Este es Shigeo Tokuda, un japonés que tiene el viril título de ser el actor porno más viejo del planeta.
Comencemos por el final. Cinco años después de haberse iniciado como actor de cine porno, y luego de filmar más de 300 películas en las que ha hecho el amor con unas 150 mujeres, el japonés Shigeo Tokuda con 75 años, el actor porno más viejo del mundo, no es rico, ni feliz, ni famoso, sino más bien una especie de anécdota o fenómeno curioso dentro del mundo de los "videos para adultos", que es la forma solapada, edulcorada y eufemística de llamar aquí en Japón a las películas que muestran hombres y mujeres en pelotas.
El internacional y parrandero barrio de Roppongi, uno de los centros más alegres y palpitantes de los varios que tiene la capital nipona, me pareció el sitio ideal para citar y entrevistar a quien yo esperaba, sería uno de los japoneses más orgullosos del planeta por representar un ejemplo de vitalidad y virilidad, la antítesis de la mayoría de sus compatriotas a quienes las encuestas sobre sexo ponen en el sótano de la clasificación mundial con 45 coitos... al año.
Viviendo tantos años en Japón y conociendo, como conozco, su cultura y su gente, debí saber que en este país incluso las estrellas porno lo son, pero al estilo japonés. Después de haberlo visto en fotos y hasta de haber alquilado uno de sus videos como objeto de estudio para esta crónica (solo como objeto de estudio, aclaro), divisé a Tokuda con su menuda figura, su cabeza canosa y semicalva y su ropa sencilla y gastada, abrirse paso entre modelos, mujeres hermosas y hostess (anfitrionas), la mayoría de ellas extranjeras que a esa hora de la tarde transitaban por la zona, estas últimas, rumbo al nightclub de turno donde adinerados okyaku-sama (clientes) intentarán, tarjeta de crédito en mano, cosechar sus encantos. Porque con una hostess un polvo no se compra, se cultiva.
Cuando Tokuda llegó a la mesa del café donde lo esperaba, la sospecha se convirtió en certeza. Tenía ante mis ojos al actor porno más viejo del mundo, y me era imposible (a pesar de haberlo visto en un video) imaginarlo practicando el noble y espirituoso arte de fornicar. Más que un macho cabrío follador, un Mandingo, un Casanova o un cucho garañón que jadea, maldice y gime, Tokuda encajaba mejor con la imagen del entrañable Mr. Miyagi, de la saga de películas de Karate Kid, que como protagonista del Abuelo insaciable, una de sus producciones más comentadas.
Tokuda no proyecta la imagen de una estrella porno porque, según él, no se siente y mucho menos habla, se viste o se mueve como una de ellas. Su hablar es pausado y sus respuestas están llenas de metáforas, como las de cualquier japonés que evita responder preguntas "difíciles" pero normales en este caso, del tipo "¿Usa viagra para lograr erecciones durante el rodaje?". El septuagenario actor tampoco usa el lenguaje honorífico propio de la gente de su generación, pero sus maneras son suaves y respetuosas, como cualquiera de los 128 millones de nipones cuyo anhelo es no destacar, mimetizarse con la multitud, sepultarse en el anonimato de la homogeneidad. Y Tokuda parece uno más del montón.
Pero si dentro de la pantalla del video (porque aquí no hay cinemas "rojos" para viejos verdes, que proyecten sexo todo el día) Tokuda es todo un fenómeno del porno, fuera de ella fácilmente podría protagonizar una película de espías. Porque ni su esposa, con la que se casó hace 46 años, ni sus dos hijos mayores, y mucho menos su nieto de seis años, saben que el patriarca de la familia se revuelca sobre sábanas que no son precisamente las que su cónyuge tiende en la cama matrimonial. Así como lo lee: la familia de Shigeo Tokuda no sabe que tiene una estrella porno en casa. Ellos solo conocen a Yasuo Ishii, el esposo, el padre, el abuelo, el hombre común y corriente, el jubilado que desde hace cinco años actúa dentro y fuera de la pantalla.
Y si para mí, que vivo en este país, fue difícil de creer, supongo que para muchos de ustedes que habitan al otro lado del mundo y que conocen Japón a través de internet, el cine y la televisión, la cosa les parecerá sencillamente imposible. Pero no es imposible, es Japón.
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Típico hijo de la shitamachi o casco antiguo de la ciudad, para entender la historia de Tokuda hay que comprender el contexto en el que se desarrolla, es decir, de dónde viene. Hay que saber las particularidades del lugar donde nació, creció, se casó, tuvo sus hijos y vive hasta la actualidad. Conocer un poco la historia de los barrios más antiguos de Tokio es la clave, según me parece, para entender cómo este venerable abuelo se convirtió de oficinista de una agencia de viajes en estrella porno; la clave para descifrar su flexibilidad moral, que considera todo esto como un simple trabajo que, por cierto, no lo mantiene porque vive de su pensión de jubilado; la clave para comprender cómo ha hecho para ocultarle la verdad a toda la familia y, a la vez, atreverse a ofrecer entrevistas a rostro descubierto no solo a SoHo, sino a la CNN, la BBC e incluso a la edición estadounidense de Playboy.
