El acompañante de nuestra periodista de SoHo no quedó muy conforme con la versión que ella dio sobre su “momento cachondo” y decidió contar lo que vivió en la rumba donde se intercambian parejas sexuales.
Hace poco publiqué una nota sobre la vez que invité a un viejo amigo a un bar Swinger. En la crónica intenté ser lo más explicita posible sobre lo que sucedió aquella noche, sin embargo, esa era solamente mi versión. Cuando se la compartí a mi compañero de aventura, percibí en su voz que algo no le cuadraba. Le pregunté: ¿sí recuerdas esa vez, verdad? Él me respondió: “Por supuesto, ¡cómo olvidarlo! Lo que pasa es que en mi cabeza sucedió diferente”.
Pensé que era claro, todos tenemos formas diferentes de percibir la vida y de hecho eso es lo interesante. Pero no quería quedarme con la duda —siempre soy muy curiosa— así que le pedí que me contara su versión y esto fue lo me confesó:
“Era viernes por la noche, como bien lo explicaba mi amiga, estaba en un plan social con mis amigos de universidad en un bar sobre la calle 72, cerca al centro comercial Avenida Chile. Había invitado a mi novia de esa época que me tenía loco. Ella era mayor, madura, exitosa, con planes hacia el futuro —mejor dicho, toda una triunfadora—. Eso me tenía enrollado en la relación porque me entusiasmaba pensar que al fin había encontrado a mi pareja de vida.
Pero no todo era color de rosa. Comenzó a volverse obsesiva, intensa, insegura. Mis amigos me veían angustiado cada vez que ella me llamaba. Comencé a sentirme incómodo. La fogosidad se fue apagando y la verdad es que seguía con ella porque no sabía cómo dejarla. Tenía apenas 23 años. Pasó de ser la mujer de mi vida a ‘Voldemort’, como comenzaron a llamarla mis colegas, evidentemente la innombrable. Entonces mi situación era complicada.
Esa noche, en términos generales, todo iba normal. Le había dicho a mi amiga y a otras personas que ‘cayeran’ al bar donde estábamos tomando y bailando. Cuando ella llegó me sorprendió. Recuerdo que me dijo: ”quiero ir a un bar Swinger y deseo hacerlo esta noche ¿Quieres acompañarme?” ¡Guau, pensé!
Para mí, el concepto Swinger no era otra cosa que sexo descontrolado. Todos con todos. Llegas con una pareja y te vas con otra y ese tipo de cosas. De hecho, hasta hoy, luego de esa experiencia cada vez que hablan del tema recuerdo lo que pasó esa noche en aquel bar del barrio El Retiro en Bogotá.
Eran como las 10:00 de la noche y tenía mis tragos en la cabeza. Mi amiga seguía insistiendo en que era nuestra oportunidad para visitar un lugar como esos. Estaba tentado, curioso, quería darle rienda suelta a la aventura, además soy un tipo al que le gusta complacer a la gente. Algo que he aprendido a cambiar con el tiempo y las experiencias de la vida.
Mi novia estaba cansada. Ese día había tenido mucho trabajo y lo único que deseaba era descansar. Así que la envié en un Uber a su casa, aunque ella no quedó muy contenta por haberme quedado allí. No me compliqué y apenas se fue, le dije a mi amiga: “camine a ver.” Ella sacó su celular y buscó rápidamente la dirección en Google Maps, ese fue otro factor que jugó a favor, pues el bar Swinger estaba a tan solo unas cuadras.
Recuerdo que llegué con mi amiga convencido de que iba a ser una experiencia increíble. Tenía muchas expectativas y dudas sobre lo que estábamos haciendo y además estaba preocupado por ‘Voldemort’. Pero ya estaba ahí y no había vuelta atrás.
Lo primero que vi fue gente desnuda, lo normal para estar en un lugar así. Incluso analicé la situación. Sentía que tenía solo dos opciones: me quedo o me voy, pero aún más importante, ¿iba a tener sexo?
No fue algo planeado, ni siquiera tuve el tiempo de entender lo que estábamos haciendo. Pero así es la vida. A veces uno se escala y no sabe ni cómo pasó. Pero tenía que ‘pilotearla’. Mientras transcurría el tiempo vimos tríos, cuartetos, quintetos y hasta recuerdo algo muy interesante de ese día que a mi amiga se le olvidó contar.
Había una pareja que entró rápidamente en confianza con nosotros y hasta nos contaron de sus hijos. Ellos iban con una señora —que era su amiga—. Todos tenían más de 30 años. Eso fue apenas llegamos, cuando todos aún teníamos ropa y estábamos ‘en blanco’, es decir, sin una gota de alcohol. Luego nosotros tomamos otro rumbo y cuando los volvimos a ver estaban frente al televisor —donde transmitían películas porno— comiéndose los unos a los otros. En ese sentido, el bar no me decepcionó para nada, cumplió con todas mis expectativas.
Nadie dice su verdadero nombre en este tipo de lugares, creí que era una excelente medida de precaución para pasar desapercibido y disfrutar del ‘embole’. Eso sí, vi muchas parejas maduras buscando con quien estar. También vi grupos de personas que parecían conocerse de años. Lucían muy cómodos y sin ningún tabú. Desnudos. En cuatro. Haciendo el 69. Oral x Oral. Mientas los demás, plácidamente, los observaban a ellos y a nosotros también, porque éramos los jóvenes curiosos de la noche. En resumen, ‘sangre fresca’ para ellos.
En medio de la inevitable situación, apenas si alcanzaba a tener ciertos momentos de lucidez. En esos cortos instantes, recuerdo que sabía que teníamos que tener cuidado porque uno nunca sabe qué podía haber allí. En el mejor momento de la noche, recuerdo una chica que por voluntad propia estaba con cinco hombres jóvenes en el turco. Se sentía, como si fuera en carne propia, cómo lo estaba disfrutando.
Recuerdo el sexteto que menciona mi amiga, referenciado como “mi momento cachondo”. Ahora que tengo la oportunidad de aclarar lo que me pasó, creo que en ese tipo de situaciones uno entiende cuándo debe guardar su ‘termostato’. El problema —aunque no sé si llamarlo problema— es que había chicas bastante guapas que querían estar con nosotros, lo que pasa es que no las conocíamos, pero pregunto: ¿qué hubiera hecho cualquier hombre en mi posición?.
De igual manera, le pregunté a mi amiga si quería hacerlo. La sentía excitada y dudosa. Pero firmemente respondía que no. Me dijo que no le gustaba ningún hombre y que no era lesbiana para hacerlo con chicas, que solo le generaban morbo las bubis y ya. “¡Rayos!”, pensé. De hecho, me molesté. Estaba decepcionado. Si íbamos a ir a un bar Swinger teníamos que atrevernos a hacer algo que de verdad recordáramos.
Sin embargo, ella me dijo que era libre de estar con la mujer que quisiera, que podía ir a recorrer el lugar mientras tomaba un masaje. Eso hice, pero la verdad, había hombres rodando solos, pero ninguna mujer a solas como para entrar en confianza. Todas estaban acompañadas. Así que ahora que entiendo la situación, me faltó una pareja que pudiera intercambiar.
Salí enfadado, lo confieso. Con ganas de que algo hubiera pasado. Uno tiene que saber muy bien a lo que va y si me preguntan, jamás he vuelto a un sitio de esos, porque creo que no podría compartir mi pareja o ir con una amiga que ‘no me quiero comer’.
Sigo y seguiré sediento de la siguiente oportunidad que se presente, pero eso sí, la próxima vez, estoy seguro de que iré bajo otras circunstancias y con mis reglas.