Vía Ibagué - Cajamarca. | Foto: APP Gica

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Sin carreteras no hay paraíso: 300 kilómetros en 14 horas

Por: Ricardo González Duque

La historia se repite: una crónica de la travesía que sigue siendo recorrer la vía entre Bogotá y Armenia. La megaobra del Túnel de La Línea fue insuficiente y mientras se vive el caos, se atreven a cobrar un nuevo peaje.

Nunca he podido con la costumbre muy colombiana de madrugadas extremas, quizá herencia del campo que llegó a las ciudades y sumado a la creencia religiosa de que levantándose de la cama cuando aún no ha salido el sol, le puede ir mejor a uno. Sin embargo, otra es la historia cuando el despertador suena para salir de viaje: los pálpitos son más rápidos, sube la ansiedad por tomar un vuelo o está presente la emoción por manejar largas distancias por carretera.

Pero la felicidad dura hasta el primer trancón. Las horas y los minutos que marca Waze para llegar al destino empiezan a subir afanosamente, razones había de sobra para creerse hace unos años la noticia falsa de Actualidad Panamericana cuando bromeó que la aplicación se iría del país y “se rendía” ante el caos del tráfico en Bogotá. Pues lo cierto es que ese panorama se repite en todo el país.

Ocurrió el puente festivo pasado cuando se movieron por el país cuatro millones de carros, una explosión vacacional quizá alentada porque en el fin de semana electoral los colombianos fueron juiciosios y se quedaron en los lugares de votación por lo que las carreteras lucieron desocupadas. Pero ahora todo se juntó para vivir un viaje de pesadilla desde Bogotá hasta Armenia, en la ruta nacional 40 que combina dos razones para ser caótica: es la vía que mueve más transporte de carga que es la que va al puerto de Buenaventura y es la que va hacia el segundo destino turístico de Colombia, que es el Eje Cafetero.

Entre Bogotá y Girardot el consorcio encargado es Vía 40 Express, que de ‘express’ no tiene nada por las demoras que genera la construcción del tercer carril, pero por lo menos allí existe el beneficio de tener una doble calzada desde 2015, así se haya quedado corta. Y en La Línea, que era el punto dramático para quienes hacíamos este recorrido, el sufrimiento aparentemente había terminado desde que se inauguraron los túneles y viaductos que redujeron el trayecto a apenas 50 minutos.

Pero como en Colombia pensamos en pequeño -o bueno, los que han gobernado nos hacen pensar en chiquito- la inutilidad de la obra en La Línea terminó siendo tan grande como la placa que hizo poner el presidente Duque para que recordemos que él cortó la cinta inaugural. De poco sirve esa megaobra con el embudo que se padece después en la ruta entre Cajamarca e Ibagué, en la que la carretera es vergonzosa y hay que padecer, como en mi caso, estar completamente detenidos 4 horas por una falla en apenas 600 metros de la vía.

Hay que prepararse con hidratantes, gaseosas, papas, chicharrones y todo tipo paquetes o mecato para pasar el rato. Además, hay que descargar en la tablet capítulos de series o películas para ver durante el largo rato detenidos, pero aún así, nada de eso calma el desespero y la impotencia de estar en medio de una carretera con el carro completamente detenido por cuatro horas. Estando en Bogotá en mi mente les digo todo tipo de cosas a los idiotas que activan su pito cuando el semáforo está en amarillo, pero en medio de la carretera, quieto, sintiéndome como un imbécil y víctima del subdesarrollo, hago lo mismo: pitar sin sentido.

Por hechos como este, el país ocupa el deshonroso primer lugar en el mundo por nivel de congestión en las carreteras, según un estudio de la empresa británica Moneybarn. Los recorridos en Colombia aumentan hasta un 53% por el tráfico en la vía, mientras que en otros países de la región como Perú el incremento es del 46%, en México 36%, Brasil 27% y Argentina solo 24%. El panorama sigue siendo crítico en la calificación por la calidad de las carreteras en la que obtenemos 3.4 sobre 7, solo superados por Perú que está en 3.2.

Esas cifras dicientes, pero frías, aterrizan a la realidad por el absurdo, la torpeza, la inutilidad y cualquier otro adjetivo que se puede quedar corto para justificar un recorrido de 319 kilómetros en 14 horas, es decir, una velocidad promedio de apenas 22 kilómetros por hora. No hay Operación Éxodo y “difícil topografía” que expliquen ese descaro.

Bien decía el escritor William Ospina en la campaña electoral que pasó, que hay un fracaso de la clase dirigente del país que en 200 años no fue capaz ni siquiera de conectar con una doble calzada a las dos principales ciudades del país. Es burlesco e irrespetuoso cuando se escucha hablar de la “Autopista Bogotá-Medellín”.

Don Silvino Muñoz es dueño de una finca cafetera llamada La Primavera y es el presidente de la veeduría por la segunda calzada entre Ibagué y Cajamarca, un deseo que hoy parece lejano pero que tiene a su comunidad poniendo literalmente en riesgo sus vidas. No es solo un problema de trancones. “Aquí no hay quien duerma en este lugar”, se lee en una improvisada valla que pusieron los habitantes del sector de Curalito, donde el hundimiento de la carretera tiene prácticamente destruidas 6 casas, con la amenaza de que sus ocupantes terminen en un desfiladero.

El hundimiento de la banca en el sector Curalito en la vía entre Ibagué y Cajamarca, genera detenciones de hasta 4 horas en la ruta que conecta el centro con el occidente del país. | Foto: SoHo

“No vemos la preocupación del Gobierno y por eso esas vallas se colocaron, la gente con angustia y desespero por el abandono de esa vía, no vemos el interés para arreglarla”, le dice a SoHo este cafetero desde zona rural de Cajamarca donde más de 250 familias se han visto afectadas en sus ingresos, en la venta de sus productos, la salud por las citas médicas que se han perdido y la educación por los profesores que no pueden llegar a la escuela de la vereda.

“Se empezaron a caer las casas de los campesinos de allí de Curalito, nadie ponía la cara, ni el presidente Duque, ni la ministra, ni el gobernador, así que unas 20 familias salieron a bloquear la vía nacional”, cuenta el alcalde de Cajamarca, Julio Roberto Vargas.

El gobierno del presidente Duque se va a terminar y la gran obra que tenían para mostrar, el majestuoso Cruce de la Cordillera Central que incluye el Túnel de La Línea, se queda empañado por este embudo sin justificación a cargo de la Alianza Público Privada GICA.

El epílogo que tiene hasta ahora esta historia es “muy colombiano”, un triste adjetivo que en este caso sirve para ejemplificar el descaro: resulta que no hay doble calzada, pero sí peaje. El consorcio inauguró una caseta en la que se cobran 11.700 pesos para automóviles y camionetas, incluida la gente de Cajamarca afectada por la destrucción de sus viviendas. “De manera atrevida e impositiva establecieron ese peaje. Nos habían prometido que iba a ser un precio simbólico, quizá 300 pesos”, dice el alcalde Vargas. “Tenemos que pagar peaje hasta para ir a saludar al vecino”, concluye don Silvino.

Así las cosas, en mi caso termina dando menos rabia madrugar que pagar por un peaje injusto, porque después de cancelar los 11.700 pesos, quedamos sometidos a un ‘pare’ y ‘siga’ que juega con la paciencia de miles en sus carros. Un subdesarrollo que da pena.