuve que pagar por pensar en el bienestar de todo un país. En menos de 20 días perdí a mi papá, renuncié al cargo que siempre anhelé y quedé viendo un chispero con la designación más efímera como ministro de Comercio. Y así, la reforma se hundió, pero el paro continuó. Feliz Aniversario.

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