Alex y Tim Foley crecieron creyendo que sus padres eran unos profesionales canadienses que habían pasado por Harvard y cumplido el sueño americano. El despertar a la realidad es la historia de espionaje más apasionante que se ha visto.
Tim Foley cumplió 20 años el 27 de junio de 2010. Para celebrarlo, sus padres lo llevaron a almorzar junto con su hermano menor, Alex, de 16, a un restaurante cerca de su casa en Cambridge, Massachusetts. Ambos nacieron en Canadá, pero llevaban viviendo una década en Estados Unidos. El padre, Donald Heathfield, había estudiado en París y en Harvard, y ocupaba un puesto de alto nivel en una consultora con sede en Boston. Su madre, Tracey Foley, tras dedicarse muchos años a la crianza de los niños, acababa de asumir un trabajo en bienes raíces, contó The Guardian, de Londres.
Alex y Tim Foley solo supieron la verdad cuando un escuadrón del FBI irrumpió en su casa y se llevó a sus padres. Hoy tienen pasaportes rusos, pero luchan en las cortes para que Canadá les devuelva la nacionalidad que les quitó por el escándalo.
De regreso a casa, la familia brindó con champán por Tim, antes de que se fuera de parranda. De pronto, llamaron a la puerta y Tracey atendió pensando que se trataba de los amigos de su hijo, pero se llevó un fiasco: vociferando “¡FBI!”, hombres armados y vestidos de negro allanaron la casa. Los hermanos observaron atónitos cómo esposaron a sus padres y se los llevaron. ¿El motivo del arresto?: eran sospechosos de ser “agentes ilegales de un gobierno extranjero”, les informó uno de los agentes.
Lo primero que se le vino a la cabeza a Alex fue que habían tocado en la casa equivocada o que el origen de todo era un malentendido relacionado con las consultorías de Donald, razón de sus frecuentes viajes. Ni siquiera los convenció escuchar en la radio, unos días más tarde, que diez espías rusos habían sido detenidos en todo Estados Unidos, en una operación del FBI denominada Ghost Stories.
Pero la oficina no había cometido un error y la verdad era tan extravagante que desafiaba la comprensión, como se fue revelando ante sus ojos incrédulos. Donald y Tracey no solo espiaban, sino que provenían realmente de Rusia, como lo atestiguaban sus nombres originales, Andrei Olegovich Bezrukov y Elena Vavilova. Eran sus padres, les confirmaron, y habían tomado los nombres de un par de canadienses fallecidos. En la antigua Unión Soviética, la KGB los había entrenado, antes de enviarlos al extranjero como parte de un plan de agentes secretos de cobertura profunda, conocido como Illegals Program (Programa Ilegales).
Lentamente, Andrei y Elena edificaron su vida en el entorno norteamericano hasta lograr camuflarse como ciudadanos comunes y corrientes. Luego pasaron a ser agentes activos de la SVR, agencia de espionaje exterior de la Rusia postsoviética, sucesora de la KGB. Su desgracia fue obra de un compatriota espía que había desertado a Estados Unidos, quien los traicionó junto con otros ocho agentes.
Unidades de memoria ocultas en las calles (dead drops), mensajes codificados y bolsas de plástico llenas de dólares, todo eso y más, detallaba el FBI en su acusación en su contra, a la que no le faltaba nada para nutrir la típica escena de espionaje que se ve en las películas. Con fruición, la prensa registraba que los diez espías habían sido llevados a Viena, para ser intercambiados por cuatro rusos señalados de ser agentes secretos de países de Occidente. El aire enrarecido de la Guerra Fría volvió a escalofriar al mundo.
El escándalo tampoco carecía de ese picante sensual del género de espías, personificado por otra de las agentes detenidas, Anna Chapman, de 28 años, cuyo aspecto de “chica Bond” le valió la obsesión de la prensa, que explotaba su aventura y su belleza en titulares de primera plana. Contaban los reportes que era bróker inmobiliaria internacional en Manhattan y que no ocultar su verdadero origen ruso coadyuvó a que fuera descubierta.
