1. Los concursantes de realities no están representando al país.
A mí me da mucho dolor de patria -el mismo que le puede dar a uno enterándose de que hay droga en el buque Gloria, el mismo que da con los miles de secuestrados- ver a una docena de cretinos preguntándose cuáles deben ser las características del Robinson colombiano. Como si el tipo que ganara tuviera que ser un dechado de virtudes cuando es bien sabido que gana el más hipócrita, el que se las tira de débil hasta que al final saca las uñas y por ahí derecho saca a los demás concursantes. A mí me indigna, y me da mucha pena por todos los deportistas humildes que han ganado títulos en el exterior, todos los intelectuales que han salido a defender en algún momento la dignidad nacional, todos los próceres que murieron defendiendo el territorio, cuando un pedazo de imbécil cuyo propósito en la vida es ser protagonista de novela le dice a otro igual que "se acuerde de que tiene una responsabilidad frente a todos los colombianos". Ey, despierten, ustedes no son cancilleres, ni embajadores, ni nada, no son nada, quieren protagonizar una novela y, de verdad, el país -asolado por masacres, polarizado hasta el tuétano y con su institucionalidad amenazada- no está pensando en las calidades morales de un protagonista de novela, ni de un expedicionario, ni de un ganador de gran hermano, ni de un granjero de pacotilla televisada.
2. No me interesa saber que las presentadoras de farándula son buenas amigas.
Por lo general, en la sección de farándula del noticiero -de cualquier canal-, la nena del estudio le hace cambio a otras que están transmitiendo en vivo. "¿Cómo está la cosa por allá, Adri?", y la otra responde "Muy bien, Margui, te cuento que.", y después habla con Clau, y Clau le da cambio a Andre, y Andre a Tati y Tati a Pili y Pili a Ani. Lo único que falta es que ahí, en medio de la transmisión, se despidan diciendo "Bueno, mariquis, te llamo para que vayamos a la 93 a tomarnos unos drinkcitos con los churros del otro día", pero casi, porque se mandan besos y todo. Niñas, presenten eso como si fuera un noticiero, al fin y al cabo para eso les pagan.
3. Jota Mario no es chistoso.
¿Necesita explicación este aparte? Solo añadiré que, cuando tenga hijos, si se portan mal los amenazaré con llevarlos a ese programa donde humillan y degradan a los concursantes (el de los sábados, y lo aclaro porque considero que aparecer al lado de Jota Mario en el de las mañanas ya es una humillación).
4. No más dobles colombianos.
Cada tanto, en la televisión descubren El ‘alguien‘ colombiano. Hemos tenido a la Cicciolina colombiana, el McGyver colombiano, el Rambo colombiano, la Pamela Anderson colombiana, el Tarzán colombiano y hasta el Chavo colombiano. En vez de andar buscando versiones criollas (por no decir chiviadas), ¿por qué no valoran a la gente por lo que es y no por a quién se parece o a quién imita? Además, si alguien, por ejemplo, es un buen mago, ¿por qué lo tienen que cagar bautizándolo como el David Copperfield colombiano?
5. No me gusta Pasión de gavilanes.
Ni siquiera Zharick me quita las ganas de agarrar el televisor a patadas. Dicen que tiene un rating impresionante. Si esto es verdad, significa que de tanto hacer telenovelas al estilo mexicano se le tiraron el gusto a la gente. Ojalá se vayan al infierno por eso. A mí los gañanes esos que hacen de hermanos (un cubano, un veneco y un argentino herniándose por hablar igual) me caen muy mal, están en mi Olimpo de Odios Televisivos junto con el mono de Sweet y el culicagado que salía en el comercial de Quipitos montando monopatín.
6. Extraño a Martín y Santiago.
Lo digo sin ningún pudor por reconocer lo que es bueno. Lo digo con admiración. Lo que me dejó un mal sabor fue darme cuenta de que cuando Martín y Santiago estaban criticando a los Protagonistas de novela, los tenían maniatados. O si no, ¿cómo es que nunca comentaron nada sobre Amparo Grisales? Se notaba que les habían dicho "ojo, no se metan con esto ni con aquello". Uno no contrata a Ronaldo para que juegue con los pies amarrados, y eso deberían tenerlo claro. Tanto ellos como las programadoras.