Joaquín Gómez, uno de los jefes históricos de las Farc, y Geiner Arrieta, enfermero del mismo grupo, revelan la incertidumbre de los desmovilizados frente a las elecciones.
A Geiner Arrieta no le quedó un buen recuerdo de la primera vez que votó en la vida. Para empezar, en el tarjetón no había ningún rostro de su partido, Farc. Tampoco le impresionó la reacción de los jurados, conmovidos al ver a este elector que, de sus 34 años de vida, pasó 18 con la guerrilla. Geiner ni siquiera conservó el comprobante que podría reportarle beneficios por participar en el ejercicio de la democracia. Entre los premios por votar no está el único que él espera: la certeza de que su futuro sea como se lo pintaron.
Lo que sí guardó la noche del 27 de mayo fue una hoja de vida que tenía pensado enviar esa semana, pero que decidió retener hasta que pasen los 21 días de incertidumbre entre la primera y la segunda vuelta electoral. En la guerrilla era enfermero; estaba acostumbrado a atender a sus compañeros heridos mientras se recuperaban, ahora el turno de esperar es suyo.
La hoja de vida que iba a mandar a Cuba por medio de la Unidad Nacional de Protección solo da fe de que cursa los últimos meses de bachillerato. Tal vez sea suficiente para ser aceptado en alguna facultad de Medicina en la isla como parte de las becas que ofreció Raúl Castro para los desmovilizados colombianos. Hoy, la democracia le enseña otro tipo de paciencia: él cree que, por ahora, no vale la pena despachar esa hoja de vida y la guardará en su mesa de noche hasta el 17 de junio. Un sueño en reposo, mientras se sabe qué va a pasar.
El voto es secreto, pero no hay que ser adivino para saber por quién va a votar Geiner; o más bien, por quién no va a votar. Para él, la propuesta del candidato Iván Duque pone en riesgo las reglas del juego. Le preocupa que las modificaciones que podría llegar a hacer Duque al acuerdo de paz terminen truncando su sueño. “Lo que más me preocupa ?dice Geiner? es que no se nos dé a los excombatientes la oportunidad de hacer un proceso de reincorporación que nos permita surgir como nuevas personas, reconocidas por la sociedad en Colombia”.
Geiner vive en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación, ETCR, en Pondores y Conejo, en La Guajira, y no piensa regresar al monte, gane quien gane. “Nuestros jefes han dicho que este paso es irreversible”. Pese a que ya no existe una jerarquía militar, nuestros líderes siguen siendo la cara visible ante cualquier decisión que podamos tomar”. Eso significa que cuando se conozca el resultado electoral, el rumbo que tome su vida no dependerá de Gustavo Petro ni de Iván Duque, sino del comandante conocido como Joaquín Gómez.
A los 71 años, Joaquín Gómez espera poder aspirar a la Gobernación de La Guajira.
Milton de Jesús Toncel Redondo, alias Joaquín Gómez, nacido en Barrancas, La Guajira, el 18 de marzo de 1947, es el hombre que aún manda la parada para Geiner y los más de 230 excombatientes en el ETCR. Sus órdenes ya no se dan en medio del combate, pero sus palabras tienen el mismo poder. La prueba es la hoja de vida en la mesa de noche del enfermero que sueña con ser doctor. “Hay que mirar el desenlace de estas elecciones ?dice Joaquín Gómez en una entrevista con Noticias Caracol?. Hay que ver qué pasa, porque uno no puede ponerse a hacer castillos en el aire. Es que no vivo en Suiza, soy colombiano y sé de qué son capaces los dirigentes de la ultraderecha colombiana”.
En efecto, su vida poco se parece a la de los suizos. Joaquín Gómez fue integrante de las Farc durante 33 años. Fue miembro del secretariado y negociador de la guerrilla durante el proceso de paz de Andrés Pastrana y luego en el de Juan Manuel Santos en La Habana. Tiene las manos manchadas con sangre, aunque él asegura que duerme tranquilo y en paz con su conciencia. Fue comandante del Bloque Sur, tomó el lugar de Raúl Reyes, participó en la toma a la base de Las Delicias, en Putumayo, y en la toma al cerro Patascoy. Este hombre, que hoy parece un abuelo dedicado a su huerto, tiene 55 órdenes de captura y 22 medidas de aseguramiento en Colombia, sus crímenes podrían sumar más de 330 años de cárcel y Estados Unidos aún ofrece por su captura 2,5 millones de dólares. “Daños colaterales de la guerra”, dice este miliciano a quien le enfurece oír hablar de perdón. “Que yo sepa, no tengo a quién pedirle perdón. Nunca abusé del poder ni tengo de qué avergonzarme”. Para él, si se les ha de pedir perdón a las víctimas de la guerrilla y a sus familiares, también los paramilitares y el Ejército tendrían que hacerlo a las familias de sus compañeros caídos en combate. “Cada vez que moría un teniente o un cabo, resulta que tenía mamá, papá, que estaba recién casado y dejaba una familia, ¿y nosotros qué? ¿Acaso a los guerrilleros los traía una cigüeña?”, eso se pregunta Gómez y pide que la entrevista pase a otro tema.
