Nominada a tres premios Óscar, Yo, Tonya recuerda la turbulenta vida de la patinadora estadounidense Tonya Harding y su implicación en el ataque a su rival Nancy Kerrigan, que la sacó de las pistas para siempre.
Pocos años marcaron tanto la historia del deporte estadounidense como 1994: el país albergó el Mundial de Fútbol por primera vez, la temporada de béisbol se canceló por una huelga de los jugadores y el brutal crimen de O. J. Simpson contra su exesposa ocupó todos los titulares. Pero existe otro episodio que, en su momento, tuvo toda la atención. Fue olvidado con el paso del tiempo y es revivido en la reciente película biográfica Yo, Tonya.
El jueves 6 de enero, la patinadora sobre hielo Nancy Kerrigan, luego de terminar un entrenamiento de cara a los juegos nacionales, fue agredida con un bolillo en la pierna derecha, tres centímetros arriba de la rodilla. La lesión puso en serias dudas su participación en los Juegos Olímpicos de Invierno de Lillehammer, Noruega, a solo seis semanas de celebrarse. Kerrigan, una joven de 24 años, de familia rica y con un futuro brillante, fue abordada por un desconocido en los pasillos de la Arena Cobo, en Detroit. El hombre, que la había seguido por varios días y se sabía de memoria sus horarios, caminó pasando inadvertido por el estadio. Cuando encontró el momento justo, se abalanzó sobre ella. Luego se esfumó. Parecía un plan perfecto, pero no lo fue.
Tonya Harding (interpretada en la cinta por Margot Robbie), una mujer de origen humilde y otra promesa del patinaje estadounidense, también estaba ese día en Detroit. Se encontraba descansando en su hotel y cuando la noticia del ataque a Kerrigan estalló, decidió cancelar su entrenamiento. En los días siguientes la investigación dio un giro inesperado, pues las evidencias señalaban como culpables a varios hombres, entre ellos, Jeff Gillooly y Shawn Eckhardt, exesposo y guardaespaldas de Harding, respectivamente. Ella, pese a negar rotundamente su implicación en los hechos, siempre supo exactamente lo que había pasado. Hasta donde se pudo comprobar, tenía conocimiento de que los dos hombres estaban planeando algo contra Kerrigan y, aunque no sabía los detalles, habría podido evitarlo. En marzo, luego de un pobre octavo lugar en las Olimpiadas, se declaró culpable de obstrucción a la justicia. A pesar de que evitó ir a la cárcel, debió pagar 500 horas de servicio comunitario y 100.000 dólares de multa. Era el final de su carrera, pues, además, fue suspendida del patinaje de por vida.
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Las patinadoras sobre hielo suelen proceder de familias acomodadas, actúan de manera delicada y visten lujosos trajes durante una competencia que muchas veces es comparada con un reinado de belleza. Tonya Harding era todo lo contrario: era conflictiva y amada y odiada por igual. Nació en Portland, Oregon, y fue la única hija de un matrimonio tormentoso y disfuncional. Cuando tenía apenas 6 años fue abandonada por su padre y LaVona, su madre (papel con el que Allison Janney ganó el Globo de Oro a mejor actriz de reparto), solía abusar física y verbalmente de ella.
Tonya empezó a patinar a los 3 años y, a pesar de las condiciones adversas, o quizá gracias a ellas, un año después ganó su primer torneo y en su adolescencia arrasó todas las competencias juveniles del país. En febrero de 1991, se convirtió en la primera mujer estadounidense en aterrizar un salto axel triple en plena competición. Considerada como una de las maniobras más difíciles de este deporte, ese logro indicaba que esta historia solo podía finalizar con la gloria olímpica.
Sin embargo, su nivel empezó a declinar y en 1993, justo cuando Kerrigan fue nombrada mejor patinadora del año, no clasificó a los juegos nacionales. El motivo era evidente: sus relaciones extradeportivas. Desde hacía tiempo no se hablaba con su mamá y con apenas 19 años, tras solo seis meses de noviazgo, se había casado con Jeff Gillooly, un hombre de 22 años que vivía a las afueras de Portland. Fue un matrimonio difícil desde el comienzo. Gillooly, de personalidad agresiva, solía pegarle y era habitual que ambos se agredieran verbalmente, algo que poco a poco fue captado por el ojo de la prensa y es ampliamente expuesto en la película. Justo cuando Tonya atravesaba su peor momento en el hielo, se divorció. Meses después volvieron a verse con el objetivo de apoyarse mutuamente para a los Olímpicos de 1994. Solo había un problema: Nancy Kerrigan.
Mientras Harding se alistaba para competir y probarle al mundo que era la mejor, su exesposo, junto con algunos amigos —uno de ellos el guardaespaldas de la patinadora— empezaron a discutir la posibilidad de dejar a Kerrigan fuera de competencia. Gillooly y Eckhardt, un mitómano por excelencia que aseguró haber trabajado para líderes de países tercermundistas y ser espía de la CIA, orquestaron el plan y contrataron al hombre que finalmente cometió la agresión.
La noticia causó impacto global y gracias a un plan pésimamente calculado, que rayaba en lo ridículo, días después se supo que Gillooly y Eckhardt estaban implicados. Mientras la prensa se dividía y acampaba tanto en la casa de Kerrigan como en la de Harding esperando noticias, ambas patinadoras luchaban por conseguir sus objetivos: recuperarse para llegar a tiempo a las olimpiadas, en el caso de la primera, y probar su inocencia, en el de la segunda. Pero cuando Gillooly y Eckhardt aceptaron los cargos de crimen organizado, aseguraron también que Harding siempre supo del asunto. La víctima, recuperada de su lesión, asistió a los Juegos Olímpicos y se llevó la medalla de plata, algo histórico, dadas las circunstancias. Harding, señalada y con un discreto octavo puesto, se declaró culpable. Después testificó que siempre quiso llamar al FBI a contar lo sucedido, pero que no lo hizo debido a las constantes amenazas de muerte de Gillooly, una versión que muy pocos creyeron. En 1998, Harding y Kerrigan estuvieron cara a cara por primera vez después del incidente en una emisión especial del canal Fox. Harding se disculpó pero la tensión de la situación era evidente. Para Kerrigan, esa disculpa no significó nada.
Yo, Tonya ha levantado ampolla precisamente por presentar a la protagonista como una simple víctima de sus circunstancias: el producto de una infancia dura y de un matrimonio tormentoso. Mientras Kerrigan —la verdadera damnificada— ni siquiera fue consultada para el rodaje de la película, Tonya no solo colaboró con los guionistas sino que se ha convertido en una estrella que se pasea por la alfombra roja. Después de su salto axel de 1991, es la jugada que mejor le ha salido.