31 de diciembre de 2013

Testimonios

La broma del ataúd con espejo

Aunque César Pava estaba algo enfermo, nadie pensó que moriría tan pronto. La próstata podía aguantarle seis años más, y sus pulmones de fumador, otros siete. Sin embargo, quiso que lo acompañara a la funeraria.

Por: Ángel Marcel, poeta

Fuimos. Nos atendió el gerente. Después de los saludos de rigor a tono con el ambiente fúnebre de la empresa, “(…) en cuya dirección, señor Iriarte y señor Pava, somos líderes gracias a nuestra agresiva gestión, que nos posiciona en los primeros lugares del servicio mortuorio; gracias, además, a nuestro atractivo proyecto tanatológico, atendido por el recurso humano a nuestra disposición, permítanme ofrecerles nuestro portafolio, que incluye los trámites notariales, el traslado del fallecido hasta nuestra sede, el proceso de embalsamamiento y colocación del cuerpo en el cofre; los arreglos florales, los obituarios, la capilla ardiente, el acompañamiento de los deudos, la ubicación a la entrada de nuestras salas del libro de condolencias; las diligencias para las exequias, la conducción del cadáver desde nuestra sede a la iglesia y de allí, al jardín cementerio en una de nuestras carrozas de las marcas Lincoln, Cadillac, Mercedes Benz, BMW o Volvo, en cuyo vidrio trasero fijamos una cinta funeral con el nombre del fallecido; y para aquellos que deseen un ceremonial más económico, una carroza Renault, más modesta, es cierto, pero también pulcramente arreglada, con escolta a cargo de personal motorizado que activará o no las sirenas durante el desfile, si así lo disponen los parientes; la asistencia psicológica a los familiares para una adecuada elaboración del duelo, y, finalmente, señores Iriarte y Pava, después de la inhumación o de la entrega del cuerpo para su cremación, el obsequio de un lindo recordatorio que consiste en un lapicero con el nombre del difunto grabado junto al logo de nuestra casa”.

—No es para tanto —se rio Pava—. Solo quiero un cajón y un entierro sencillo.

—Ah, sí, sí, señor Pava, por supuesto. No faltaba más. Usted necesita un cofrecito. Permítame antes que todo darle las más sentidas condolencias. Y ahora, si les parece, demos inicio al trámite de este sencillo formulario. No les causaré mucha molestia ni pérdida de tiempo. Comprendo, desde luego, su situación y su estado de ánimo. Por favor, señor Pava, ¿me regala el nombre de la persona fallecida?

—César Pava.

—¿Su señor padre?

—No, señor. Yo.

—Caray, caray, ejem… Sí, sí. Veo que usted, con todo respeto, es un cliente atípico, diferente. Respetaré su voluntad y atenderé de inmediato su solicitud, pues, como usted comprende, siempre hay que dejar al cliente satisfecho. Señor, ¿qué profesión tiene?

—Profesor.

—Qué maravilla, señor Pava —dijo el gerente, mientras nos acompañaba al depósito de ataúdes—. Lo felicito. Por ser profesor, se entiende. Justamente tenemos una atractiva promoción de cofres y servicios exequiales para aquellos de nuestros usuarios que hayan sido maestros. Se trata de un kit funerario con un descuento del 35 %. Miren nuestra oferta. Tenemos féretros de interés social y ataúdes económicos de convenio. Ahora, dentro de la línea de lujo, tenemos el modelito París, en cedro crespo, con aros dorados, pintado al duco. El modelo Galaxia, con argollón rosa y pintura al tapón. El modelo Imperio, con tapa bombé. El modelo Presidente, tapa huevo, argolla de aluminio dorado, baranda fina e impecable acabado en laca china. El modelo Lux aeterna, en nogal, con aro y argollón estilo calima. El modelo Ejecutivo, en roble, argollón y vidrio visor. El modelo Challenger, tapa huevo, en madera de pino, vidrio visor, lacado. El modelo Banano, exclusivo, en abeto, con aplicaciones talladas, vidrio visor, un magnífico y cómodo abullonado interior en satín rosado y almohada de plumas.

—Quiero este —dijo Pava francamente divertido, haciendo fuerza para no reírse—. Pero en vez de vidrio visor, quiero que le pongan un espejo.

Así fue. Pava murió seis meses después. Lo velamos en el cajón que compró con el espejo. Qué velorio tan divertido. Nunca olvidaré el sobresalto de quienes se acercaban al féretro y sucumbían al “pavor de su propia imagen”.

—Mira lo que nos hace este guache —le susurró al oído un viejito a su viejita—. Tenía que ser el indio del César. Ya decía yo que tenía un tornillo flojo en la cabeza.

—¡Qué es esto, por Dios! —exclamó otro señor, rojo como un tomate.

—Pura chanza pachuna —admitió una señora, disimulando el rubor con la cartera.

—¡Bien hecho, carajo! Es para que aprendan a no exponer los muertos —sentenció el capellán, después de sufrir el chasco—. Los difuntos no son número de circo. Requiem aeternam dona ei Domine. Et lux perpetua luceat ei. Requiescat in pace. Amén.

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