El editorial que inauguró el célebre
canal de Monty Python en YouTube en octubre del 2008 abría así:
Por
3 años, ustedes YouTuberos nos han estafado al tomar nuestros videos y
publicarlos. Ahora las cosas cambian. Es hora de que tomemos las
riendas del asunto. Sabemos quiénes son, dónde viven y podemos ir
detrás suyo en formas demasiado horribles para mencionar. No más de
esos videos de pobre calidad que ustedes publican. No queremos ninguno
de sus comentarios inútiles, ni su plata. Queremos que vean los videos,
de calidad, y compren nuestros DVDs, a ver si sanan el profundo
disgusto que nos han causado.
De hecho, el fenómeno YouTube ha
sido muy fructífero para Monty Python, el grupo de humoristas que
precisamente renovó la comedia Británica a punta de cortometrajes de 10
minutos (llámense sketches) que articulaban la sátira sociocultural con
un humor surrealista que rozaba lo absurdo. ¿Y qué es YouTube? La
cultura del sketch llevada a su máxima expresión. La expresión
universal.
El 5 de octubre de 1969 fue el primer capítulo de
Monthy Python’s Flying Circus, el sketchshow más importante en la
historia de la comedia Británica (y no: la generalización no es
arbitraria). Duró cuatro temporadas, 45 capítulos, hasta que una
paranoia de bloqueo creativo y varias discusiones los hizo separase en
el 74, año en que el show, de la BBC, se empezó a mostrar en Estados
Unidos por la PBS. Pero la separación fue relativa, porque desde
entonces —juntos, mezclados y separados— Monty Python ha hecho 5
películas, 18 discos de audio, 6 libros y 3 obras de teatro, incluido
el exitoso musical de Broadway ganador de tres premios Tony dirigido
por Mike Nichols en el 2005: Monty Python’s Spamalot. Biografías o
estudios sobre el grupo, se encuentran más de 90 en la biblioteca
pública de Nueva York, ciudad donde John Cleese y Terry Gilliam, dos de
los líderes, se conocieron en el 65, y ciudad a donde regresaron esta
semana para lanzar un documental autobiográfico (Monty Python: casi la
verdad) y para recibir, por segunda vez, el BAFTA de la Academia
Británica de Cine y Televisión, “un tributo necesario a tan singular y
apreciada institución británica", según David Parfitt, director de la
Academia.
Ahora, ¿por qué tanta alharaca? Bueno, porque, como
dijo con ironía Cleese a propósito del premio, “parece ser que estas
baratijas de cortos tuvieron algo de relevancia”. Sí que la tuvieron.
Monty Python se inventó e internacionalizó la marca de la comedia
disparatada, con la que fundaron instituciones legendarias como el
Ministerio del Caminado Ridículo, una organización gubernamental cuya
función era patentar caminados drásticamente excéntricos, o La Clínica
de la Discusión, un hospital al que uno iba a tener un altercado verbal
por 6 Libras. Se ha dicho que es humor de pregrado, pero es mero
sadismo británico, encargado de hacer sentir incómodos a los demás, de
burlarse del defecto físico del otro, de satirizar los eventos serios,
de orinarse en el pavo navideño, de comerse el control de la televisión
para que la esposa no pueda ver novelas, de exagerarlo e ironizarlo
todo. Los ingleses son, en esencia, una lacras. Y de ello (sí, una
generalización) se sienten orgullosos.
Monty Python, no
necesariamente burdo, fue la globalización del humor británico.
Pensaban que el error de sus grandes influencias, Benny Hill o Spike
Milligan, era darle sentido a los sketches entre sí, darle una línea al
episodio completo. Con eso, la aproximación de los Python fue más
arriesgada. Escribían todos, y el producto final, a punta Jack
Daniel’s, era una mezcla libertaria de capítulos con un desorden
coherente y de entradas sin introducción o créditos. Así empezaban y
terminaban con, por ejemplo, una aparición descontextualizada de un
caballero medieval pegándole a los empleados de una oficina con un
martillo gigante tipo Chapulín Colorado.
A diferencia de Los
Beatles, los Pythons no estaban escribiendo para la cultura popular. O
pensaban que se quedarían en Inglaterra o simplemente no les importaba.
Monty Python es auténtico humor insular. Sin embargo, los Pythons sí
hicieron por la comedia en los 70 lo que los Beatles por el pop en los
60: universalizaron la cultura de un país que por esa época estaba
enfrascado en el tradicionalismo de Margaret Tatcher y lidiando con un
IRA empeñado en asaltar Londres con terrorismo.
Y podemos
seguir con la analogía. Una mitad de John Lennon sería John Cleese, un
líder natural, ágil y severo; la otra sería Graham Chapman, la figura
siempre señalada (homosexual y alcohólico) que murió antes de tiempo.
Eric Idle sería el Paul McCartney: el tierno con voz alta, gregario y
con un instinto para disponer al público a amarlo con fidelidad. Y el
George Harrison sería Terry Gilliam, director de Brazil y Miedo y
Locura en Las Vegas, que en alguna oportunidad dijo, “Harrison siempre
estuvo convencido de que Python mantuvo el espíritu de los Beatles.
Nosotros empezamos en el año en que la banda se separó y es cierto que
siempre hubo una transferencia espiritual”. El jueves, los Beatles de
la comedia —seis, ellos— entraron al Ziegfeld Theater de Manhattan para
ser, una vez más, ovacionados por el mundo.
Lo que usted
necesita para realmente entender este artículo es un buen computador
con banda ancha. En YouTube, métase al canal de Monty Python, e
incursione en el Pytonismo (Pythonesque es el adjetivo en inglés).
Después, apague el computador y abúrrase.