El paraíso de cualquier «gamer» es una estantería con cientos de videojuegos, pero qué tal un museo lleno de consolas antiguas, juegos clásicos y miles de objetos que llenan de nostalgia. Celebramos el Día Mundial del Videojuego con la colección más grande de Colombia.
Por más de 20 años, Javier Pinto, el coleccionista de videojuegos más grande de Colombia, se ha dedicado a acumular ‘basura’ como podría decirle mucha gente, pero en realidad para todos los aficionados a los juegos conocer su colección es entrar en el mismo paraíso.
Se podría decir que desde que nació su destino ya estaba claro, pues su papá sabía que a su primogénito le tenía que tener listo el primer juguete incluso antes de llegar al mundo, porque el primer regalo que recibió de sus padres cuando cumplió un año de vida fue su primera consola y quizá su primer amor: el Atari 2600 que llegó a las manos de un pequeño niño que quedó fascinado con los muñequitos, los botones, la palanca, las luces y los sonidos que emitía el “aparato”.
En ese momento, los videojuegos se convirtieron en su pasatiempo, en su ocio, y cada vez que aparecía algún juego nuevo con su respectiva consola, soñaba con tenerlo. Para entonces se trataba solo de un juego de niños ¿o no?
Los calendarios están llenos de fechas especiales y dentro de la cultura gamer, el 29 de agosto es una de ellas. Desde 2008, algunas revistas especializadas como PlayMania, Hobby Consolas y PCManía decidieron que había que escoger una fecha para celebrar los videojuegos, pues si hay un día para las tortillas, para los infieles y hasta para las montañas rusas por qué no puede haber uno para esa cultura con la que muchos crecieron y que ha desatado una verdadera comunidad que se reúne para disfrutar de una misma pasión.
Para celebrar por lo alto el Día Mundial del Videojuego tanto en el mundo como en Colombia, en SoHo hablamos con Pinto, un personaje que es reconocido dentro de los gamer, geek o freak, como se quiera llamar. Viendo de frente su propio mundo, entendimos que la ‘pila de basura’ que para muchos sería esa enorme terraza llena de cajas, máquinas, computadores, videojuegos, carteles, juguetes, cables y demás, para otros es un sueño y el tesoro más deseado.
El coleccionista de videojuegos contó su historia y cómo empezó a acumular este universo del videojuego, pues la idea no llegó de la nada teniendo en cuenta que desde muy niño ya sabía que tenía una conexión especial con los controles porque a pesar de que también le gustaba el fútbol, su destino no era ese; creció entre juegos pues su mamá tenía una tienda de maquinitas, esas en donde llegaban los niños luego del colegio y preguntaban si había consolas disponibles para jugar porque normalmente estaban ocupadas y el tiempo era oro aunque solo pudieran pagar por media hora.
“Antes de los 10 años nunca pensé en coleccionar, era solo un hobby, ya después de los 20 me empezó a ‘picar’ lo del coleccionismo. Yo coleccionaba antes cajetillas de cigarrillos, latas de cerveza, los muñequitos de Yupi, tazos, todo eso. Ya después yo dije ‘no, pero esto también es colección’”, menciona recordando con nostalgia el año 2001 en el que empezó a entender que con ese hobby podría hacer algo más.
En medio de televisores, libros, muñecos de colección, computadores, juegos y más juegos y la característica música de la Nintendo 64, cuenta que gracias a su pasión, a su mamá y a un amigo se decidió a empezar con su colección. Todo se desató un día cualquiera en el que conversando con ese amigo le dijo que quería conseguir una consola rara, que no era muy popular porque estaba empezando su propia colección, al mencionarla, Javier cayó en la cuenta de que por el negocio de su mamá él la tenía y ya no la usaba, pero por su instinto de coleccionista, el que no le permitía botar nada, la había guardado sin ningún objetivo particular.
