Con frecuencia ignoramos el esfuerzo que debe realizar un ciclista durante una jornada, sea en un entrenamiento o en un desplazamiento cotidiano.
La elegancia y la soltura del movimiento de las piernas trazando círculos en el aire invitan a pensar que montar bicicleta es un acto sencillo, pero el trabajo corporal y mental es extenuante y siempre están expuestos a distintas clases de riesgos, incluyendo la deshidratación, el mareo y las caídas.
El esfuerzo hace del ciclismo un laboratorio corporal en el que entran en juego variables físicas y químicas de las que no escapa ningún ciclista, ni el profesional ni el recreativo. El que pedalea por las grandes carreras europeas corre riesgos similares al que pedalea un domingo por las calles de su ciudad. Un ciclista de competencia puede producir hasta 3,5 litros de sudor en una hora durante una etapa de competencia; esto desencadena una pérdida de la masa corporal de hasta un dos por ciento. Lo mismo sucede con quienes montan bicicleta recreativamente: pueden producir hasta 1,5 litros de sudor en una hora dependiendo el nivel de exigencia del recorrido y del clima durante el mismo. De ahí la importancia de la dieta que siguen los ciclistas antes, durante y después de las jornadas. Por ejemplo, es normal ver a algunos de ellos enseñando en sus redes sociales lo que comen durante una carrera. Sin embargo, es menos habitual escucharlos hablar de los planes de hidratación rigurosos que deben seguir para mantener el rendimiento deportivo y facilitar la recuperación de líquidos.
Si tenemos en cuenta que la mitad del peso corporal de un adulto es agua, es sencillo aceptar que juega un rol fundamental en la mayoría de procesos fisiológicos del día a día. Tal vez los más importantes sean propiciar la eliminación de toxinas y desechos, regular el volumen sanguíneo y la presión arterial, y posibilitar el transporte de oxígeno y nutrientes a los músculos y al cerebro. Casi siempre, el malestar que aparece durante una actividad física como consecuencia de falta de líquidos presentando sed, mareos y calambres. Como es de suponerse, la pérdida de agua es causada por la transferencia de calor que produce el cuerpo cuando se calienta durante la actividad física. El aumento de la temperatura interna lleva a la producción de sudor en un intento por enfriar el cuerpo. Cuando la temperatura externa es alta se produce aún más cantidad de sudor, provocando la deshidratación. Eso explica el valor que ponen los equipos médicos de los ciclistas de alto rendimiento en los planes de hidratación con el objetivo de sostener el rendimiento a lo largo de tantas horas. A pesar de que es común ver a los ciclistas consumir líquidos antes, durante y después de la carrera, no se sabe que esas ingestas son programadas de acuerdo a métricas como el peso corporal, el promedio de pérdida de masa corporal, el tipo de sudor producido y el color de la orina. Tener control de las ingestas de líquido permite una recuperación constante de los músculos a lo largo de la competencia o de cualquier recorrido. Por ello es frecuente que los deportistas beban cierto número de litros de bebidas hidratantes.
Una buena hidratación ayuda a mantener la glucosa y los electrolitos que aportan energía a los músculos para sostener el pedaleo. De hecho, la sensación de sed es un indicio de disminución en la cantidad de agua en la sangre. Por tanto, también es un indicio de que el cuerpo dejará de responder con el mismo ritmo e intensidad en algún momento. Por lo general, se asume que la mejor manera de mantener el cuerpo hidratado es consumiendo agua. Sin embargo, lo cierto es que hace falta una combinación de líquidos y electrólitos que permitan recuperar todo lo que se ha estado perdiendo en el sudor durante el ejercicio. Por este motivo los ciclistas se hidratan con bebidas deportivas hidratantes con electrolitos y carbohidratos. Lo que más se pierde con el sudor son precisamente electrolitos, particularmente sodio. Cuando un ciclista se hidrata únicamente con agua corre el riesgo de desarrollar hiponatremia, es decir, baja concentración de sodio en sangre. Esto acarrea náuseas, vómito, dolor de cabeza, desorientación, somnolencia, cansancio y otros síntomas que configuran una pesadilla para un ciclista que está en ruta. O, en algunos casos, puede ocasionar un golpe de calor acompañado por debilidad muscular y calambres. Esto explica por qué los ciclistas suelen consumir bebidas con electrolitos y no agua pura. En muchos casos sucede cuando cruzan la línea de meta: se los ve en el fondo, exhaustos, asimilando poco a poco el esfuerzo extraordinario al que sometieron sus cuerpos y que deberán llevar a cabo de nuevo a lo largo de algunas semanas más.