Desde que tiene memoria, Jefferson Vásquez ha sido el traductor y apoyo permanente de su padre, Kley. Aquí, ambos comparten apuntes sobre ese complejo y silencioso vínculo.
Jefferson tiene 18 años. Sus manos y gestos se mueven muy rápido. Inconscientemente deja escapar algún sonido mientras habla con su padre, Kley, sordo de nacimiento. El papá lo observa, señalando pecho, hombros, cabeza o agitando las manos en el aire. Vestidos de negro, conversan sobre la experiencia del “silencio” que han compartido.
Jefferson prefiere hablar de discapacidad auditiva para referirse a su padre y también a su madre, Rosa María Pinzón, quien tampoco capta sonidos desde su nacimiento. Explica que a ellos no les gusta que los llamen sordos o sordomudos, porque la imposibilidad de producir fonemas no los convierte en eso, ya que pueden oír o hablar de otras maneras.
De acuerdo con las proyecciones de Insor —Instituto Nacional para Sordos—, en Colombia 543.614 personas padecen limitación auditiva. Actualmente es posible que muchas de ellas accedan a educación secundaria y superior, gracias a los avances educativos. Pero no era tan sencillo en la época de los papás de Jefferson, quienes solo cursaron hasta quinto de primaria.
Dos anillos, uno de ellos una calavera, brillan en la mano izquierda de Jefferson cuando habla con Kley. Es un joven histriónico, acostumbrado a usar el cuerpo como puente de comunicación entre sus padres y el mundo. Por esta razón, explica, habla y puntualiza mucho más que su papá, quien es lacónico con sus gestos, quizá porque el lenguaje de señas emplea, en su mayoría, solo sustantivos para expresar una idea: corazón, mente, niño, felicidad; una infancia feliz.
¿Qué sintió cuando fue padre por primera vez?
M I E D O
Cuando sonreía de pequeño se me hacían hoyuelos, por eso mi nombre en lenguaje de señas es un dedo ahí, en la mejilla derecha.
Me gusta bailar porque es una oportunidad para aprender. Me gusta el merengue. Salgo y solo sigo la coordinación de la pareja.
El recuerdo más alegre de mi infancia es el colegio, porque allí pude relacionarme con personas como yo.
Me encantan las bicicletas. Subo montañas y puedo pasar hasta un día entero montado. En la bicicleta me siento libre.
Siempre quise tener un hijo para que él pudiera traducir y explicar lo que quería comunicar.
Mi mayor temor como padre ha sido el trabajo, porque para un discapacitado no es fácil conseguirlo. Es un gran temor la falta de oportunidades.
¿Qué significa su hijo Jefferson para usted?
F U E R Z A
Mi papá nació con audición baja. Cuando tenía 2 años podía vocalizar algo, como “abuela”, que todavía puede hacer. Un día se cayó de un camarote, se pegó en la cabeza y le dio fiebre. A la empleada del servicio solo se le ocurrió echarle agua en la bañera y se le reventaron los oídos. Y si uno no puede escuchar, no puede hablar.
Tuvo una infancia solitaria. Sus papás nunca aprendieron lenguaje de señas. Cuando se sentaban en la mesa, por ejemplo, la mamá llamaba a todos los hermanos a comer. Y él no se enteraba.
Mi mamá también es discapacitada auditiva. Tenerlos como padres ha sido una experiencia fascinante. Además, puedes poner música a todo volumen y no pasa nada. Pero es difícil porque toma tiempo. Acompañarlos si están enfermos o tienen que hacer una vuelta. A veces por mis ocupaciones siento que los tengo superdescuidados. No es porque quiera, sino que trabajo y estudio, y los fines de semana soy animador. Pero trato de ayudarlos al máximo, a veces por videollamada cuando necesitan algo.
Aunque guarden silencio, los discapacitados auditivos no son muy de secretos. Si les cuentas algo lo pueden subir de una a Facebook. Trato de corregirles eso, para que no den una imagen que no es.
Nunca me he sentido desprotegido. Mi protección ha sido poder escoger mi camino y que mi papá me apoye. Me explica cosas de la vida. Experiencias suyas para que no las imite. Me dice: “Ven, qué pasa, te cuento una historia mía y decides qué quieres hacer”.