Mujeres jóvenes y mayores, en una desocupación agravada por la pandemia, han encontrado un escampadero en el modelaje «webcam» que está disparado en Colombia.
Por muchos años, Colombia fue el principal exportador de café y en las últimas décadas lo ha sido de cocaína, sin embargo, el país amplió ese portafolio al universo del modelaje webcam y se convirtió en el productor número uno del mundo de ese tipo de entretenimiento para adultos. A pesar de los gigantescos recursos que genera esta próspera industria, no deja de estar lejos de los reflectores de la legalidad, la moralidad e incluso el feminismo.
Los números que mueve esta actividad quizá podrían aplacar las críticas que les caen encima: se estima que al año ven ingresos por 600 millones de dólares, algo así como 2.3 billones de pesos, de los cuales, según voceros del gremio, le quedan al país en impuestos unos 80 mil millones de pesos. Al tiempo, generan 130 mil empleos solo contando a las mujeres que se pasan su vida frente a la cámara, pero no precisamente para salir en televisión.
“En Colombia las cosas han cambiado mucho, porque hace 3 años, antes de la pandemia, podría haber 40 o 50 mil modelos y en este momento tenemos 130 mil producto del covid, de la actividad virtual que creció por esa razón”, cuenta Juan Bustos, quien es asesor de ella y en su momento tuvo la llamada “Universidad Webcam” en la que les daba entrenamiento. Por razones que él dice aún no entender, el Ministerio de Educación no le dejó seguir operando por denominarse como “universidad”. Bustos hoy explica que el primer lugar en el modelaje webcam, que antes tenía Rumania, se lo arrebató Colombia en esta etapa poscuarentena.
¿Quiénes son las modelos?
La belleza en esta industria es subjetiva y poco trascendente, mientras que la edad deja de cobrar importancia. Hay mujeres jóvenes y señoras mayores, de cuerpos y caras agradables para el promedio colombiano, pero otras, que aquí no lo son, pueden ser sumamente atractivas para los europeos, norteamericanos y asiáticos que son los que más consumen el contenido de las modelos.
Una de ellas es Paola Hernández, una joven que en las plataformas de transmisión en vivo se hace llamar ‘Sara’ y que desde hace cuatro años es modelo, tan vinculada al entretenimiento para adultos que hoy está convertida en socia del estudio en el que trabaja. “Llegué al mundo webcam por una necesidad económica, estaba estudiando mi carrera y en todo lado me decían que no me podían cuadrar mis horarios con el trabajo”, cuenta desde el primer piso de una casa al norte de Bogotá. En el segundo piso, en una habitación con una cámara, un computador con Internet, un televisor y luces, está su lugar de trabajo.
“Intenté entrar a unos estudios pero la capacitación era como ‘siéntate a ver porno dos horas’ y ya. Al principio da miedo y nervios con lo que te vas a encontrar porque en las páginas hay gente buena y mala”, dice esta mujer de tez morena que habla con la tranquilidad que da su experiencia y lo bien que le ha ido. “Tengo usuarios que desde mi primer día aquí están conmigo, pagándome todo el tiempo. El secreto es ser tú mismo. Uno actúa mucho, pero yo trato de que mi personalidad sea la misma aquí abajo y allá arriba en la habitación, la misma chica alegre, sonriente, una mujer natural, no voy a fingirlo todo”.
‘Morgana’ es otra modelo, muy particular. Es una imponente y extrovertida mujer de 48 años a la que acercarse al medio siglo de vida no le genera impedimentos para ser webcam. Está en su “habitación-oficina” y en cuestión de segundos se transforma para conversar con SoHo; sale con un látigo que acompaña su indumentaria: un corsé negro y una tanga del mismo color. Sin dudarlo un segundo, repite tres veces en menos de un minuto que ella nació para esto. ¿Y qué es esto? Entre otras cosas jugar a ser otra persona, explotar sus dotes de actuación y, en su caso, someter a los hombres.
