Lorena se desnuda y confiesa que le gusta el sexo anal: Lorena Meritano
La primera vez que me propusieron escribir este artículo saqué el culo.Nunca mejor dicho. Sin embargo lo pensé y, finalmente, como creo que hablar de sexo no es condenable, decidí hacerlo.
Pueden decir que soy una atrevida. Total, en materia de sexo he sido bastante curiosa, y aunque he llevado a la realidad muy pocas de mis fantasías, sí creo que me he animado a vivir muchas más de las que, sumadas, han cumplido todas las compañeras de la escuela Dalmacio Vélez Sarsfield en Concordia, provincia argentina de Entre Ríos.
Para entrar directamente en el tema puedo decir que el miedo, los prejuicios y la voz de la conciencia son malos consejeros. En esos casos lo mejor es relajarse, confiar plenamente en el ser querido o compañero sexual y dejarse llevar. Debo reconocer que el alcohol puede ser de gran ayuda, siempre en su justa medida.
Una copa de champaña, un tequila del bueno o un whisky me han acompañado en tardes, noches y madrugadas de pasiones desenfrenadas aunque, para hacer honor a la verdad, en tiempos de cerveza y porro,pasadita la adolescencia, también gocé con locura.
Tuve muchos intentos fallidos de sexo anal. El primero de ellos fue, precisamente,en esa etapa juvenil. Tan solo tratar de recordar ese amanecer con cordiense, me duele. La verdad fue un verdadero desastre y la razones sencilla: ese momento no debe ser forzado.
Viéndolo hoy, pienso que no hay nada como un hombre paciente —cuando uno no lo es—, con experiencia en las artes amatorias y que no presuma de ello. Además, las palabras ayudan, la música relaja y el deseo aumenta cuando el lugar es poco convencional. Nada de esos elementos estuvieron presentes en ese entonces.
El tema dejó de ser un simple tabú para convertirse en una verdadera fantasía sexual, una obsesión, incluso, por el simple hecho de no haber podido lograrlo.
Humildemente creo que en eso tuvieron mucho que ver los miedos, los prejuicios bobos, la falsa moral, el egoísmo y la falta de experiencia y de paciencia de mi compañero en esas circunstancias.
Pero en una ocasión, en el momento menos pensado y en el lugar jamás imaginado, sucedió. Todo comenzó con una cita romántica, una cena llena de "hormiguitas en el estómago" que continuó con una parada a mirar una iglesia muy bella, una charla frente al Río de la Plata con CD de música italiana incluido y, para colmo de males,en plena noche de luna llena. Luego, la cereza en el pastel: comenzó a llover.
La charla se convirtió en besos, los besos en caricias, y con la lluvia llegó el deseo. De repente, todo fueron manos, piel, humedad y pasión. Cuando menos lo imaginamos, estábamos desnudándonos en su lugar de trabajo.
Casi había olvidado la delicia de perder la cabeza y los estribos. Y no necesité de porro ni de cerveza ni de un compañero experimentado: me atrevo a afirmar que, pasados nuestros treinta y tantos años, aquello fue de nuevo para ambos como la primera vez.
Fue una noche mágica, no solo por el descubrimiento de nuevas sensaciones,sino por la confianza, la entrega, la posibilidad de entrar a una dimensión diferente. Se abrieron y renacieron en mí, deseos, ganas, ya era hora de sentir placer otra vez. Llegar a la cima una y otra vez y literalmente "abrirme en cuerpo y alma ".
Hoy, si no pido directamente sexo anal, lo menciono al paso. Sigue siendo parte del juego sexual, ya no con miedo sino con deseo, mucho deseo, de solo pensarlo. Supongo que de eso se trata la vida: nada sabe tanto a gloria como lo prohibido.