Supongo que es una inquietud genuina en los hombres saber cuáles son los mensajes que envían las terminaciones nerviosas de las tetas al cerebro de una mujer.
Estas piezas redondas, moldeadas y macizas se posan sobre el pecho femenino para estar ahí toda la vida. Las mujeres se adaptan naturalmente a su peso y a su vaivén. A su forma de sonrisa permanente. Y con el tiempo, algunas conocen la razón fisiológica de su existencia cuando amamantan un nuevo ser. Podría decirse entonces que las tetas tienen una vida tranquila, sin mayores exigencias de resistencia física. Su vida es como la de quien vive cómodamente instalado en una hamaca.
Sin embargo, las tetas tienen sus propios diablos, que, como todos los que ejercen de malos en las películas, son los que desafían el confort e inyectan la adrenalina que producen las emociones y el goce. Esas circunferencias oscuras que como dos tatuajes tridimensionales ejercen de picos rectores del contacto con el exterior, y que suelen presentarse en público sin invitación.
Esos puntos oscuros de doble nivel, que marcan casi siempre el norte de la teta se mandan solos. Se relajan y se contraen por razones que no se pueden interpretar siempre de la misma manera y que nunca dejan de sorprender.
La más sencilla de esas razones es el frío. Esa condición climática exterior que no se puede controlar y que hace que los pezones levanten su más aireada protesta, para buscar un poco de abrigo. La solución casi siempre está en contar con una buena copa que los proteja y que les ahorre ese impasse. Ahora, ese es el frío del ambiente, el viento, una baja temperatura en conjunto con una blusa desabrigada, o un brasier muy delgado. Este episodio es tan natural como las tetas mismas, y no envía ningún tipo de señal de alerta al cerebro, simplemente hace frío y no importa. ¿Pero qué tal sentir sobre ellos unas manos frías? Ese es otro tema.
Las manos propias o extrañas, frías o calientes sobre las tetas son la segunda de las razones más poderosas para que arranque la “crispación”. El roce de los dedos sobre los pezones logra que estas montañas en miniatura entren en máxima alerta.
Si los dedos saben hacer su trabajo, y se esmeran en hacer sutiles movimientos a su alrededor, es inevitable que de inmediato se conecte la red de informantes sensoriales que le avisan al cerebro que algo va a pasar y puede comenzar una segunda etapa, que consiste en la demanda de decisión y fuerza. La participación de la mano entera o de la boca puede llevar el “levantamiento” a estados más tensos y más placenteros.
Ahora bien, hay momentos en los que no hay ni frío, ni manos, ni bocas y aun así, los pezones se levantan. Razones inexplicables del exterior, pero con lógica en el interior. Y son las descontroladas y antipáticas hormonas que en su alboroto mensual deciden pronunciarse abiertamente. Las pobres tetas son entonces las mensajeras de la baja autoestima de las hormonas que nunca pasan desapercibidas.
¿Que si nos gustan los pezones duros y dispuestos? La respuesta es sí, la mayoría de las veces. Y no, quizá solo cuando duele, ¡ah!, porque sí duelen. Pero incluso en estado de ese pequeño padecimiento, la verdad es que los pezones son unas antenas inigualables que captan las señales de ese mundo que nos quiere seducir y que no se detiene.