“Soy una mujer de temperamento y aquí encuentras de todo: gente que le gusta que la traten mal y le digan una cantidad de cosas que en el mundo de afuera no sería chévere. Yo tengo un genio voladísimo, es terrible, acá vengo y me puedo desquitar con ellos, se sienten bien, felices y a mí me genera una cantidad de plata que no te imaginas”, explica con mucha gracia.
También llamada Ángela Patricia Sánchez Ricci, un papel de una mujer italiana en el que se mete, ella llegó por una increíble casualidad al universo webcam. “Una amiga mía puso un estudio y me llamó dizque para que fuera monitora”, que son los cargos que ocupan quienes coordinan que todo esté bien para una transmisión por web pero al mismo tiempo les brindan atención psicológica a las modelos. “Un día ella me puso a transmitir sin querer y terminé mostrando los pies, pero yo no sabía, me empezaron a dar muchos tokens, ella me dijo que estaba en vivo y me dijo que me iría muy bien económicamente”.
La podofilia, que es la excitación sexual por ver, oler, acariciar o besar los pies, es muy común entre los usuarios de las plataformas, aunque en todos los casos solo se trate de observarlos, como le ocurrió al momento de entrar a la industria.
Las millonadas de la industria webcam
Los tokens de los que habla ‘Morgana’ son la forma de ganar dinero en las transmisiones. “Hay dos tipos de salas, las privadas y las públicas, que es donde te ve mucha gente, puedes hacer cosas como masturbación y a partir de eso te dan tokens, que es la moneda oficial de nosotros”, explica Alexandra Garzón, gerente y dueña de Dream Studio, que tiene siete sedes en Bogotá. “Las plataformas se quedan con el 70 % más o menos, los estudios con el 30 % y de ahí las modelos con un porcentaje menor”, esa divisa queda convertida a dólares y es por eso que aquí importa mucho que la moneda esté alta para ganar más.
Las modelos no tienen un salario básico al mes por lo que tienen un contrato de prestación de servicios; “tú trabajas, tú ganas”, es la política de Garzón, que dice que en ocasiones les termina dando hasta el 80 % de las ganancias a las webcamer dependiendo de las horas conectadas, la puntualidad o la antigüedad en el estudio. “Esto desborda lo que es un salario normal, hay personas que nacieron para esto y hay quienes no. Hay chicas a las que les cuesta comenzar y pueden hacerse quincenas de apenas 100 o 200 mil pesos, pero también otras que pueden ganarse 15 o 18 millones en su quincena”, responde Alexandra.
“A mí la verdad me ha ido muy bien, hace un año y dos meses pude comprar mi apartamento; no lo compré antes porque cubrí deudas, mi carrera y después la maestría”, cuenta con satisfacción Paola o ‘Sara’. “Mi quincena más alta fueron 15 millones de pesos”, revela, que fue en tiempos en que vivía conectada literalmente de día y de noche.
Aunque Colombia lidera hoy la producción de contenido webcam en el mundo, hay mujeres de dos nacionalidades que han entrado con fuerza a este tipo de modelaje: recientemente, las ucranianas, por la invasión de Rusia y anteriormente las venezolanas, por el éxodo. Alejandra Rincón es migrante y cruzó la frontera por Cúcuta hace cuatro años, llegó con su mamá, sus dos hijos y quien en ese momento era su pareja, pero la adversidad la llevó hace dos años a tocar las puertas de los estudios.
“Yo venía con la mentalidad de que uno es solo de su esposo, que uno se le desnuda solamente a él y cosas así, pero aprendí que el mundo es de doble moral”, explica esta joven desde una casa grande que sirve como estudio en el barrio Polo de Bogotá. “Nadie es quien para juzgar, a lo mejor la persona que lo hace es porque entra a estas páginas para ver a otras desnudas. ¿Quién es peor, la que trabaja o el que está viendo?”, termina con firmeza, haciendo alusión a las críticas que se ha aguantado.
