El lugar ha sufrido una transformación donde dejó de ser un sitio oscuro a uno lleno de arte.
Desde que en el 2017 la Fiscalía ocupó los bienes de el extinto Castillo ubicado en el barrio Santa Fe, este lugar funcionaba como una casa de citas y también, según informaron las autoridades también era un lugar donde se lavaba dinero, por eso hizo parte de un proceso de extinción de dominio.
Gracias a esto, años más tarde el Distrito pudo apropiarse de este oscuro lugar y convertirlo en un lugar dedicado a la cultura y el arte. Justo hace unos días la emisora Tropicana visitó el lugar en compañía de Samanta García, activista LGBTIQ+ donde se pudo ver que pese a su transformación aun conserva algunas cosas de lo que era El Castillo en su época de rumba.
Los cinco pisos en los que sus paredes evidenciaron excesos los 7 días de las semana y las 24 horas del día, dejaron de ser un verdadero antro, para ahora albergar cultura y un espacio enfocado en explotar el talento de los más pequeños.
La activista también explicó que el proceso de transformación de un prostíbulo a una casa cultural comenzó con el acercamiento de algunas trabajadoras sexuales que ejercían en El Castillo y que ahora ven con buenos ojos la transformación del lugar.
El mismo medio, relató que durante el recorrido en este lugar pudo observar los cuartos privados en donde los clientes que pagaban por los servicios sexuales eran conducidos para sus horas de placer. Dichas habitaciones hoy están desorganizadas pues están siendo adecuadas para su nuevo objetivo.
Sin embargo, se puede observar que se conservan los tubos donde las trabajadoras sexuales hacían sus shows de pole dance, además de las pinturas que estaban colgadas en los elegantes cuartos vip además de los espejos colgados en el techo.
Varias personas se preguntaran porqué se dejaron esos tubos en este lugar y la respuesta que dio una de las personas que hace parte de esta transformación fue que lo hacían para que fueran una herramienta de cuidado para el cuerpo.
Además de esto, algunas de las habitaciones más pequeñas que hacían parte de este lugar ahora son aulas que fueron transformadas para fomentar la educación en la comunidad.
Y si usted se pregunta, por qué el club no cambió su nombre así como su actividad, la respuesta es sencilla, IDARTES no quería borrar la memoria de lo que en su momento este espacio significó para los bogotanos.
Este lugar, ahora se llama El Castillo de las Artes, siendo “el primer centro de arte, cultura y memoria 24/7 de Bogotá, que tendrá actividades artísticas 24 horas al día, siete días a la semana”.
Este lugar beneficiará a comunidades y territorios afectados por múltiples violencias, particularmente en las localidades de Santa Fe y Los Mártires, resaltando, visibilizando y reconociendo su riqueza y la diversidad política, social, cultural y artística que se encuentran en estos territorios, en especial de los sectores sociales y poblacionales que allí habitan: mujeres, comunidad LGBTI, víctimas del conflicto, comunidades indígenas, migrantes”, afirmó Catalina Valencia Tobón, directora de Idartes.