Dos grandes escritores colombianos ven las tetas desde polos opuestos y dejan por escrito por qué sí y por qué no hay que elogiar las tetas operadas. Esta es la opinión de Héctor Abad Faciolince.
Los dos pezones —casi siempre velados por la ropa— son como otros dos ojos que te miran. Por eso, después de mirar a los ojos, los hombres casi siempre queremos descubrir lo que se esconde en esa segunda mirada. Una mirada, además, que se puede acariciar, besar, lamer… Son tan fascinantes para los hombres los senos, que no creo que importe para nada si son auténticos o arreglados, originales o postizos. Yo estoy a favor de todas las tetas: las naturales y las artificiales, las grandes y las pequeñas. Cuando una mujer tiene dientes bonitos y sonrisa radiante, no me importa saber si tuvo o no tratamiento de ortodoncia. Usa lo artificial (el cepillo de dientes y la seda dental también son artificios) para ser más bonita, y nada más.
Los senos son algo tan absolutamente femenino que lo primero que hacen los hombres que quieren ser mujeres es fabricarse el simulacro de unas tetas provisionales de algodón, o definitivas de silicona. No voy a criticar a ningún transexual por querer hacer esto. Quieren ser mujeres y se sienten más mujeres teniendo tetas. Hay otra circunstancia en la que no se me negará que existe el derecho a operarse. Lo explico con un caso de la vida real: cuando la hermana gemela de una amiga mía se murió de cáncer de seno a los 34 años —y como su madre y su abuela habían muerto de lo mismo sin llegar a viejas—, su ginecóloga le aconsejó hacerse un vaciamiento preventivo de sus glándulas mamarias pues su más probable destino genético era morir joven si no se lo hacía. Tras someterse a la operación, un cirujano plástico reconstruyó la forma de sus senos y rellenó la parte vacía con prótesis. Supongo que nadie criticará el intento de mi amiga de volver a tener una apariencia lo más cercana posible a su situación física original.
Me dirán que no es de esto de lo que estamos hablando, sino de las mujeres que lo hacen simplemente por motivos... ¿por cuáles motivos? Bueno, pues de eso se trata, de los motivos que pueden llevar a una mujer a operarse los senos. Porque detrás del acto hay una racionalidad, un cálculo, un deseo. Si una mujer contempla la posibilidad de operarse los senos (para agrandárselos, empequeñecérselos o darles una forma y turgencia distintas) debemos preguntarnos qué pretende. Lo más fácil sería decir que no piensa, y que simplemente está influida por una moda, por el sometimiento al deseo de los varones, o que ha caído muy bajo en la mercantilización de su cuerpo. Prefiero pensar que, consciente o inconscientemente, una mujer adulta que toma esta decisión lo hace porque cree que la operación le traerá algunas ventajas (de seguridad personal, de seducción, de tranquilidad), al menos para sus fines particulares y en el propio nicho social donde se mueve.
Ante las mujeres que se ponen tetas (y las hay cultivadas e incultas, pobres y ricas, frívolas y profundas), la pregunta no es distinta a la que nos hacemos cuando un jugador de ajedrez hace un movimiento. Si el jugador mueve de tal o cual manera, es porque quiere ganar la partida y cree que la jugada es buena. Si hace una jugada evidentemente equivocada (que lo lleva al jaque mate o a que le coman la reina), nos preguntamos por qué motivo —de la ignorancia, de la psicología o de la inteligencia— habrá hecho una jugada tan mala, que en vez de conducirlo a la victoria lo lleva a la derrota. Si una mujer tiene senos hermosos, juveniles y proporcionados, difícilmente una prótesis le producirá nada mejor de lo que tiene. Es como operarse de la miopía, o ponerse gafas de aumento teniendo los ojos buenos. Porque a lo que aspira la cirugía es a algo que en general se considera bueno: tener una apariencia más hermosa, o más juvenil, o más atractiva (al menos para cierto tipo de personas) o más proporcionada de acuerdo con el cuerpo. Por supuesto el problema está en definir qué es más hermoso, qué es más proporcionado, más atractivo, e incluso si es conveniente tener una apariencia más juvenil de lo que dictan los años o la naturaleza.
Los senos vienen en muy distintas dimensiones. Hay mujeres planas como efebos, a quienes apenas sí se les nota que tienen senos (muchas de ellas adoptan con orgullo una apariencia andrógina), y a partir de ahí las tallas aumentan hasta llegar a mujeres tetonas como nodrizas lactantes. O más que ellas. Porque el problema con la silicona es la espiral ascendente: cuando las mujeres empiezan a buscar atraer más hombres aumentando la talla de sus senos, algunas pueden llegar a pensar que más es siempre mejor, y así llegamos a extremos grotescos y a la pura y simple aberración visual. Las que se las ponen inmensas se vuelven el equivalente femenino de los hombres físicoculturistas, que al perseguir tener más músculos se convierten en monstruos. También en la silicona las mujeres han llegado a tallas monstruosas y durezas marmóreas que lo único que producen es risa, no atracción.
Pero el intento inicial de algunas mujeres por tener unos senos un poco más grandes (si son planas) o un poco más pequeños, si los tienen enormes, lo que busca es aumentar la posibilidad de conocer más personas y por lo tanto encontrar —pudiendo escoger entre muchos— una pareja mejor. El cálculo ajedrecístico es así de simple. Biología, más que cultura. Hay un engaño a la vista, pues los estrógenos se reflejan también en el busto, y los hombres —inconscientemente— buscan signos exteriores de fertilidad. Según estudios, a la mayoría de los hombres heterosexuales les gustan más de tetas grandes (no las gigantescas) que las pequeñas o las inexistentes. Las mujeres planas y casi anoréxicas de los desfiles de modas reflejan el gusto de los modistos, que suelen preferir a los efebos que a las chicas. Las mujeres, al aumentar de talla (con rellenos en el brasier o dentro del cuerpo) se sienten más miradas, y en esa mirada ven más ocasiones de escoger pareja. Es así de simple, y no nos debería escandalizar. Hay un beneficio grande por un costo relativamente pequeño y un riesgo no muy alto. No para llegar al paraíso, porque eso no existe, sino para que la soledad les sea más esquiva, si lo que quieren es tener compañía.
Admito que si la mujer es una intelectual que basa su prestigio en la educación y en la idoneidad profesional, es probable que deteste este tipo de intervenciones quirúrgicas, prefiera el modelo atlético corriente en esas esferas y se conforme con los senos que sus genes, su dieta y su gimnasia hayan querido concederle, sean como sean. Pero no me voy lanza en ristre contra las que se operan: ni son brutas ni son feas: hacen su apuesta, y no siempre les sale mal. Su segunda mirada, si no es exagerada y no es estrábica, si consigue ser más hermosa de lo que antes era, es tan seductora como la mirada de los senos naturales. Y al que no le guste mirar los senos mejorados por la cirugía, que arroje la primera piedra.