El hecho ocurrió en 1993, cuando una bebé falleció por extrañas circunstancias después de recibir la sangre.
Hay historias que erizan la piel con solo escucharlas, pues lo macabro que puede llegar a ser el humano sigue sorprendiendo a todos. Un claro ejemplo de esto es este escalofriante relato de un marinero que acabó con la vida de 13 personas con su sangre.
En 1993 una noticia entristeció a Colombia, pues en Bogotá, exactamente en la clínica de Palermo, una pequeña de 2 años fallecía por VIH en su sangre. La incógnita de cómo el virus llegó a su pequeño cuerpo fue el detonante para abrir una macabra investigación.
Por aquellos días corría un rumor de que un hombre se paseaba por las calles de Bogotá con una jeringa infectando a las personas que se cruzaban en su camino con VIH. Estas situaciones sacaron a la luz el caso de la pequeña Laura Espinel.
Sin lugar a duda, una de las enfermedades que más terror ha causado en la humanidad es el VIH, pues el contagio de esta por muchos años significó una muerte manifiesta. Lo que hace este virus de la inmunodeficiencia humana es acabar con las defensas del cuerpo al punto de dejarlo completamente expuesto y vulnerable.
Aunque con el tiempo la ciencia ha avanzado y ya es posible tratarlo y hasta curarlo, lo cierto es que por muchos años este virus acabó con las vida de los que se contagiaban. Además de que la muerte les respiraba en el cuello, padecerla era sinónimo de discriminación social por la forma principal en la que se contagia: por relaciones sexuales.
Las autoridades vieron un curioso patrón en entre el hombre de la jeringa y la muerte de la pequeña Laura por lo que empezaron a investigar los hechos. Los exámenes mostraron que la sangre de la bebé había sido contaminada y aparecía un prestigioso laboratorios de la capital colombiana involucrado. La bebé falleció el 21 de mayo de 1993.
Los fiscales Gregorio Oviedo, Durley Osorio y Humberto Vaca Méndez tomaron el caso en sus manos. Esta se convirtió en la primera investigación por VIH en el país, un complejo tema, pues la tarea era encontrar la sangre contaminada.
“Desde el principio les planteé que para mí había dolo eventual; es decir, entablé una hipótesis de homicidio, pues había un hecho que era la muerte de la bebé en la Clínica Palermo. A ella la contaminaron en ese lugar de VIH”, le contó Oviedo a El Tiempo.
El camino los llevó al primer banco de sangre del país y en sus registros apareció el nombre de Luis Ernesto Arrázola. Un hombre que constantemente donaba su sangre a este lugar. La investigación llevó al paredón al bacteriólogo Jorge Alvarado Domínguez, dueño del banco de sangre, y contra la monja Alicia Eslava Blanco, directora de la Clínica Palermo.
La noticia estalló y todas aquellas personas que habían recibido transfusiones de sangre tuvieron que pasar por la compleja situación de hacerse los exámenes pertinentes para saber si eran portadores. Aparecieron 12 personas más contagiadas con la sangre contaminada.
La búsqueda no fue fácil, pero tampoco fue imposible. Los fiscales empezaron a rastrear al hombre que donaba sangre al banco con regularidad. Resultó ser un marinero mercante hijo de una familia adinerada de Barranquilla. Su padre vivía en Bogotá no muy lejos de la clínica donde había muerto Laura.
Mientras la investigación avanzaba se descubrió que el hombre, pese a ser parte de una familia con comodidades, vivía sumido en la pobreza. Resultó haber abandonado a su esposa y a sus cinco hijos. La presión de las autoridades terminó haciendo que Arrazola se entregara.
Se determinó que Luis Ernesto era promiscuo y adicto a la cocaína, el opio y la marihuana. Además, era un asesino, pues desde 1989 era consciente de que portaba la enfermad y esto no le impidió donar su sangre con frecuencia.
El 15 de marzo de 1995, el Tribunal Superior de Bogotá condenó a 11 años y medio tras las rejas a Jorge Alvarado Domínguez, propietario del Laboratorio y a Luis Ernesto Arrázola, como los dos principales culpables.