La Tercera Guerra Mundial comenzó, pero en forma de sanciones económicas y culturales contra Putin; aunque este no fue el caso cuando el agresor fue Estados Unidos. La doble moral no se detiene allí, también se ve en las similitudes entre las protestas de Ucrania y Colombia.
“Maldito seas, Putin” se ha escuchado y leído en todo el mundo desde que comenzó la guerra en Ucrania. Los adjetivos contra el líder del Kremlin son más pesados por todo lado, pero quizá se queden cortos para describir a un megalómano, soberbio, guerrerista, homofóbico, machista y enemigo de las libertades. Sin embargo, es probable que algunos de estos calificativos también apliquen para hablar de Biden, Trump, Obama, Bush I y II, Clinton y Reagan.
Quienes se preguntan si este conflicto desencadenará una Tercera Guerra Mundial no se han dado cuenta de que ya estamos en ella. A pesar de que las hostilidades militares solo se viven de momento en las principales ciudades de Ucrania, lo cierto es que todo el mundo está librando una batalla económica y cultural contra Putin, quien en respuesta prepara un listado de países que han tenido actitudes “poco amistosas” con su ‘Madre Patria’, sin que hasta ahora se conozca qué hará con ellos el país que tiene el armamento nuclear más grande del mundo. En esa lista, sin duda, estará incluido Colombia.
Mientras los ucranianos ven cómo se destruyen sus ciudades y padecen el horror de los bombardeos refugiándose en búnkeres nucleares o en el metro subterráneo, los ciudadanos rusos hoy ya no pueden hacer transacciones con tarjetas de Visa o Mastercard, no pueden volar fuera de su país, comienzan a tener escasez de medicamentos y alimentos, su moneda está devaluada; al tiempo que enfrentan el cierre de tiendas de grandes superficies de propiedad europea.
Los habitantes del común, simpaticen o no con Putin, no podrán subir más videos a TikTok, ni ver más estrenos de Netflix, Disney, Sony o Warner, las grandes industrias del entretenimiento estadounidense; el equipo de fútbol no podrá estar en el mundial de Catar, y Putin, que es amante del judo, fue suspendido como presidente honorario de la federación internacional de ese deporte, mientras su busto se retiraba del museo de cera de París después de sufrir ataques.
Sin duda, hay mucha hipocresía en todos estos gestos que, aunque son legítimos y necesarios en un intento por detener una guerra que siempre es absurda y nunca tiene justificación, no se aplicaron de la misma forma cuando Estados Unidos decidió invadir o agredir a otro país.
La FIFA es la primera protagonista de la doble moral. ¿Por qué la selección de fútbol de Estados Unidos no fue vetada del mundial de Brasil 1950 como represalia a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki? ¿Por qué pudo el equipo norteamericano disputar los mundiales de 2002 y 2006 después de las ‘acciones militares’ en Afganistán e Irak?
Los dueños del balón en el mundo sancionaron en 2009 al jugador del Sevilla, Frederic Kanouté, por portar una camiseta en apoyo a Palestina, pero no impusieron multa al ucraniano Ruslan Malinovskyi por levantar su camiseta del Atalanta y mostrar en otra el mensaje “No war in Ukraine”.
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Para seguir la falsedad: ¿acaso los estrenos de “El señor de los anillos”, “Matrix Revoluciones” o “Buscando a Nemo” se suspendieron en Estados Unidos en 2003 como un mecanismo de presión que detuviera la guerra en Irak?
¿En algún momento Walmart cerró sus tiendas o American Airlines detuvo algún vuelo dentro de Estados Unidos para evitar que Bush y sus sucesores continuaran la guerra que cobró la vida de 2455 soldados de ese país?
¿O por qué Francia, que vetó en la ONU el ataque a Irak, no detuvo sus exportaciones por más de 23 mil millones de euros a Estados Unidos durante 2003 cuando ocurrió la invasión?
Habrá que ver con atención si estas draconianas sanciones se mantienen en el mundo como una fórmula efectiva para persuadir futuras guerras, que seguramente las habrá.
Pero la hipocresía no solo es mundial, también es local. Por estos días, en Colombia hay un activo movimiento pro Ucrania que tiene entre sus dolientes a quienes genuinamente no quieren la guerra, pero también a los que buscan sacarle provecho político interno. Por eso es bien llamativo que algunos de ellos recomienden —yo también lo hago— el documental de Netflix Winter on fire que idealiza la legítima lucha ucraniana contra la presencia rusa que comenzó el 21 de noviembre de 2013.
En esa lucha hubo primeras líneas que usaron cascos y escudos, que bloquearon ciudades, hasta quemaron buses y que además agredieron a policías del violento esquema antidisturbios del Berkut —un Esmad ucraniano— el cual dejó sin ojos a muchos de los ciudadanos que salieron a las calles.
Toda una paradoja ese parecido con nuestra realidad, porque exactamente seis años después, el 21 de noviembre de 2019, inició en Colombia el estallido social con similares hechos y actores, pero a los manifestantes que allá eran héroes, aquí fueron llamados terroristas. En fin, la hipocresía.