Los hilos políticos que habían marcado su destino de tal manera tenían sin cuidado a dos jóvenes como Alex y Tim. Luego de crecer convencidos de que eran unos canadienses promedio, los esperaba un largo vuelo a Moscú, que marcaba también un viaje emocional y psicológico aún más largo. En medio de la confusión, aparecían las remembranzas de su infancia absolutamente normal, en la que nunca pasó algo que pudiera hacerlos sospechar sus verdaderas raíces. Ni siquiera habían probado la comida de Rusia, ni se mencionaron jamás en casa ese país ni la Unión Soviética. Así mismo, Donald y Tracey eran parcos sobre su niñez y Tim le describió a The Guardian cómo lo decepcionaba lo aburridos y corrientes que eran. “Parecía que todos los padres de mis amigos llevaban vidas mucho más emocionantes y exitosas”, explicó.
Andrei y Elena cayeron en la mira del FBI poco después de mudarse a Estados Unidos, probablemente debido a un infiltrado en la agencia rusa. Las pesquisas destaparon que el grado de impostura en que vivían demostraba una vez más, con creces, que la realidad supera la ficción. En una interceptación a Elena-Tracy, como sacada de la serie Misión Imposible (la de: “Su misión Jim, si decide aceptarla”), se oía que debía planear el regreso a su patria. Volaría a París y allí se embarcaría en tren a Viena, donde recogería un pasaporte británico falso. “Muy importante: fírmelo en la página 32. Entrénese para reproducir su firma cuando sea necesario. En el pasaporte recibirá un memorando con una recomendación. Por favor, destruya el memo después de leerlo”, le ordenaban.
Anna Chapman, otra agente rusa encubierta, cayó en la misma operación en que fueron detenidos los Foley. Su aire de chica Bond la volvió famosa y protagonizó portadas alrededor del globo.
En las contadas declaraciones públicas que Andrei-Donald ha hecho sobre su trabajo, se vende más como un analista de think-tank que un superespía. Pero las autoridades alegan que usaba su trabajo como consultor para penetrar en los círculos políticos y comerciales gringos. No está claro si logró acceder a material clasificado, pero los rastreos del FBI delataron sus contactos con funcionarios estadounidenses retirados y en servicio. “El trabajo de inteligencia no se trata de escapadas arriesgadas”, dijo a la revista rusa Expert en 2012. “Si te comportas como Bond, durarías un día o menos. Incluso, si hubiera una caja fuerte imaginaria donde se guardaran todos los secretos, para mañana la mitad de ellos estarían desactualizados y serían inútiles. El mejor tipo de inteligencia es entender lo que pensará tu oponente mañana, no descubrir lo que pensó ayer”, agregó.
Hoy, Alex es oficialmente Alexander Vavilov y estudia en una ciudad europea. Su hermano, por su parte, es Timofei Vavilov y trabaja en finanzas en Asia. Ambos tienen pasaportes rusos y desde 2010 guardan distancia de los medios de comunicación. Juntos libran una batalla legal para recuperar la ciudadanía canadiense, pues creen que es injusto e ilegal que tengan que responder por los delitos de sus padres.
Radicarse en Rusia no está en sus planes, pero visitan Moscú periódicamente para ver a Andrei y Elena, hacia quienes no tienen resentimiento. Están seguros de que son las mismas personas que los criaron con amor en Canadá, sin importar sus mentiras y la farsa que protagonizaron, la cual inspiró una de las series más aclamadas de los últimos años, The Americans, con Matthew Rhys Evans y Keri Russell (ver recuadro).
The Americans, la serie inspirada en los rusos. Keri Russell y Matthew Rhys Evans personifican a Elizabeth y Philip Jennings, quienes pasan por ser la típica pareja de clase media gringa, cuando en realidad son agentes encubiertos de la KGB. Sus hijos, Henry y Paige, ignoran la verdad, como los muchachos Foley.