La shitamachi es considerada un área única no solo en Tokio, sino en todo el país. A sus habitantes, pero especialmente a los que como Tokuda nacieron dentro de sus linderos, se les denomina edokko, es decir, hijo de Tokio. Y serlo, entre otras cosas, implica hablar con un lenguaje preñado de jergas y modismos, haber tenido como canción de cuna el rumor de los mercados y mercadillos que pueblan la zona, pero sobre todo, haber crecido en un área que durante mucho tiempo fue proscrita para la gente "decente" y las autoridades del país, ya que dentro de sus fronteras se ubicaba Yoshiwara, la zona roja; la Ciudad del placer, como la llamaban; un conjunto de barrios en los que solo había burdeles, teatros de kabuki y casas de geishas que, desde el siglo XVII, fueron el centro de diversión para poetas, artistas, comerciantes y guerreros samuráis.
Incluso, clásicos son dentro de la actual filmografía nipona los dramas ambientados en Yoshiwara, donde geishas y samuráis se enamoran y terminan suicidándose bajo el rito del shinju, (literalmente, doble suicidio de amor) porque el guerrero no tiene dinero suficiente para comprar la libertad de su amada.
Hoy en día, casas de geishas y teatros ya no existen en la zona, las primeras porque el mismo arte de ser una cortesana educada y con dotes artísticas casi ha desaparecido y tiene poquísimas exponentes; mientras que los segundos han emigrado a barrios más lujosos, porque el kabuki pasó de ser un arte proscrito y de baja estofa, a un símbolo del Japón moderno.
Los que todavía existen en esta antigua, entrañable y acogedora área son los burdeles, que siguen operando bajo la pantalla de baños termales ya que la prostitución está prohibida en Japón. Lo que tampoco ha desaparecido es el carácter festivo y liberado de la gente del shitamachi, el cual se aprecia en los pequeños bares que se ubican a la vera de tortuosas callejuelas, donde no es raro ver a mujeres y hombres de avanzada edad beber, bromear, bailar sobre las mesas y tener un contacto físico que la etiqueta nipona moderna ha proscrito completamente en el resto del país.
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Ahora sí, arranquemos por el principio. Tokuda se inició en el porno por pura casualidad. Al menos eso es lo que él dice. Pero su historia no cuadra completamente, no solamente en fechas sino en detalles que un idioma tan enrevesado como el japonés revela de inmediato. Sospecho que el apacible abuelo que tengo sentado frente a mí tuvo contacto con el mundo del porno mucho antes de lo que quiere aceptar, si bien no como actor, sí como uno de sus más fieles aficionados. Pero a la larga eso es intrascendente, porque también en su caso "lo importante no es llegar, sino mantenerse". Y nuestro vigoroso entrevistado piensa seguir en actividad hasta los 80 años, momento en el cual evaluará si aún le quedan fuerzas, y sobre todo ganas, para seguir en estos trajines.
La historia oficial refiere que Tokuda, a quien detrás de cámara todo el mundo conoce como Ishii, fue reclutado por un director que a la vez regentaba una tienda de alquiler de videos donde el abuelo acudía periódicamente por la ración de sexo que con toda seguridad y de acuerdo a las costumbres japonesas, no tiene en casa. Dos años —siempre según la versión de Tokuda— se demoró en aceptar la propuesta: "Y el día que acudí a un rodaje me sorprendió la seriedad con que esas personas hacían su trabajo. Luego comprobé que este mundo no tiene nada que ver con la yakuza (mafia), que era otra de las ideas que tenía, así que le dije al director que quería probar".
El "trabajo" al que se refiere Tokuda, en su caso y por lo general, se limita a escenas de sexo sugerido, al cual y si le sumamos la censura que la ley impone a cualquier escena o foto donde aparezcan los órganos reproductores o incluso el vello púbico, deja muy poco que ver. No es que quiera restarle méritos al abuelo, pero lo cierto es que sus películas están lejos de mostrar un bosque de virilidad, lubricadas y bien decoradas vaginas, poses acrobáticas o penetraciones explícitas al mejor estilo gringo. Y esto es algo que se explica muy fácilmente: es cine porno japonés, producido según códigos japoneses, para consumo de japoneses. Y la nipona es una sociedad sexualmente reprimida que no solo practica poco el sexo, según acepta el propio pornostar, sino que "habla poco del tema porque es algo que le incomoda".
