A ti que me lees te lo advierto: esta es una historia real, sincera, sin pena y sin tapujos de cómo el encierro por la pandemia y la abstinencia me llevaron a solucionar mi deseo sexual a través de una aplicación de domicilios.
Sí, mucha gente dice que la vida le cambió con el aislamiento obligatorio por el covid-19, pero a mí mucho más. Pasé de cubrir eventos sociales nacionales e internacionales, de ir a estrenos de películas, a obras de teatro, a conciertos, de hacer entrevistas todos los días a cantantes, actores, presentadores y demás miembros del mundo del entretenimiento, a pasarla sentada frente a un computador haciendo entrevistas por Zoom, a trasladarme de lunes a viernes en mi carro de la casa al trabajo, y del trabajo a la casa y a encerrarme, sobre todo, sola en mi apartamento de 48 metros cuadrados.
Los primeros días fueron increíbles, porque estaba cambiando ese ritmo vertiginoso en el que transcurría mi vida. No tenía que maquillarme, ni vestirme súper elegante para salir en televisión o para que me vieran en los eventos a los que asistía. Pero después, comencé a sentir el vacío por no tener ni un “arrocito en bajo” con el que tener sexo.
Pensé: “¿Qué he hecho?” ¿Y ahora, cómo hago en este encierro sin sexo? Tal vez les parezca superfluo el tema, pero no, no lo es. Y no porque yo lo diga, sino porque cientos de expertos han confirmado que el sexo es necesario en la vida de los seres humanos. No nos vamos ahora pues a poner a citar a todo el mundo, porque esto no es un artículo educativo, sino mi historia; entonces continuemos porque muy bien los que eligen la castidad, pero no es mi caso. Por eso, la primera opción y recomendación de mis amigas fue descargar varias aplicaciones de citas para conocer gente, pero esta opción no acabó en nada. Este tema es un punto y aparte de mi vida que después contaré en otra columna, si es que me publican esta primera.
Perdí varios días deslizando el dedo en esas apps para hacer match con hombres, pero todos mis esfuerzos fueron en vano. Hasta que, en otra charla con mis amigas en nuestra cita de los viernes de vino, una de ellas, experta en todo el tema de juguetes sexuales y poseedora de una entera colección de aparatos, llegó con la revelación: “nené, es muy fácil, experimenta con vibradores, como es tu primera vez, compra uno no tan grande y que sea muy parecido al pene para que te guste la sensación”. Por supuesto, me retumbó en la cabeza eso que me dijo un viernes en medio de unas cuántas copas, y el domingo, es decir, a los dos días, comencé a buscar en internet, “¿cómo comprar un vibrador a domicilio y en pandemia?” Y la respuesta fue otra aplicación, pero de domicilios. ¡Créanme! es como si se me hubiera aparecido la Virgen.
Entré inmediatamente a la aplicación y comencé a buscar. Hice caso: compré uno que se viera como real, al menos parecido. Pasada la media hora sonó el citófono, bajé y el domiciliario me entregó feliz mi bolsa. Subí emocionada a mi apartamento y cuando destapé la caja entendí, tristemente y apenas en mis 30, que hay una diferencia entre dildo y vibrador. Lo que acababa de comprar era grande, de un material como blando pero no llevaba pilas, y eso no era lo que yo quería. Así que al principio sentí rabia, pero después dije: “ah no, toca buscar un buen vibrador y que me lo traigan ya, porque estas ganas que tengo no dan espera. No me voy a quedar, además de arrecha, ardida por la plata que perdí”.
Y efectivamente, a la media hora, o tal vez menos, estaba otro domiciliario en la puerta de mi casa con otra bolsa sellada. Le agradecí su rapidez. Lo destapé, otra vez emocionada, vi que era el que tenía forma de conejo, ese que tanto recomendaban en internet y ahí sí respiré profundo, sonreí al ver que tenía varias velocidades. Y de solo percibir el sonido, me ericé.
Ahora, el siguiente tema era: ¿en qué o en quién pienso para masturbarme? Nunca lo había hecho antes sola, esa fue ‘mi primera vez’. Y ahí empecé a buscar páginas en Google en las que pudiera ver porno. Encontré un video que me excitó, compartí pantalla en mi televisor y fue así como descubrí dos nuevos placeres de mi vida: masturbarme con un vibrador mientras veo porno.
Por supuesto, la lista de vibradores ha seguido creciendo y, con ella, mi exigencia a la hora de tener sexo con un hombre.
Nota: esta columna se llama “Las historias de ‘Linda’”, porque hace rato le puse nombre a mi cuca, vagina o como le digan ustedes.