NFT venta | Foto: Cortesía

Opinión

Nativos vegetales

Por: Soho.co

La ‘tiranía digital’ deja a millones de damnificados, aquellos que creían que por manejar redes sociales o pagar cuentas en línea ya habían conquistado el mundo digital. Juan Moreno se declara víctimas y se queja porque pronto le preguntarán por el universo del metaverso en el que está, cuántos NFT ha comprado y qué criptomonedas tiene.

Por: Juan Moreno

Hace unos días recibí un boletín de prensa en el que se avisaba que una multinacional estaba creando una comunidad NFT y que negociaba algunos de sus productos y servicios bajo esta figura. No entendí nada. Sobre todo, porque el resto del cuerpo del comunicado hablaba como si todo el mundo supiera qué es y cómo funciona el NFT y su papel en lo que ahora es el nuevo tema en el mundo digital, el metaverso. Término del que tampoco tengo mayor conocimiento.

Este suceso es el colofón de una sospecha que ha venido creciendo a manera de susto tempranero, como cuando sabes que estás incubando una enfermedad, pero te niegas a aceptarlo. Cuando creía que tenía dominado el vasto mundo digital y que podría desenvolverme en todos los ambientes sociales con soltura, apareció la cuarta revolución industrial y me envió sin fórmula de juicio a la década pasada. Ya mi reino no es de este mundo.

La tiranía digital va dejando damnificados en el camino a destajo y sin compasión. Hoy, no saber qué es el blockchain, cómo funcionan las criptomonedas y qué quiere decir el internet de las cosas, te convierte, básicamente, en un inútil sin futuro ni cabida en la carrera tecnológica en la que nos metimos.

Como con la edad he ido perdiendo la vergüenza de preguntar y no soy tan joven como para sabérmelas todas, busqué a mi millennial de confianza para averiguarle por eso del NFT, y entre lo que me contó, que ya no me acuerdo, me dijo que una niña de 12 años se había hecho millonaria vendiendo sus propias pinturas por este medio y que un pixel gris había alcanzado un millón de dólares en una subasta en Christi´s. O sea, hacerse millonario es cada vez más fácil pero más perturbador, porque uno no se imagina a otro millonario aún más desquiciado, soltando cuatro mil millones de pesos por un mamarracho construido en dos segundos con un programa básico de computador dizque porque es único e irrepetible. Pero bueno, allá ellos con sus millones.

He optado entonces por bajarme de ese bus y por aceptar que ya rico no fui en esta vida, o por lo menos no con ese nuevo y maravilloso universo paralelo naciente. No entiendo nada, no le veo la gracia a correr desorbitado tras cada nuevo becerro de oro que surge, de regarle incienso a cada gurú digital que brota de las pantallas y de adorar cada espejito con el que se llevan millones de feligreses a regar su buena nueva por el mundo. No se qué nefastas consecuencias tenga eso para mi futuro, pero creo, al momento de escribir estas líneas, que me ahorraré uno que otro disgusto.

El temor que me acecha es el de convertirme en un inútil y dependiente para todo por cuenta de esa dictadura. Lo veo todos los días con los viejos, humillados por los nativos digitales en su insolente forma de deshacerse de ellos condenándolos a la modernidad. Los obligan a tener correo electrónico y un teléfono inteligente con aplicaciones para solicitar una cita médica. Y ellos, vulnerables como recién llegados al mundo, tienen que acudir a la caridad de los hijos o de quien tenga mediano conocimiento del tema para que los acomoden en la fila de ese universo paralelo.

Sí, muy bueno pagar todo en línea, solicitar productos y servicios por aplicaciones, tener todo a la mano sin moverse de casa, pero, eso no es para todo el mundo. Según cifras del Ministerio de las TIC a 2021, hay 8.2 millones de hogares con acceso a internet en Colombia. Redondeando, son como 30 millones de habitantes. Y falta ver si esos 30 millones tienen todos correos, manejan redes sociales y aplicaciones para facilitarse la vida y tener acceso a servicios tan básicos como la salud mediante una simple cita médica. Y faltan 20 millones por conectarse.

Es doloroso ver cómo una robótica dependiente le dice a un señor de 85 años que escriba un correo para tener el privilegio de un servicio, que baje la aplicación para pedir un medicamento y que no recibe efectivo y que además, el menú de un restaurante lo tiene que ver mediante un código QR. Lo inutilizaron en vida, lo volvieron dependiente, se convirtió en un nativo vegetal, humillado por la vida moderna.

Ese es el miedo, para allá vamos. Yo aun puedo pagar todo desde mi celular de gama media, puedo enviar este artículo en Word y por correo electrónico, puedo escribir bobadas en Facebook, mandar cadenas y memes en Whatsapp, pelear en Twitter y fisgonear el mundo perfecto de Instagram. Hasta parezco interesante y recorrido en LinkedIn. Pero esto es una victoria efímera. Pronto me preguntarán que en qué universo del metaverso estoy, que cuántas cosas he comprado y vendido en NFT y que cuánta plata tengo en criptomonedas.

Solo podré sonreír bobamente y decir que eso es una conspiración mundial para capturar nuestros datos, que yo a eso no le camino y que todo eso lo vi en un documental en Netflix. A mí que me dejen vivir en mi caverna platoniana prepandémica. Yo no quiero salir de ninguna caja.

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