Justamente y porque el sexo es una manifestación marcadamente cultural, este semental con olor a naftalina confiesa que si bien no tiene nada en contra de las mujeres extranjeras, "no sabría cómo hacer el amor con ellas", sin duda alguna, una interpretación exagerada de los códigos de almohada, porque cuando se trata de ponernos horizontales, todos somos de la misma talla.
Si bien Japón es conocido por ser un país de alta tecnología, por el monte Fuji, por las geishas y los samuráis, también es cierto que en el aspecto sexual es un paraíso donde existen servicios que no podríamos ni imaginar en Latinoamérica, desde el alquiler por horas de muñecas sexuales por las que se paga más que por una mujer de carne y hueso, hasta los clubes donde los hombres acuden solo para contestar un teléfono a través del cual establecen una cita que por lo general envuelve a una menor de edad.
Y en el apartado del video porno, por no decir de la vida sexual del japonés promedio, la perversión y el sadomasoquismo son monedas comunes a las que se les suman, cada vez con mayor frecuencia, la zoofilia y la coprofilia. Y si bien Tokuda actúa dentro de producciones mucho más normales, él mismo acepta que "también hay cosas hardcore" en sus películas.
Por eso mi siguiente pregunta se la suelto a boca de jarro, mirándolo a los ojos y sin que mi tono delate aprobación o rechazo:
—¿Se avergüenza de lo que hace?
Tokuda esquiva el dardo que le lanza mi retina como ha hecho desde que se sentó a la mesa, respira hondo, medita y responde, siempre con la vista perdida en los transeúntes que pasan apurados frente a él, sin reconocer un trozo de la historia cinematográfica de su país:
—Tomo esto como un trabajo. Siento placer al hacerlo porque me gusta meterme en la piel de diferentes personajes, y a veces hasta me siento deprimido cuando creo que he actuado mal, por eso veo dos o tres veces mis propias películas. Pero es básicamente un trabajo. Nadie sabe que hago esto y si por ejemplo se lo contara a mis amigos del colegio, no lo entenderían y me marginarían.
—Pero ¿se avergüenza? —insisto.
— Yo he vivido una vida con altos y bajos, y este es solo otro periodo más, el sexto trabajo que tengo en mi vida a pesar de que el porno no me mantiene, vivo de mi pensión de jubilado. Pero agradezco poder trabajar mientras otras personas de mi edad no tienen nada que hacer.
Típica. Me refiero a su respuesta. Tokuda acaba de escurrir el bulto como normalmente hacen todos los japoneses cuando se trata de hablar claro, aunque debo aceptar que la pregunta era innecesaria porque, obviamente, se avergüenza de lo que hace, de lo contrario no lo ocultaría.
Nuestra estrella porno se ha puesto algo incómoda por mi pregunta, lo noto en la forma como se mueve en la silla y porque ya casi no se atreve ni a mirarme, así que decido preguntar frivolidades. Los minutos pasan y sin prisa pero sin pausa, Tokuda me cuenta que debido a la crisis económica ahora graba hasta cuatro películas por día de trabajo; que cada uno de sus "dramas", como él los llama, dura menos de una hora; que todavía no le ha dado su nombre a ninguna pose sexual; que no usa fármaco alguno para poner en marcha la ex máquina reproductora; que acumula energía con base en una dieta de verduras y pescado, no fuma, toma poquísimo alcohol y realiza largas caminatas; que si se trata de escoger prefiere ser la parte pasiva en la relación sexual; y que le gusta filmar con mujeres de entre 30 y 40 años y no con jovencitas de 18, "porque saben lo que hacen en el futón (cama)". Sin embargo, una mujer recuerda Tokuda entre todas con las que... ¿ha hecho el amor? Se trata de la actriz porno Jujito Ito, de 73 años, con quien filmó una de sus cintas más celebradas.
Listo. Tokuda ya se relajó nuevamente, me lo demuestra el hecho de que cada vez sonríe con mayor frecuencia.
El mozo trae otra ronda de té helado porque los 70 minutos de charla que llevamos ya secaron la primera, y a estas alturas de la conversación ya deduje que a Tokuda nunca le han pedido un autógrafo y mucho menos fémina alguna ha intentado, fuera de cámaras, llevárselo a la cama por ser un pornostar.
Le pregunto si para "calentar" antes de una escena conversa con la actriz de turno para establecer una conexión que vaya más allá de la carne, y su respuesta me sorprende: "Está completamente prohibido hablar con la actriz antes de grabar. Es un tabú siquiera mirarla". La respuesta trae de inmediato a mi mente las decenas de decenas de espectáculos sexuales de todo tipo a los que he asistido en este país, recuerdo que Japón es una sociedad sexualmente reprimida y de pronto las palabras de Tokuda cobran sentido: "Si pues —pienso— estamos en Japón. Aquí un acto tan normal y saludable como el sexo puede sufrir las más extrañas deformaciones". Nadie me lo ha contado, yo lo he visto.
