Sexo

No se crea actor porno

Por: Margarita Posada

Si usted es de los que pasan horas viendo youporn, tenga cuidado: copiar en la vida real todos los malabares que ve en esos vídeos no siempre es buena idea. Una reconocida escritora —que fue además columnista de sexo durante varios años— le explica aquí por qué.

¿Se acuerdan de ese dicho “mucha televisión” para referirse a una persona que inventa demasiado? Bueno, pues hay hombres a los que les queda mejor un nuevo dicho: “mucho porno”. Sí, han visto tanto que se ponen de artistas a moverse como si estuvieran bailando el Carrapicho o fueran la reina del Carnaval de Barranquilla, sin buscar la dosis justa de cadencia para que uno disfrute tanto lenta como rápidamente su incursión en nuestra entraña. Como si esto fuera poco, empiezan a jalarle a uno el pelo de manera desmedida (al punto que uno queda torcido y con dolor de cuello) o a morderle los pezones como si fueran un niño malcriado que ya tiene dientes de leche pero quiere seguir siendo amamantado por su madre.

No, amiguitos. Ustedes no son ningún Nacho Vidal, y creo que ninguna de nosotras sueña con tener a un actor porno en su cama. Es más, estoy segura de que Nacho folla muy diferente cuando de follar en la realidad se trata, y que no se pone de pesado a decirnos groserías, ni a mover su lengua en nuestro clítoris sin ton ni son. Claro que las “guarradas nos ponen” (como diría un español), pero usen ciertos recursos con mesura, porque también en la cama a veces menos es más. Un “te la voy a meter hasta el fondo” bien utilizado vaya y venga, pero una sarta de insultos como si tuvieran síndrome de Tourette o estuvieran gritándole al taxista que se les cerró tampoco es.

Qué lindo que amen a Garganta Profunda, pero las mujeres reales no tenemos gargantas infinitas. Como cuando se está en la mesa, uno se lleva a la boca lo que puede abarcar, así que dejen de embutirle a uno a la fuerza sus miembros como si quisieran hacernos vomitar. Dejen que sea la mujer la que se atragante hasta donde puede, y más bien enséñenle a usar las manos al tiempo que la boca sin necesidad de atorarse. Hablemos también del hombre manos de tijera, que es ese tipo que quiere usar los dedos de una manera tan brusca que se acuerda uno es de la citología que le hicieron en el ginecólogo, y no siente sino angustia de que la vagina termine lesionada en lugar de estimulada.

Tampoco se inventen que hay que venirse siempre en la cara de uno. Verlos y sentirlos venir adentro también es muy excitante, aunque para ustedes ese cliché de venirse en la cara signifique también la tranquilidad de no preñar. Esas son cosas muy placenteras por su rareza, porque tienen, como todo, su tiempo. Y a propósito del tiempo, dejen de dárselas con que son sementales tratando de sacar adelante una segunda parte contra viento y marea así sus vergas náuticas (ver diccionario) ya no les permitan a sus mástiles navegar sino en aguas mansas.

Olvídense también de que hacer 300 posiciones por minuto nos excita. Justo cuando uno está feliz de que hayan encontrado la posición perfecta para hacerlo venir, cambian como si estuvieran en una clase de bikram yoga en la que cada postura dura solo un minuto. No conviertan un buen polvo en una clase de gimnasia acrobática, que no estamos recogiendo monedas como los malabaristas que se ganan la vida en los semáforos.

Por último, y con todo el cariño del mundo, dejen de creer que el sexo anal es un derecho adquirido y que siempre tiene que suceder. Sobre esto ya dije suficiente en una vieja columna, cuando firmaba en SoHo bajo el seudónimo de Conchita, titulada “El patio de atrás” (búsquenla en internet). Bueno es culantro pero no tanto.

No. No es que no nos guste el porno. Es que la mayoría del porno está hecho para excitar a los hombres, apela a sus más testosterónicas fantasías, y no necesariamente a lo que a nosotras nos pone. El escritor Andrés Barba (coautor del premio de ensayo La ceremonia del porno) asegura que muy probablemente lo que excita a los hombres nos parece tonto y hasta insulso a las mujeres, así que más les vale dejar de sobreactuarse y aprender a coger como se coge en la realidad.

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