El auge que se está viviendo este negocio en el que son protagonistas Paola, ‘Morgana’ y Alejandra y del que hay más dudas morales que legales, no es necesariamente por la pandemia. Aunque las consecuencias del covid contribuyeron, la verdad es que el impulso mayor viene por la difícil situación económica en el país. “A los estudios los buscan muchachas o señoras que no pudieron acceder a la universidad, no tienen carrera, el esposo las dejó, tienen hijos y conseguir un trabajo es muy difícil”, comenta Juan Carlos Rivera, el director de Lalexpo, el evento que congrega a todo el sector de entretenimiento para adultos.
“También cambió el chip de las personas. Si antes de la pandemia un 70 % lo veía como un sacrilegio, ahora es a la inversa, un 30 % lo cree así”, calcula Juan Bustos. Y agrega: “Con la webcam la autoestima de ellas mejora, aprenden de la cultura del mundo, hablan con personas de varios países, con el plus de que ganan buen dinero en un país como Colombia que no tiene muchas opciones laborales o las pocas que tienen son mal pagas”.
¿Es o no es prostitución?
No es fácil diferenciar la prostitución del modelaje webcam, ese que incluye desnudos, masturbación o cualquier acto para excitar al otro, porque se parte de la idea de que se está recibiendo un dinero a cambio de un beneficio sexual.
Algunos —como la definición básica de Wikipedia— consideran que una relación sexual es solamente la que se da para dar o recibir placer, en la que cabe lo que hacen las webcamer e incluso el ya habitual sexting. Sin embargo, para otros como la prestigiosa Sanitas de España y publicaciones especializadas en sexualidad, debe haber un contacto físico para que se considera una relación sexual. Un debate que no es de poca monta.
Rivera, gurú de este negocio, entra en su defensa: “esto no tiene que ver nada con la prostitución. Ahí se le paga a alguien por tener relaciones, corriendo el riesgo de maltrato o de enfermedad, aquí no”, explica y le introduce otro factor relacionado con el dinero. “Una prostituta promedio en Colombia se puede estar ganando entre 2 y 3 millones de pesos, una modelo webcam entre 3 y 5 millones de pesos”, sin contar las que son más exitosas, las famosas, que llegan hasta los 100 millones de pesos mensuales.
“Se puede decir que yo fui proxeneta y por eso conozco bien las diferencias”, confiesa Juan Bustos, quien trabajó como intermediario en una agencia de prepagos antes de descubrir ahí el mundo webcam, empezar de cero y ser pionero del fructífero negocio. “Todas las chicas prepago se exponían a muchos riesgos con los clientes: meter drogas, alcoholizarse, enfrentarse a un borracho que llegaba disparando a una finca para que se metieran a la piscina. Ese era un proceso de carne por dinero”.
Paola, Alejandra y ‘Morgana’ lo entienden así, no sienten que se están prostituyendo, aunque respetan a quienes lo hacen. La diferencia creen que está simplemente en la brecha digital, una distancia enorme que les permite a ellas tener el control de lo que ocurre. “En algún momento uno se encuentra con violadores, uno se da cuenta que lo son por como te piden que hables, que actúes: ‘di que eres mi hija, di papá no me toques, grita, ahórcate, ponte el panty de fresitas, de corazoncitos, de arcoiris’. Terrible. Uno al verlos siente como miedo y dice ‘qué es esto’”, confiesa Paola ya sin tanto asombro porque es común que le ocurra. Si ella no quiere hacerlo simplemente dice que no, pero deja de recibir el dinero virtual.
“Aquí les decimos a todas: ‘nadie, ni nosotros ni un usuario, pueden obligarte a hacer algo que tú no quieres’. Hay una negociación y ella es la que dice qué hace”, concluye Alexandra Garzón de Dream Studio.
*Espere en la próxima entrega cómo es el entrenamiento de las modelos webcam, cómo hacen ellas para manejar su trabajo rodeadas de familias conservadoras, lo que piensa el feminismo de este modelaje y el manejo de menores de edad que quieren tener esta profesión.