El tiempo casi se acaba, y mirando mis apuntes me doy cuenta de que me falta una pregunta importante: ¿Qué significa para él ser el actor porno más viejo del planeta? Su respuesta, como varias de las que me ha dado durante la tarde, me decepciona, porque me repite la letanía, verdadera o no pero letanía al fin, de que no se considera actor, que su rutina no se ha visto muy afectada por su condición de pornostar y, sobre todo, que no piensa hacer esto toda la vida. Y aunque la longevidad parece una marca japonesa registrada, no puedo evitar hacerme, en silencio, la cruel pregunta que todos ustedes acaban de hacerse leyendo esa respuesta: pero ¿cuánta vida más te queda?
En Latinoamérica, este abuelo de dentadura postiza y problemas en la audición sería uno de los hombres más envidiados del continente. Aquí, es un ex agente de viajes que toma su condición de estrella porno como un trabajo cualquiera, casi, casi como una obligación que le ha planteado el destino y que esconde porque se avergüenza de ella, al punto de obligarlo a llevar una doble vida. Como diría Zarela, mi madre: "Dios da barbas a quien quijadas no tiene".
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Regresemos un poco el reloj. Junto a Tokuda, en la mesa del café donde conversamos, está sentado Kono Gaichi, productor, director y ocasional actor de porno que se ha convertido en una especie de representante del abuelo más eléctrico del país, al cual exhibe como una especie de trofeo. Y deduzco, porque en Japón esas cosas tienen que deducirse ya que Tokuda jamás lo mencionaría sin el consentimiento previo del aludido, que Gaichi fue el director que lo descubrió. El que lo introdujo en el mundo subterráneo del porno japonés que, según el director, "debe seguir siendo subterráneo porque allí todo está permitido. No nos interesa que salga a la luz". Con Gaichi, lo que me interesa descubrir son las cifras.
Según afirma este hombre orquesta del porno local, fue él quien creó el mercado de los videos para adultos de la tercera edad, y quien hizo de Tokuda la celebridad que es actualmente. Y le creo por una cuestión netamente numérica: Tokuda es el actor porno más viejo del mundo, porque de los dos sementales, también japoneses que le quitaban el título, el que tenía 82 años se retiró no se sabe por qué razón, mientras que el de 90 años pasó a mejor vida, no se sabe si mientras grababa su último polvo.
El costo, solo en actores, camarógrafos y locaciones, de producir una película de las que hace Gaichi, alcanza la suma de 600.000 yenes (6300 dólares). Ahora, y si hablamos del producto editado, impreso en un DVD y empaquetado para la venta, todo el proceso toma una semana y el costo aumenta a 1.600.000 yenes (16.800 dólares) por 2000 películas que en el mercado tendrán un precio unitario de 2980 yenes (31 dólares).
"La mayoría de productoras son pequeñas. Solo hay dos o tres que son grandes", revela Gaichi, y todas ellas reparten sus producciones de la misma forma: a consignación. Es decir, si la película se vende las tiendas le pagan el producto, de lo contrario se lo devuelven.
"La calle está dura". La frase no es Gaichi sino de algún cantante salsero cuyo nombre no recuerdo, pero cae al pelo para la actual situación del cine porno nipón. Sin embargo, Gaichi es de los que creen eso de: "A grandes males, soluciones extremas". Por eso ya tiene en estudio un sistema de distribución ¡en asilos de ancianos! Y no es broma. Japón está lleno de estas instituciones debido a la gran cantidad de población adulta que tiene. Y Gaichi pretende llenarlas todas con sus videos porno para que los sexa, septua, octo y nonagenarios dejen de acosar a las enfermeras. O todo lo contrario. Ese es su plan.
Lo único que debe descubrir el director para poner a rodar la cámara es "lo que le gusta a la gente". "Desde hace unos cinco a seis años no se sabe qué vender exactamente. Antes era suficiente que en la película apareciera una mujer hermosa y la gente compraba, pero ahora esa fórmula ya no funciona", explica, y de pasadita nos revela una de las razones para el éxito de Tokuda: la búsqueda de nuevas fórmulas porno.
La entrevista llega a su fin y luego de las formalidades de rigor, los buenos deseos y las inclinaciones de torso, veo alejarse a esta pareja que me recuerda a El gordo y el flaco, no por lo chistosos sino por lo diferentes. Y no puedo evitar quedarme con la impresión de haberme tropezado, más que con un actor y un director, con una anécdota del cine porno nipón. Sí, creo que esa sería la mejor definición para todo este fenómeno de alegres abuelos en pelotas: una gran anécdota que pronto será historia, un capítulo más del cine porno japonés.