“Yo la tengo”, le dijo en ese momento, pero su amigo fue incrédulo porque esa consola, la Panasonic 3DO, era muy cara y muy rara, tanto así que fue la segunda consola que salió a la venta por el valor más costoso de la historia y así como todo hasta ahora en su vida todo lo relacionado con videojuegos, llegó por suerte y por un precio de regalo.
Para la mente de su amigo era improbable que la tuviera, sin embargo, cuando la vio se le iluminó el rostro y se la pidió en venta, sin embargo, ese fue el punto o, como él lo llama, ‘el clic’ que le hizo comprender que su vida debía ser esa: dedicarse a coleccionar todo lo relacionado con videojuegos porque de hecho ya tenía un gran terreno ganado frente a otros.
Desde el momento en el que se trazó la meta de llegar a tener todo sobre juegos, su vida cambió, pues aunque antes se dedicaba a atender un restaurante de comida rápida como cualquier otro, cuando sus ideas se aclararon usó esos recursos para ampliar su colección.
Hace unos años se convirtió en el personaje que inauguró el primer Museo de Videojuegos de Colombia con una colección que no se compara con la que tiene hoy en día, esa que a la entrada tiene máquinas de arcade, esculturas de Mario Bros y la Magnavox Odyssey, la primera consola de la historia. Esa colección que también en videojuegos tiene casi 12.000, en consolas tiene más de 200, portátiles son casi 1000 y otros objetos como la publicidad original de Mario World, entre muchos otros muebles con los que se lanzaban juegos y máquinas alcanza a tener 100.
Entre los miles de videojuegos que tiene dice que es difícil escoger lo más importantes, pero entre sus favoritos están el Radiant Silvergun, Psychic Killer Taromaru, Key of legend Squadron, Pac Mac, varios Contra, Mario World, algunos de las sagas de Castlevania, Zelda, Megaman y el último que también podría ser el más importante de todos, porque destaca que fue el que más le costo conseguir es el Little Samson de NES, que además es de los más costosos porque actualmente podría valer más de 25 millones de pesos.
Hace unos años también se ganó el título del coleccionista más grande de Colombia en videojuegos y ahora, sumado a eso, está intentando retomar otros de sus negocios, pero con la temática que le apasiona, un restaurante en el que se puede ir a jugar y volver a ser un niño.
Aunque es papá y sus hijos tienen sus propias pasiones, él se ha encargado de enseñarles su trabajo, porque ser coleccionista es una gran responsabilidad, pues no solo se trata de comprar y guardar cosas en un mundo en el que existen tantos apasionados por los videojuegos siempre llegan amigos que tienen algo para ofrecer, cosas para intercambiar y hasta clientes que buscan comprar algo de lo que pueda tener repetido, por eso, dice que sus hijos conocen lo valioso de su colección y saben que en esa terraza, en las escaleras y hasta en el cuarto de su papá hay varias minas de oro.
Entre risas dice que nunca se cansará de coleccionar porque a pesar de que ya tiene muy poco espacio para seguir poniendo consolas, juegos, estantes y demás, sabe que esa pasión es infinita y hasta el último día de su vida se dedicará a eso.
“Casi todos me dicen ‘no, es que usted ya tiene casi todo, usted ya terminó' y yo digo: yo me voy a morir y si me muero de 100 años seguro que no he terminado. Así sea multimillonario para mí esto no termina, los juegos son infinitos, no sólo porque son muchos, sino porque si uno habla de todo, pues todo qué es. O sea tener todo es imposible, de hecho yo que sé tanto de coleccionistas nadie tiene todo”, expresa demostrando emoción de saber que su vida estará dedicada a esta pasión.
Y concluye con un consejo o más bien una advertencia para los coleccionistas que ya empezaron hace un tiempo, para aquellos que son amigos y llegan a visitarlo todos los días, pero también para esos fanáticos que tienen el deseo de empezar porque en este momento ser coleccionista es muy caro incluso para él que ya tiene más de 20 años de trayectoria en esto, por lo que si alguien quiere empezar aunque sea con una colección pequeña, debe tener como mínimo la bobadita de 50 millones de pesos.