Lo del huerto es en serio. El ETCR de Pondores y Conejo es el mejor ejemplo en el país de una comunidad de excombatientes que ha puesto a producir el dinero de la llamada bancarización de las Farc. Aquí se cultivan 13 hectáreas con tomate, plátano, ají, cebolla y pepino. Gómez aclara que el proyecto productivo avanza porque los mismos exguerrilleros han invertido cada mes parte del dinero que les llega a una cuenta del Banco Agrario y que corresponde al 90 por ciento de un salario mínimo. “Aquí, hasta el momento, el gobierno no nos ha dado ni un centavo. Todo es por nuestro esfuerzo y la bancarización, porque hasta ahora no nos ha llegado ni un solo peso de las donaciones que se han recibido”. Reconoce el apoyo del Programa Mundial de Alimentos, pero omite que la plata de la bancarización proviene del Estado.
La pareja de Joaquín Gómez es 50 años menor que él. Su hija, Angie Camila, tiene solo ocho meses.
Al ETCR de La Guajira lo adornan murales con los rostros de los líderes de las Farc. El más reciente es la nueva causa para Gómez y es un tema que le cambia el rostro: Jesús Santrich. “Eso fue un montaje”, dice mirando el mural, con pintura todavía fresca, en el que se lee: “Libertad para Santrich”, y agrega: “Primero le hacen un montaje, después vendrán por Márquez y todos los demás”. Al exjefe del Bloque Sur se le acusa de narcotráfico y del secuestro de tres estadounidenses. Dice que no le da miedo cambiar el calor de La Guajira por una celda fría en Estados Unidos. “A mí no me preocupa nada de eso. Que me metan cuando gusten”, asegura y vuelve a pedir cambio de tema. Lo de la cárcel es otro asunto que no le gusta tratar.
Joaquín Gómez se mantiene en pie de lucha en todos los sentidos. No solo actualiza cada día sus quejas contra el Estado y las inculca a los jóvenes que lo rodean, sino que abrió en su vida un nuevo frente… Tal vez el único en el que se permita perder batallas y hasta la guerra. Se volvió a enamorar y tiene una hija con su nueva compañera (50 años menor que él). Angie Camila tiene ocho meses y a él le cambia la expresión al hablar de ella. Gómez tiene 71 años, la edad de ser abuelo, pero el nuevo amor lo rejuvenece. “La vejez no comienza con enamorarse ?dice?, sino cuando se pierde la actitud de querer enamorarse”. Por un instante quisiera seguirle la cuerda a este padre enamorado con cara de abuelo tierno... olvidar quién fue y soñar con él sobre el futuro de la pequeña Angie Camila. Pero su pasado no me lo permite.
Ver a su hija crecer y al huerto del ETCR prosperar no es el único anhelo del exguerrillero. Al igual que Geiner, Gómez tiene otro sueño: quiere ser gobernador de La Guajira. Pero su hoja de vida, tanto más compleja que la del enfermero, también estará guardada hasta el 17 de junio. “Si se puede, sí me gustaría ser gobernador”, reconoce en un atisbo de humildad.
Geiner Arrieta pasó 18 de sus 34 años en las Farc como enfermero. Ahora espera la oportunidad de estudiar Medicina.
Por su parte, Geiner no es tan curtido como su jefe en los asuntos de la política. Apenas se está estrenando en esto de la democracia y mientras se define quién será el próximo presidente, él sigue en lo suyo. En el ETCR se hace cargo de coordinar las citas médicas de sus compañeros, y así como a Gómez lo siguen viendo como a un comandante, a Geiner lo siguen buscando para sanar sus males.
Los une un ideal. Ambos hombres se consideran comunistas y comprometidos con esa causa, pero tienen entre ellos un abismo de casi 40 años y una visión distinta de su futuro. Cuando ponen la cabeza en la almohada, mientras la conciencia de Joaquín Gómez descansa en paz, la de Geiner no cuenta con esa dicha. Lleva 18 años sin ver a su mamá. La ausencia le pesa, le duele y sueña con oírla decir: “Mi hijo, el doctor”. Desde que se desmovilizó la llama por teléfono, pero por la seguridad de su familia no se atreve a ir a su casa en Barranquilla. “Todavía no”, dice con cara de complicidad, “uno nunca sabe”.
La periodista Dora Glottman frente a uno de los murales que decoran la ETCR.
Geiner hace cuentas en su cabeza, ¿que pasará con su vida si gana Iván Duque? ¿Se hace añicos el proceso de paz, como dice el jefe de su partido? ¿Y si gana Gustavo Petro?, ¿podrá estudiar medicina en Cuba? Se aferra a una convicción: “Los ojos del mundo tienen la cara hacia este proceso. Colombia no puede fallar”.
El exmiembro del secretariado duerme junto a su joven esposa y la pequeña Angie Camila. Geiner duerme solo. Ambos tienen en un cajón su hoja de vida anexada a un sueño. Ambos irán a votar el próximo 17 de junio, aunque la democracia no haya sido la fiesta que contaban.
Así las cosas, bajo este pedacito de cielo sobre La Guajira, más que Joaquín Gómez, reina la incertidumbre.
*Periodista de Noticias Caracol