Bebé reno | Foto: Netflix

Opinión

Bebé reno y el apego al sufrimiento

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La serie, inspirada en hechos reales, tiene como protagonista y creador a Richard Gadd, quien fue víctima del acoso de una mujer entre 2015 y 2017.

Es honesto llegar a comprender nuestra complejidad como humanos y saber que difícilmente el amor será tan impoluto como en las publicaciones de Instagram ni el sexo tan satisfactorio como en los videos porno. Esa honestidad también nos hace entender que ser compasivos en la relación con el otro no siempre traerá un premio por buenos samaritanos, pero también nos hará entender que es posible desear y apegarnos por momentos a situaciones y personas que pueden destruirnos. Netflix lanzó Bebé Reno (Baby Reindeer) una serie que desde la primera escena nos pone en dos lugares a la vez: el primero, de quien aconseja desde la lejanía y puede decirle al otro “aléjate de ahí porque todo va a salir mal”; y el segundo, de quien está como protagonista y su mente cumple el rol de llegar a ser su peor enemigo, al punto de aferrarlo a situaciones que lo irán matando con lentitud y profundo dolor.

Son 7 capítulos que logran el cometido de cualquier objeto de deseo: atraparnos, aferrarnos y obligarnos a profundizar en la historia lo más rápido posible (en este caso, llegar al final). Por fortuna, es una miniserie y el ejemplo de apego tiene una resolución sin mayores daños. Incluso, en vez de dañarnos, nos puede hacer reflexionar sobre el espejo que a veces encontramos en los otros. Un hombre (Donny), vulnerable por su pasado, deja entrar a una mujer por pesar. Esa mujer (Marha), inestable emocionalmente, mentirosa y a la vez profundamente sensible, desarrolla una relación sexo afectiva de niveles autodestructivos. Ambos terminan en un juego en el que son víctimas y verdugos a la vez, en el que de alguna forma demuestran la realidad de la naturaleza humana.

A quién no le gusta ser objeto de deseo para suplir los dolores del alma que nos han hecho dudar sobre si podemos generar algún tipo de atracción. Donny ama la adulación de Martha sobre su físico y su intelecto para así lidiar con sus falencias como comediante. Por su parte, Martha encuentra en Donny a un ser ingenuo y permisivo que es capaz de confiar en que todos merecemos segundas oportunidades, en que la gente puede cambiar y que siempre hay otra versión de la historia. Sin generalizar, al menos este no es el caso.

Un concepto muy bien trabajado en la serie es el de libertad. En un caso de acoso como el que vivió el protagonista se podría pensar que esta libertad se logra con el fin del acoso o con el castigo del culpable. Sin embargo, la respuesta que los espectadores nos llevamos es mucho más profunda. El protagonista encuentra su libertad cuando logra verbalizar sus dolores, cuando comparte sus traumas y entiende así que su adicción al dolor requería el explorarlo, entenderlo y mirarlo a los ojos.

Es muy poderoso a nivel narrativo que quien creó y protagonizó la serie sea quien vivió este acoso durante casi dos años. Y es poderoso no solo porque aporta naturalidad al personaje, sino porque es una historia que transmite honestidad de principio a fin, más allá de la veracidad de los hechos. La honestidad que transmite es la de reflejar que ni el perfil de la acosadora ni el perfil del acosado podrían clasificarse en blanco y negro, bueno y malo, sino que es en la escala de los grises, cuando entendemos que las personas somos verdugos y víctimas de nuestras historias. Es ahí cuando podemos empezar a ver una luz que nos muestre la salida, sin hadas, ni héroes ni sirenas, sino con personas reales que pueden llegar a encontrar la sabiduría necesaria para tener vidas más llevaderas.

Por Mauricio Barrantes

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