Es la pregunta que todo el mundo se ha hecho, la que ocupa horas de conversa-ciones entre amigos, la que tiene a más de un psicólogo desvelado… SoHo le pidió a un escritor homosexual —que, además, ha investigado bastante sobre el tema— que tratara de responderla. Así que lea y aprenda.

Testimonio

¿Un gay nace o se hace?

Por: John Better / @johnbetter69 Foto Andre klotz

Es la pregunta que todo el mundo se ha hecho, la que ocupa horas de conversaciones entre amigos, la que tiene a más de un psicólogo desvelado… SoHo le pidió a un escritor homosexual —que, además, ha investigado bastante sobre el tema— que tratara de responderla. Así que lea y aprenda.

De todas las sensaciones humanas, el deseo es aquella que se impone sin importar las consecuencias. Cuando tenía 28 años, Doris Armella, mi madre, quedó embarazada por primera vez. (Curándome la maricada)

Su deseo la condujo a una situación que le significó la salida de la casa materna y convertirse en la vergüenza de toda una familia que desde entonces, y a la fecha, la ha mirado con total indiferencia.

Desde el primer momento de su preñez, el deseo de tener una hija se apoderó de ella. La imaginaba rubia, de ojos azules como sus ancestros italianos, bella como ninguna.

—¿Y si nace niño? —le preguntó a Roberto Better, mi padre biológico, cuando iba en su quinto mes de embarazo.

—Pues tú y tu madre lo volverán un maricón —contestó él.

Cuando nací, ya se había separado de aquel hijo de puta. Los recuerdos más claros de mi infancia empiezan cuando tenía 7 años y vivía en Las Nieves, un barrio estrato dos en el sur de Barranquilla. Dolcey y Graciela Rosales eran hermanos y vecinos míos. Con ambos me besaba a escondidas, pero él me gustaba más. Mi deseo por entonces carecía de culpas y besarme con Dolcey era un hermoso hábito. Debajo de la cama, en el callejón de su casa o de la mía, en el cuarto de nuestros padres, cualquier lugar era perfecto. Hasta que un día Graciela, abuela de los niños Rosales, me sorprendió con su nieto, casi tragándonos la boca el uno al otro.

—Es que su hijo es rarito, señora Doris, y me quiere corromper al niño —dijo la doña.

—Sí, es un mariposón —comentó Wilmer, el hermano mayor de Dolcey, quien después del incidente aprovechaba cualquier descuido para estrujar mis recién adquiridas alas.

(Una investigación publicada en la revista Behavioral Ecology and Sociobiology estudió el comportamiento homosexual de los insectos machos y descubrió que la mayoría de sus relaciones, en medio de una apresurada carrera por aparearse, eran accidentales).

Mariquita, mariposa y polilla son algunos insultos dedicados a los homosexuales en varias regiones del país. Casi todos están ligados al mundo de los insectos. En Barranquilla, mi ciudad, a los hombres que tienen relaciones con gays se les dice cigarrones o cigarras, y cuando aparecen, se les insulta reproduciendo con la boca el zumbido de estos inocentes animalitos. (Lo peor de ser gay en Colombia)

Entonces yo era un mariposón. Y el inmenso patio de nuestra casa, lleno de matas y de árboles frutales, amanecía por temporadas repleto de mariposas muertas. Yo las tomaba en mis manos y las observaba con atención. Algunas eran hermosas, de alegres tonos amarillos o multicolores. Otras eran inmundas; a diferencia de las primeras, parecían fúnebres gusanos alados que, según creencias, solo aparecían en las casas para presagiar tragedias. En la casta wayúu, el hijo gay es considerado una desgracia y se dice que es portador de mala suerte.

Entonces me preguntaba: ¿cuál de todas esas mariposas soy yo?, ¿en qué momento me convertí en una de ellas? Y más después del suceso con Dolcey, cuando mi madre empezó a repetirme:

—A los niños les gustan las niñas y viceversa.

(Inon Scharf, investigador de la Universidad de Tel Aviv y coautor del estudio sobre los insectos, ha explicado que, en algunos casos, los machos llevan el aroma de las hembras con las que acaban de aparearse y ello confunde a sus competidores).

Pensé que al hacerme hombre todo aquello iría desapareciendo, pero los chicos siguieron siendo el objeto de mi deseo. Eran ellos, sus voces, cuerpos y espíritus, la bombilla de luz contra la que iba a chocar una y otra vez como una encandilada mariposa.

Nancy Espitia, una amiga cristiana de hace muchos años, dice que ser homosexual es una maldición generacional y está casi segura de que las palabras de mi padre se hicieron ciertas, ya que “las palabras tienen poder”. Hoy, a los 39 años, pienso que sí, que las palabras tienen poder, y esa es mi mejor arma. (La vejez de los travestis)

Otras personas, en su mayoría mujeres, me dicen que fue el deseo de mi madre por tener una niña lo que me hizo así. Yo me limito a responderles con una sonrisa, sin dejar de mirar directo la paja que empaña los ojos de más de una. Porque, como dice mi madre: “El que tiene hijos, mejor no juzgue”.

(Mariposas, polillas y avispas machos utilizan la cópula con ejemplares del mismo sexo para distraer a sus competidores. En el caso de algunos escarabajos, los machos montan a otros machos para dejarles su esperma y, así, hacer que su descendencia llegue a más hembras, aunque esto no parece muy eficaz).

La sexualidad está sometida al deseo, pero también a lo religiosamente correcto. La culpa merma y frena el deseo. Particularmente, dejé de sentir miedo por mi sexualidad hace muchos años: pasé de ser un mariposón a convertirme en una araña peluda y venenosa dispuesta a inocular al primero que pretenda hacerme sentir como un aberrado o un desquiciado.

(Dado que los genitales de los insectos machos no están diseñados para recibir a otros del mismo sexo, y se pueden producir lesiones, ciertas especies han desarrollado genitales similares a los de las hembras para reducir los daños de la penetración).

Alguna vez, una loca me dijo:

—Soy marica porque mi primo me violaba.

—¿A qué edad y cuántas veces lo hizo? —le pregunté.

—Desde los 13 años, como unas 50 veces —me respondió, sacudiendo las manos como si se quemara.

—¿Y en cuál de las 50 veces te volvió mariquita? Yo diría que desde la primera —le escupí.

—Ay, niña, eres de lo peor —fue su graciosa respuesta.

Asumir la homosexualidad como una conducta adquirida es reducir un sentir profundo a una expresión de consumo o un síntoma de contagio. Nadie aprende a ser gay, no hay escuela para ello. “Al que anda con la miel algo se le pega”, dicen, pero el aguijón de la abejita recolectora no es el trasmisor de una conducta que les ha devanado los sesos a los científicos.

Andar con maricas no vuelve a nadie marica. Penetrar o ser “hermosamente penetrable”, como diría Raúl Gómez Jattin, no es sinónimo de debilidad alguna, o de mal alguno; en ese dolor anal se ha cimentado gran parte de la sociedad moderna, en la que muchos “maricones eminentes” han sido precursores de grandes y visibles cambios. (Consejos de sexo por una lesbiana)

Yo nací siendo lo que soy, mi metamorfosis aún no termina, cada día me adapto, desarrollo nuevos ojos, cada segundo se hace más dura y resistente mi coraza, soy el insecto que no cede a un atrapamoscas. Así que vivan y dejen morir.

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